A 2,50 la Cuba Libre de Ibrahim
Guerra
(vivencias,
angustias y finales de cinco mesoneras)
De: Ibrahim Guerra
PROLOGO:
LUÍS BRITTO GARCÍA
¿A 2.50 la Cuba Libre ?… Sí, la
botella de añejo y las latas de Coca-Cola que sirven en el espectáculo –
derecho obtenido al comprar la entrada – permite situar en ese precio
verdaderamente módico cada vaso de la inconciliable mezcla de ron caribeño y
gaseosa imperialista. Pero, ¿es indispensable en Venezuela asistir al teatro a
beber? Quizá lo contrario sea verdad: en Venezuela es indispensable beber para
poder asistir al teatro. Ese juego liberador de máscaras y desenmascaramientos,
de disimulaciones y de catarsis, sólo es posible para la inmensa mayoría de los
venezolanos en el botiquín, ese templo del subdesarrollo en cuya gloria han
oficiado Román Chalbaud y ahora Ibrahím Guerra.
Las fuerzas desencadenantes que Artaud atribuía
a la peste, en nuestro país están reservadas a la caña. No hay ejercicio de
mímesis tan complejo como el del ebrio criollo que sucesivamente se imagina
insuperable, perdonavidas, rey de este mundo y derrotado, en parte porque sólo
a través de esta sucesión de antifaces asoma la verdad brutal.
Vamos al botiquín a constituirnos en
actores y directores de dramas eternos; vamos al botiquín como espectadores de
lo inesperado que será siempre lo mismo. No en balde la retórica del despecho
está tan perfectamente codificada en boleros, rancheras y guarachas. En el
trabajo y en el hogar nos imponen nuestros papeles, sólo en el teatrillo del
botiquín tenemos la ilusión de que los elegimos. Por eso nadie bebe
encapillado. Sería tan triste como representar en un escenario vacío. Es por
ello perfectamente válido este juego de Ibrahím Guerra que nos distrae del
teatro del botiquín para darnos el botiquín en el teatro. Espectáculo total, el
night-club de mala muerte nos envuelve, nos sahúma y nos embriaga. Ibrahím Guerra
nos aproxima a su ambiente aprisionándonos, donde los espectadores somos el
espectáculo, lejos del amparo tibio y tradicional de las butacas, anclados, por
el contrario, a horripilantes mesas con mantel de hule, castigados por
indescriptibles cuadros de la escuela de P. Martínez. No es, desde luego, el
primer experimento de innovación en el espacio escénico que se hace en
Occidente – recordemos el Fausto de Grotowsky, donde los espectadores son
comensales en una larga mesa – pero es una proposición inteligente, eficaz, y,
después que se la ve, prácticamente inevitable. Prueba de su poder, el interés
con el que a veces, durante la función, seguíamos las expresiones de los
rostros del público en la barra. Pero es que había dejado de ser público, para
pasar a ser espectáculo.
Un replanteamiento del espacio escénico
debe conducir inevitablemente a un replanteamiento del texto y de la acción. La
barra de botiquín no es un palco; desde ella no podemos seguir el hilo de un
desarrollo dramático tradicional sino la turbamulta de la confesión
entrecortada, del chisme entreoído y de la reyerta procaz. Confesión, chisme y
reyerta planteados necesariamente a través de dos recursos expresivos: la
obscenidad, para el énfasis y el cliché, para el matiz. Estas pobres mesoneras
hablan con un lenguaje tan alienado como su sexo: a la sensualidad
mercantilizada, usada como recurso de supervivencia y no de placer, corresponde
el lenguaje expropiado, mezcla de interjecciones, dolorosas, lugares comunes y
aceptación resignada. Lenguaje de amenaza, de disimulo y de manipulación, antes
que de comunicación: lenguaje sin habla, monstruosa y última desposesión del
oprimido.
Ello debe ser así – y parte de la calidad
de A 2.50… se fundamenta en este conjunto de relaciones necesarias e
insoslayables, porque las mismas existencias de las mesoneras protagonistas son
vidas-clichés, discos rayados de un pequeño universo que en alguna forma resume
al país. Pues en este pequeño infierno femenino, desde luego, hay una
empresaria que explota, una política que intimida con sus relaciones con la
policía secreta, una intelectual que maneja la dialéctica de una siquiatría
marginal, una tradicionalista que sólo recuerda grandezas que nunca existieron
y una víctima. Era inevitable que Ibrahím Guerra intentara en su primera
empresa como dramaturgo, instalarse a sus anchas en el mundo de las mujeres
prisioneras que trató en sus anteriores experiencias como director en la Casa de Bernarda Alba de
Lorca, la Medea
de Eurípides, porque aún prisionera, la mujer sigue siendo la gran protagonista
de ese inmenso botiquín que es la cultura popular latinoamericana. Víctima o
victimaria, santa o prostituta, abandonada o traidora. Ella es el centro de
todas las canciones, el fin de todas las búsquedas, la raíz de todos los
remordimientos. La noche que vi A 2.50…, tuve inacabables pesadillas con
mesoneras y bares. Quizás entreveía en esa forma que la mujer es el tema
central de nuestra cultura, tan acusada de misógina. Sin ella, nada o casi nada
habría. A 2,50… una terrible flor a esa continua ofrenda. Elevemos nuestras
baratas cubalibres uniéndonos al coro, para mí sagrado: “Tú, sólo tú”.
Luis Britto García
PERSONAJES
Doris, alias La Caimana : 39 años. Nace en
Cali, Colombia su infancia la desarrolla en varios hogares. A los 18 años
abandona el último de ellos y se desplaza a Maracaibo, donde comienza a
trabajar como bailarina. Su incesante búsqueda de nuevos horizontes, la conduce
a Caracas. Allí comienza a trabajar como fichera en distintos bares. Finalmente
llega a El Acuario; logra comprarlo con los ahorros acumulados durante todos
sus años de trabajo.
Lourdes Coromoto, alias La Güevona : 24 años. Nace en
Caracas. De padres desconocidos, fue criada por una familia que la recogió de
la calle donde la habían abandonado a los pocos días de nacida. Recuerda su
infancia trabajando como recolectora de desperdicios en los mercados de
Caracas. A los 12 años es violada por el marido de la mujer, a cuyo cuidado
estaba. Desde los 17 años trabaja en varios prostíbulos de La Guaira , hasta que decide
regularizar su vida y comienza a trabajar como fichera en El Acuario.
Actualmente espera su primer hijo.
Eneida, alias La Sabrosa : 26 años. Nació en
Maracaibo. Desde muy pequeña y junto a sus dos hermanos, su madre la traslada a
Caracas fijando residencia en el barrio Los Sintechos de El Cementerio. A los
17 años se une sentimentalmente, pero al no ver satisfechos sus anhelos matrimoniales,
se separa. Sin abandonar la idea del matrimonio, continúa buscando quien le
haga cumplir su más caro sueño. Actualmente comparte su vida con un integrante
de un cuerpo policial venezolano, quien le permite ejercer en El Acuario su
oficio de fichera
Carmen Alicia, alias, Blanca Rosa: 42 años.
Sus múltiples decepciones amorosas y la muerte de su pequeño hijo, por
inanición, la han llevado a ser una mujer deprimida y violenta, que sólo
encuentra consuelo en el alcohol y en las magníficas interpretaciones de la
magistral Blanca Rosa Gil. Agujas de tejer y ramitas de mango han extraído, en
varias oportunidades, de su vientre, el fruto de su malograda vida. Permanece
en El Acuario, sin trabajar.
Yajaira, alias La Enrollada : 25 años. Nace
en Barinas de una familia humilde. Deja sus estudios por un embarazo que
finalmente termina en aborto, provocado de tal manera que la deja estéril.
Desde entonces abandona sus estudios y su hogar para comenzar a trabajar como
fichera en un bar de su estado natal. Las múltiples vergüenzas a que somete a
su familia con su trabajo irregular, hace que conduzca su paso a la capital del
país. Allí continua ejerciendo el único oficio que conoce. Hace seis meses que
trabaja en El Acuario.
ESPACIO ESCÉNICO
Será la representación fiel de un bar, de
cualquier bar de Caracas. La división convencional entre el público y actores,
no existirá. Los primeros ocuparán las sillas de las mesas del local. Para tal
efecto, la sala teatral debe carecer de escenario frontal, a la italiana. Las
mesas de “fórmica” (20 ó 25), ocuparán gran parte de ella. Alrededor de las
mesas se colocarán las sillas tipo pantry.
A un extremo del espacio escénico, se
hallará la barra para el servicio de licor con su correspondiente estante para
botellas; a otro lado, la rockola. Las paredes del local estarán tapizadas con
papel que imita terciopelo, con un dibujo labrado que recuerda las formas
francesas del barroco. Las paredes las rematan chapas de madera brillantes y,
sobre ellas, lámparas de pared. Serán estas lámparas las únicas que dispensen
la escasa luz que requerirá toda la representación. Sólo en algunos momentos se
utilizará una luz mayor y concentrada sobre una acción particular. Está será
originada por reflectores de alta potencia. Deben existir uno o dos accesos a
baños, cuyas puertas, al igual que las otras del establecimiento, estarán
cubiertas por cortinas de tela burda, rematada en flecos rojos. El olor del
local será fuerte, rancio: extraña mezcla de humo, alcohol y orines.
Antes de que el público comience a entrar
en la sala, ya la rockola debe estar funcionando, de manera tal, que al entrar
ya encuentre el ambiente ligeramente caldeado. Sólo se encuentra, sentada en la
barra y ya borracha, Blanca Rosa. Tiene un vaso en una mano y con la otra dibuja
extrañas figuras en el aire.
Las actrices se encargarán de ayudar a los
espectadores a que ocupen sus respectivos puestos: le tomarán el pedido, se lo
traerán a la mesa y le cobrarán inmediatamente el costo del mismo. Estas deben
ser convenientes en la toma del pedido y provocar que los espectadores tomen la
mayor cantidad posible de licor en esta primera parte del espectáculo; si es
posible, procurarán que los espectadores las inviten a tomar, y por supuesto y
de acuerdo con el viejo truco del fichaje, tomarán bebidas suaves o muy
mezcladas, aunque si desean tomar algo fuerte, estarán en libertad de hacerlo.
En la rockola se escuchará constantemente
música cantada por Daniel Santos, Blanca Rosa Gil, Toña La Negra , Panchito, José Luís
Moneró. , Tania, Lila Morillo – en su primera época -, y otros cantantes
reconocidos por su debilidad rockolera o típicamente botiquinera. Las actrices
alimentarán constantemente la rockola y serán ellas las encargadas de
seleccionar la música. Naturalmente, el bolívar lo obtendrán de los mismo
clientes, con el viejo argumento de: “Préstame un bolívar pa’ la rockola…” o
¿Qué quieres oír…?, o “Préstame acá un bolívar pa’ poné esta vaina a valer…” o
de la caja.
El resto de las actrices seguirá llegando
al local. Unas, seguirán directo al baño o al salón interior del bar, para
retocarse o cambiarse de ropa; otras lo harán directamente en el mismo bar,
utilizando la barra como toilette y guardando en lugar seguro su bolso de calle
y quedándose sólo con el monedero, donde guardarán el dinero proveniente de la
venta de licor al público.
Toda esta suerte de ubicación y
ambientación, tanto del local como del público y las actrices, será lo fundamental
en esta parte del espectáculo. Para ello, las actrices deben valerse de todos
los registros y argumentos de sus respectivos personajes. También la música y
el licor ayudarán a crear el ambiente necesario para la continuidad del
espectáculo.
El público deberá vencer el primitivo temor
o aprensión que ese lugar tan denso le produzca; debe despojarse de sus
naturales tensiones y agotar todas las posibilidades visuales que el ambiente y
las actrices sobrias le presenten; así como acostumbrar el oído a la mezcla de
sonidos que se producirán allí. Debe, en definitiva, llegar a sentirse cómodo
en ese ambiente que, aunque sórdido, no deja de aportarle un permanente
espectáculo.
(La Güevona se encuentra fichando o en una de las
mesas. Se levanta para servir unos tragos y de regreso, se encuentra con La Sabrosa , que se halla
sentada sola en una mesa o de pie recostada de alguna columna.)
(La Güevona se seca las lágrimas con algunas
servilletas de papel y se desplaza hacia otro lugar del bar, donde repetirá su
monólogo. Se valdrá de cualquier pretexto para comenzarlo de nuevo.
Simultáneamente a la situación anterior, La Enrollada se había
acercado a Blanca Rosa).
BLANCA ROSA: ¡Ah, no, chica! ¡Sacúdete,
déjame sola!
BLANCA ROSA: ¿Qué… que? No jodas, chica,
sacúdete. Adiós, cará. ¡Chao!
¿Ustedes se han puesto a pensar de verdad
qué es más importante, sí la morronga o el billete? Yo a veces me pongo a
pensar güevonadas, ¿entiendes? Bueno, si es lo mismo que he dicho siempre, que
es un problema decidir entre la morronga y el billete. Yo en eso estoy muy
clara. Es un problema de morronga. Porque tú te pones a ver qué es más
importante y de repente no sabes; pero yo, ¡mi amor! Yo lo tengo muy claro: lo
mío es la morronga. Pero qué va, de repente y es el billete. ¿Te fijas? Hay
momentos en los que una no sabe qué pensar, pero sí tú te quedas con la
morronga sola ¿qué pasa? ¡Te jodes! Por eso es que yo pienso que una tiene que
analizar muy bien el problema, pero tú te pones a ver, y no es ningún problema:
Es un problema de billete. Porque el billete es necesario. ¿Y qué es una
morronga sin billete? ¡Nada! Pero fíjate también, ¿qué es un billete sin
morronga? ¡Nada, también! Es un problema, no creas… Y uno se queda así,
pensando, así, y una se confunde. Pero fíjate, en eso no debe haber confusión,
porque una sabe desde el principio que la morronga es necesaria y el billete
también. Porque, ¿qué hace una en este país si no tiene billete? ¿Ah?
¡Contesta! ¡Nada! El billete es necesario, bueno, necesarísimo, diría yo. Una
sin billete no es nada: ¡un carajo! ¡Pero, mi amor, sin la morronga pelas de
frente! Lo que pasa es que la morronga sola, sin billete, no tiene sabor,
porque, una se cansa de pura morronga, morronga y morronga… Morronga va y
morronga viene… y mientras menos billete tienes, ¡más morronga! Y qué va, mi
amor, tampoco la cosa es así. Porque está bien que a una le guste la morronga,
e incluso en exceso, pero eso de estar recibiendo morronga y morronga sin
billete, una termina por perderle el gusto a la morronga, y eso sí que es malo,
mana, que te llegue a fastidiar la morronga, porque es como yo te digo: una
morronga sin billete no tiene lo esencial: ¡el billete! Y es que el billete es
fundamental. Así tú lo mires de donde lo mires, pero a veces, tú te consigues
ese billetón, y ¿qué pasa? Bueno, que tú te quedas así, gozando una bola, pero
¿y la morronga qué? ¡Ah! Ahí es donde yo digo, mi amor: lo mío es
definitivamente una morronga, y caemos en lo mismo: el problema. ¿Ves? El
problema de la morronga y el billete… Pero yo lo digo, así serenita, serenita y
tranquila, sin que me quede nada por dentro: Lo mío, chica, es una morronga y
un billete juntos y a la vez, ¿Te fijas? No sé si tú estás de acuerdo, pero una
tiene que ponerse a pensar y si la ponen a decidir, una tiene que irse por la
cosa, ¿te fijas? La cosa completa, y, ¿qué es una morronga sin un billete? No
camina… Y ¿qué es un billete sin su respectiva morronga? Lo mismo, mana. La
cosa es difícil, pero mira, conforme te digo una cosa, te digo la otra: nada es
completo en esta vida. Porque a veces tú te consigues una cosa, pero sin lo
otro, ¿comprendes? Es una vaina, chica; pero, ¿ves? ahí es donde una le mete y
se da cuenta que la cosa tiene solución, porque tú lo tienes en tus manos; la
solución es bien simple: la morronga y el billete, pero, bueno, ustedes como
que no me están parando y yo me voy pa’l carajo… Chao…
(Se dirige hacia la barra y allí repetirá
su texto. Ya Blanca Rosa habrá terminado, en este mismo lugar, el suyo, que
repetirá en otro lugar del bar).
BLANCA ROSA: Qué bolas tiene ésta coño de
madre. Ahora y que qué es más importante, que si la morronga o el billete, no
joda, marica… ¡coño!, Siempre me pasa esa vaina: yo estoy aquí tranquila y
viene la marica esa a meterse conmigo. Si yo, lo que estoy, es echándome mi
palito sin meterme con nadie, pero ¡no joda!, ¡Ni caña me dan ya en esta vaina!
Yo la pago, yo tengo plata, pana, mira… (abre su cartera de mano) ¡Coño, loco
dame un bolívar ahí pa’ la rockola! (Lo recibe. Transición) ¡Coño, me va a
estallar la cabeza! ¡Qué pea la que cogí anoche!… Es que no había comido nada,
y claro, me pongo a tomar como una loca… ¡No tenía nada en el estómago! Pero
ahora sí, hoy sí vine papeada, mira… (Señala su vaso). Este es el cuarto trago
que me tomo y estoy igualita… pero yo creo que el coño’e madre ese de cabeza de
pimienta que está en la barra, lo que me sirve es pura agua. ¡El coño’e madre
ese! ¡Ni que el negocio fuera de él! Gran cosa, no joda… ¡Jala bola!, Un jala
bola es lo que es, el coño’e madre ése, como si yo le estuviera pagando la
mierda que me da con chapitas, no joda. ¡Coño, que dolor de cabeza! Esto me
quedó de cuando yo era chiquita, por la coñamentazón que me daba mi mamá a cada
rato, y me daba por la cabeza, coño. Eso no se hace… A los niños no se les da por
la cabeza… Pero yo no le paraba bola, y esa vaina le arrechaba, y me pegaba. Y
yo, dura, ni una lágrima. Ahí me quedaba, y ella dándome coñazos porque lo que
quería era verme llorar, porque era sádica esa coño’e madre, y yo, no joda,
tiesa. Y ella, ¡coñazos conmigo! Una vez, de tanta arrechera que le dio porque
no lloraba, me dio tantos coñazos que tuvieron hasta que venir los vecinos, del
peo que se armó. “Llora, coño de tu madre” me decía “¿a quién sales tan
altanera, no joda?” “Llora, coño’e madre, te voy a dar de coñazos hasta que te
mueras, no joda”. Y yo, dura; Ni una lágrima, no joda… Ahora es que soy
pendeja, pero yo de chiquita sí era bien arrecha, no joda, arrecha pa’ todo.
Imagínate tú, que cuando fui a parir, Humberto, el coño’e madre ése que vivía
conmigo, me decía: “¿qué hago, qué hago?” Con la misma cara de güevón que ponía
pa’ todo. Y yo le dije: ¡Marico, búscate diez bolos por ahí para una carrera
que estoy pariendo! Y el güevón ese ni se movía, cagado que estaba; y tuve que
salir yo a buscar diez bolívares prestados porque ya casi tenía el muchacho
afuera… Me fui pa’ la
Maternidad ¡No joda! Entrando yo por un lado y Humberto
saliendo por el otro ¡coño!, Ese carajito si era bello, pero enfermizo; desde
chiquito era macilento, el pobre muchacho, pero de una dulzura… ¡pobrecito! Si
estuviera vivo tendría ahora como diez años; pero se murió. ¡Qué bolas!… Coño,
mira esta vaina. (Saca una foto de la cartera). Mira esta foto me la tomaron
cuando vine a trabajar a esta vaina. Mira la cara de culo que tengo, pero yo la
guardo porque es el único recuerdo que tengo de mi dolor; porque esta foto me
la tomaron a los pocos días de haber enterrado a mi hijo. Tenía un dolor tan
grande, que yo creo que ahí fue cuando a mí se me quitaron las ganas de vivir, pero
yo dije, échale bola, échale bolas… y le eché, mano, le eché. Seguí trabajando,
pero sin voluntad. Coño, yo no sé por qué, si cuando era chiquita era tan
arrecha, después me puse tan pendeja y tan güevona; si yo cuando era chiquita
no me dejaba joder por nadie, ni por mi mamá, ni por nadie… Y ahora, no joda,
por cualquier güevonada siento como si el mundo se me viniera encima a cada
rato. Será que tanto coño de madre que me he encontrado en la vida, me ha
debilitado el carácter, o serán tantas las vainas que le pasan a una, no joda,
que le quitan hasta las ganas de vivir. Es que ya ni una sabe en quien coño
creer… Porque ni en la misma familia de una, porque esa es la primera que te
jode en cuanto tiene oportunidad de hacerlo. Coño, yo a veces me pregunto si es
que Dios existe de verdad, porque, ¡coño, no hay derecho a tanta injusticia!,
porque de verdad, si existiera Dios, tenía que haber comprendido que, coño, que
esto es una vaina, que es mucha la mierda que una lleva, a cuenta de pobre!
Porque ese güevo se lo meten a una a cada rato: Que si un gobierno pa’ los
pobres, que el presidente de los pobres… Qué pobres ni que coño, ¡no joda! Que
pongan a esa cuerda de coños de madre que se la pasan prometiendo güevonadas a
pasar hambre… El hambre que una pasa, no joda. Pa’ que sepan lo que es la
necesidad y la angustia de no comer y de ver a tu hijo desnutrido, porque no
tienes con que comprarle una compota de mierda, no joda… (llora) ¡Coño, no hay
derecho! (Mira la foto de nuevo). ¿En qué estaría yo pensando cuando me sacaron
esta vaina?, En mi hijo, ¡no joda! Yo no hacía más que pensar en ese pobre
muchachito. El se salió del rancho. Se fue a jugar al barranco y se cayó… rodó
hasta el basurero y se mató. Por lo menos, eso fue lo que dijeron en el Seguro,
que de vaina y lo aceptaron. Porque yo… ¡qué seguro voy a tener! Yo creo que lo
dejaron entrar porque ya estaba muerto y no podían devolverlo. Coño, si
estuviera vivo por lo menos alguien estuviera ahora conmigo. ¡Cómo me ayudaba
ese carajito, no joda! Así de flaquito que era, me ayudaba. Me compraba cosas,
me acompañaba… Yo no sé si era el hambre que pasaba el pobre, pero tenía una
mirada triste y dulce y era de lo más tierno… (llora). ¡Coño, no hay derecho a
que a una le pasen tantas vainas en la vida, no hay derecho, no joda!… Primero
fue el papá del niño, Ah, no ése, como si no fuera con él, ¡se esfumó, el
coño’e madre ese, no joda! Y el gobierno, que si la justicia social, y que si
la ayuda pa’ la madre soltera… ¿qué ayuda? ¡No joda! Puros embustes. Coño, una
al menos debería tener, que se yo, una caja de ahorro, un seguro de vida, una
vaina que le garantice a una que cuando salga preñada no va a tener que estar
mendigando por ahí unos piches diez bolos cagados para pagar una carrera de
carro, para que el muchacho no se le salga a una en plena calle… Por eso es que
yo quería abortar, pero, que coño de madre va a estar una abortando nada si la
única que hacía eso era una tipa del Cementerio, una tal Agustina; una, y que
enfermera retirada, que vivía allá en el cerro y cobraba mil bolos por sacarte
el muchacho, pero, no joda, ya se había echado al pico como a cinco tipas… Tu
no ves que hacía los abortos con ramitas de mango y agujas de tejer ¡Era una
asesina, esa coño de madre!. Además, ¿de donde coño iba a sacar yo mil bolos,
si no tenía ni unos miserables diez bolívares para pagar la carrera de un
carro? Por eso, chica, aquí deberían legalizar el aborto, para que una cuando
quiera hacerse uno no tenga que ponerse en manos de esas criminales… Pero es
ilegal, tú sabes, ilegal pa’ una, que no puede pagar… El peo es pa’ una que no
tiene dónde caerse muerta, y tiene que cargar también con los hijos que por
mala leche una tiene que tener, pero que a veces, y te lo digo sinceramente,
sería mejor que no nacieran a que tengan que hacerlo pa’ vivir en un rancho
guindando de una barranco y comidos por las ratas del basurero cuando se caiga
y se muera… Y ahí estaba, con los ojitos bien abiertos y me miraba… Yo llegué
corriendo, y cuando vi el gentío en el barranco comprendí todo… Me acerqué, y
lo vi, y él también me miraba, me miraba como reclamándome, pero ¿Reclamándome
qué? Si yo no salía a trabajar, no comíamos, y yo no podía dejarlo con nadie,
con ningún vecino, porque era lo mismo. ¿Quién coño iba a estar cuidando hijos ajenos?,
¡Y lo tenía que dejar solo, coño! ¡Y yo me siento culpable, no joda!…
(Transición) ¡Bueno, ustedes como que no me están, parando bolas, no joda!,
¿Qué coño se han creído ustedes?, ¡No joda!, Que me tienen hablando aquí como
un radio loco, ¡no joda! (A un espectador) ¡Coño, loco, pásame acá un bolívar
pa’ la rockola!… Anda, vale… échale bola… Yo me voy pa’l carajo porque los
coños de madre ésos no me están parando…
(Blanca Rosa sin despedirse se dirige a la
rockola, donde repetirá su texto. Antes de terminarlo por segunda vez, hace su
aparición La Caimana.
Lleva un traje normal de calle. Revisa el sitio. Se pasea por
algunas mesas, etc.)
(La Caimana por ser la dueña del establecimiento, se
cree con mayores derechos y atributos que las otras mujeres del local. Es una
mujer despampanante y vulgar, de maquillaje exagerado que casi raya en la
máscara. En su cabeza, una larga y abultada peluca. Es de notar, que ni ella,
ni las otras actrices se excederán en la caracterización de sus respectivos
papeles: mantendrán un justo equilibrio, entre lo grotesco y lo vulgar, sin
caer jamás en exageraciones circenses. Son, en general, criaturas de ese
submundo social donde el parapeto se fundamenta en la apariencia. Todas ellas
juegan con los convencionalismos fílmicos a que se ven sometidas por medios de
comunicación modernos, plagados de clichés y prototipos humanos)
BLANCA ROSA: ¡Estoy en huelga!
(Mete un bolívar en la rockola y comienza a
hacer la selección. Las demás mesoneras comentan en voz baja la entrada de La Caimana. Obviamente ,
la odian)
(La Caimana comienza a pasearse por todas las mesas
del bar). Entonces, ricote… ¿qué estás tomando? (Prueba el trago del
espectador) ¡Uhhmjuu… esto es agua, chico! Déjame acomodarte ese palo ¿Qué te
pasa? ¿No tomas? ¡Ayyy!… (a otro) ¿Entonces carajito? Mira, tú estás muy
chiquito, ¿oíste? ¿Tienes cédula?… Ayyy, preso es que va a ir, y yo también,
por corruptora de menores. A mí no me gustan los chamos… ¿qué edad tienes tú?
Porque por la pinta, estás muy carajito para estar aquí. Ve a ver si te
sacudes, porque me van a joder por tu culpa. Así que ve sacando ese cartón.
¡Vamos, cartón adelante, papi, vamos! (Le mira la cédula de identidad al
espectador). ¡Coño, lo que tienes es “Baby Face”, no joda!, Pero eres más viejo
que el oro, vente, papi, vamos a bailar.
(La música sube y La Caimana saca a bailar al
espectador. Bailan. Al terminar de bailar, baja la música).
¡Te meneas bien, carajito!… Ya sabes, si
llega la policía te me sacudes: te vas por allá atrás; yo te digo ahora por
dónde te vas a meter, porque no quiero peos con los tombos; y es contigo,
güevona (con La Sabrosa )
ya te dije que no quiero peos aquí ¡coño’e tu madre! ¡no quiero peos, no joda!,
¡y hablé yo!. (Se dirige al interior del bar)
ESPECTADOR: No
Escucha esa vaina, escucha esa vaina. ¡No
joda! Esa vaina me hace acordar a mi vieja… ¡Qué vida tan perra!… Y se murió,
chico, se murió… ¡De bolas que se tenía que morir! ¿Quién la mandó a ser tan
pendeja?! ¡Se murió!… ¡por levantarnos a nosotros, por levantarnos
decentemente! ¡Para que seamos lo que somos!… Y mira tú ¡qué coño somos, no
joda! Mi hermano preso por ladrón, y yo metida en esta vaina… ¡Ah, no y una hermana
tuberculosa y jodida! ¡Coño de la madre, no joda, ésa si que está jodida de
verdad!, ¡Tuberculosa!…
BLANCA ROSA: ¡Qué porvenir!
(Entra La Caimana que se ha cambiado
de ropa. Luce ahora una más lujosa. Menos informal. Se ubica.) (Sigue hablando La Sabrosa )
Ahí fue cuando lo ascendieron la primera vez…
Ahora seguro que lo vuelven a ascender, porque ese carajo es más inteligente…
(La música comienza a subir) Él fue el que me cotorreó y me dijo que me quedara
trabajando aquí, que por ahora era muy forzado, que no me podía mantener, tu
sabes, pero lo van a ascender, tu verás. Si, seguro que lo ascienden, ¡coño! Lo
van a ascender, ¡coño! (Cada vez más alto, llora) Lo van a ascender, lo van a
ascender…
(La música se oye cada vez más alto
ahogando los gritos de La
Sabrosa , quien no deja de repetir llorando, su deseo, el
cual, y como tantos otros, no deja de ser el origen de una nueva frustración.)
(La Sabrosa se dirige a la barra. Allí toma una
latica de pepitonas, la abre y las prepara con limón y palillos. Cuando se
dispone a llevarlas a la mesa, prueba una y habla con los espectadores
inmediatos a la barra.)
(Sifrinísima) ¡Coño, loco! ¿Tú sabes cuanto
cuesta esta vaina? ¡Ocho bolos…! Esta vaina costaba antes, yo no sé, dos
cincuenta o tres bolívares… coño, pero ahora, ocho bolos. ¡Mierda! Qué peladera
¿verdad? Yo no sé que coño hace la gente para vivir decentemente… ¡Yo no me
explico! Tu te vas al supermercado a comprar una vainita, una botella de ron, y
sales del supermercado con una vainero y trescientos bolos. ¡Trescientos bolos!
Chica, ¿y qué…? ¡Nada! Un latero y un mierdero, trescientos bolos… Y si tú te
vas a hacer el mercado y compras todo lo que necesitas… ¡Ahí si es verdad que
tienes que dejar el culo en la caja. ¡Potes y potes y mil quinientos semanales…
No, el otro día fui a comprar un paquete de perrarina, pa’ la perrita esa de
mierda que tengo… que voy a salir de ella, lo pinga, pues, no había perrarina y
me pongo yo, tu sabes, a sacar vainitas: que sí una cajita de gelatina, un
shampú, dos o tres güevonadas más! ¡Cuatrocientos cincuenta bolos! ¡Chica, la
cosa está carísima…! No, mira, definitivamente, ¡aquí no se puede vivir…! Y si
tú vas a comprar la laca y la pinturita, bueno, mi amor, ¡un ojo! No y eso que
una tiene que usar esa mierda que venden que le deja el pelo a una como un
culo, tu sabes, ese cartón que venden de botellitas plásticas, que para colmo,
a lo que tú la usas tres veces, se pega, y para que pueda salir un poquito,
tienes que apretar ese frasco y caerle a coñazos, y te sale aquel mierdero de
laca, pero ¿cómo haces tu pa’ usar una más cara? ¡un pote de spray te cuesta
treinta y cuatro bolos, mi amor, treinta y cuatro bolos, chica! ¿Y cómo se hace
una para comprar esa vaina? Pues nada, te echas ese pegoste y sales para la
calle como un buzo… ¡Yo no se como hace la gente que gana poco! Porque una, mal
que bien, se redondea, chica, pero esa gente gana dos o tres mil bolívares al
mes… Esa gente, pela, chica, porque, ¿cómo hacen para comprar las vainas? Yo no
me explico. Esa gente tiene que pasar hambre, lo menos, hambre. Fíjate, yo me
compré una falda bellísima, una falda, tu sabes, con tres tiras así, ruchaditas
y tiene para agarrarse un cordoncito… ¡Es bella la falda y con una tela
bellísima…! Es una vaina así, como de algodón, pero mucho más bonita, es una
belleza. Pues… ¿Tú sabes lo que yo hice? Compré una tela parecida; aquí no se
consigue, pero conseguí una igualita ¡me costó baratísima…! Pues, agarre, y
corte otra falda, me quedó igualita, bellísima, chica, pero ¡qué va!, tú sabes,
nunca es igual, porque la que compré la trajo una señora que va a Curazao. ¡Es
un sueño! Ay, chica, trae bellezas… y vende barato. Fíjate, la falda me costó,
claro que lo saqué otras cosas: unos pantalones preciosos, una blusita, una
colonia; fíjate, todo eso por seiscientos bolívares y a crédito. Claro, tú
sabes, una tiene que pagar un poquito más, pero no tanto. Pero, vale la pena
porque trae bellezas. Ay, por cierto, ¿Tú no quieres comprar algo? Mira, yo te
voy a dar una tarjetica de ella… Ella es muy amiga mía… (Busca tarjetas en su
cartera que dicen; ropa fina para damas, caballeros y niños traída de Curazao,
Miami y Puerto Rico, Lourdes Marquina de Peñalver, Av. Las Luces. Qta. Mi
Sueño. El Cementerio. Telf. 62.59.367 y las reparte) Tú le dices que vas de
parte mía y seguro que te hace un descuento. Bueno, chao, voy a llevar las
pepitonas. Están carísimas, ¿verdad?
(Se dirige a la mesa y allí comienza de
nuevo con su monólogo. Simultáneamente al monólogo de la Sabrosa en la barra, La Caimana , después de su
entrada, se ha dirigido a una mesa y ha comenzado a hablar a los espectadores
inmediatos)
(La Caimana se dirige a la rockola y comienza a
hablar con los espectadores inmediatos a la misma)
Esta vaina, chica, esta vaina me ha costado
mucho… ¿Tú crees que qué? ¿Qué esta vaina me cayó del cielo? No, chica, con
mucho los peos que he tenido para más o menos llegar donde estoy. Yo antes, no
era más que una piche mesonera, pero yo sabía adónde iba a llegar, porque no me
conformaba con ser una simple mesonera. Y aquí me ves, chica, aquí me ves. Mal
que bien, coño, tener una vaina como esta, es importante y tiene mucho mérito,
porque yo me hice de la nada… ¡de la nada! Yo no era nadie, una piche mesonera,
¡y ahora, fíjate! (Orgullosa señala el bar). Bueno, y es lo que yo siempre trato,
que ellas aprendan que esta vaina hay que sudarla. Ellas se conforman con lo
que ganan y todo lo gastan, que si trapos, en mariqueras, en chulos… porque,
coño, le sacan la mierda a esas pobres tipas… Y yo me pongo detrás de ellas,
encima de ellas… Para que guarden, para que ahorren. Yo se los digo siempre,
coño, que la cuca se gasta. Ellas creen que no, pero la cuca llega un momento,
en que la cuca dice: ¡nones, no me la calo! ¡Una en este negocio, no joda, vale
menos cada día! Cada día que pasa una se deteriora, no joda, y ahí es donde
empiezan con la lloradera y la peladera de bolas, pero la cuca tiene un límite,
pero la barriga no, y llega el día en que esa barriga te pide papa, ¿y si
tienes chamos? ¡No joda!, ¡A pasá hambre se ha dicho! Porque, ¿quién coño se va
a hacer cargo de ti si tienes dos o tres chamos y estas vieja, fea y usada?
¡Nadie! Y después las bichas esas, malagradecidas, dicen que yo y que soy
negrera, que lo que quiero es joderlas. Que malagradecidas, ¿verdad?, En vez de
agradecer esa vaina… Yo, prácticamente lo que hago es sacrificarme por ellas,
porque, si no, yo no estaría aquí. Yo podría quedarme en la casa, echándome
aire ¿y qué es lo que hago? Que salgo de güevona a cuidar la vaina, a vigilar,
a tratar que estas tipas progresen que trabajen, coño, aconsejándolas para que
ahorren, para que no se malempaten con cualquier güevón que las mojonée… ¡y es
que coño, yo soy así, tengo corazón! Y me deprime esta vaina, porque dicen que
yo trafico, yo no trafico, chico, pero, coño, tengo que meterme de vez en
cuando una vainita para poder aguantar la vaina, ¡coño! Esa vaina es dura,
¡mano! ¿Tú crees que qué? Una aquí se la pasa constantemente amenazada, que si
la policía, que si los tombos, porque pueden agarrar a cualquiera con una vaina
encima, y por supuesto a la que le echan la vaina es a una, coño, porque una es
la dueña y una es la que tiene que salir de responsable. Ellas se la pasan
hablando güevonadas, que si yo las exploto, que si saco comisión por lo que
ellas ganan. ¡Qué sé yo que cantidad de güevonadas más dicen de mí! Pero, ¿qué
pretenden? ¿Qué las tenga aquí de gratis? No, mi amor, ¡ni de vaina! ¡Esta
vaina me ha costado mucho a mí para salir ahora de güevona a dejarlas trabajar
sin cobrarles un centavo! Que tampoco es tanto lo que les cobro. Una cagada en
comparación con lo que ellas se meten. Ellas se meten su billete y a mí me
dejan prácticamente una miseria. No, pero ellas son unas coños de madre,
¡todas! porque ninguna es capaz de decirte, coño, los días que no vienen a trabajar.
Ellas trabajan cuando les da la gana, cuando les sale del forro. Ah ¿ y cuando
se enferman? Bueno, mi amor, es esta güevona la que tiene que salir de pendeja
a picharles para el médico, para las medicinas. De ellas y de los chamos.
¡Coño! Porque para salir preñadas y para parir que las busquen, ¡no joda!
¡Tienen esa cuca floja! Se la dan al primero que se la pide, pero, después sí
les entra cojonera para mantenerlos… Porque ¡olvídate del padre! ¿Qué padre, ni
que coño? ¡Si ni siquiera llegan a saber quién carajo las preñó! Y ahí sale la
marica y las recoge. Coño, y después se quejan de una ¿Qué coño se creerán? ¡Se
creen con derecho a todo! ¿Y una? que se joda, ¿verdad? No, mi amor, ¡pinga! A
mí me ha costado mucho trabajo esta vaina para salir yo ahora de güevona a
regalarlo. Y eso es lo que me arrecha y me deprime, chico, ¡coño! Aquí donde tú
me ves, coño, yo estoy pasoneada. Porque me acabo de meter una vaina (se señala
la nariz), pero es peor. Estoy pasoneada, porque, para qué, chico, ¿tu crees
que aquí en esta vaina uno tiene amigos? ¡No joda!, Ni uno. Tu aquí apenas te
volteas, te meten una vaina por la espalda, porque son incapaces de un favor,
pero para meter puñaladas traperas no mascan. Una tiene que andar mosca, y todo
el tiempo vigilando. Lo único es esa vaina (señala la nariz, de nuevo), la
vainita, tu sabes, esto es lo que más o menos me sostiene. ¡Es que no te digo!,
Esta vaina es muy jodida mano… Ellas llegan suavecitas, con esas caritas de
güevonas que siempre traen cuando aterrizan en el Nuevo Circo, con esas caritas
de tísicas. Porque algunas llegan enfermas, jipuchas, amarillas y sale la
güevona, ¡yo! Y las recoge y las cuida y las pone a trabajar y las enseña a
ahorrar, a preocuparse más por la vida, a que no sean pendejas, ¡no joda! ¿Y las
que llegan sin documentos? Ah, bueno, ese es otro capítulo de mi triste vida,
las que llegan sin documentos. Tengo que picharle al maricón ese del Ministerio
para que les consiga la vaina rápido, y mientras tanto yo me las calo, las dejo
aquí, no trabajando, por supuesto, porque aquí no trabaja nadie que no tenga
sus papeles en regla. Pero, tu sabes, yo las dejo aquí. Ellas se sientan por
ahí, con cualquiera, y alguna vaina les sacan. Una propinita, o sino, bueno, se
las tiran, y tu sabes, le dan una platica, que, más o menos, les alcanza para
medio vivir hasta que yo les consiga documentos. Y esa vaina no la dicen, ni la
agradecen, pero, bueno, mano, así es la vida. La vida es una vaina, no te creas
(se oye muy alto la voz de Blanca Rosa, ya al final de su monólogo que ha dicho
simultáneamente al de La
Caimana ) Es una vaina. Por cierto, ahí está esa güevona
armando un peo. ¿No te digo? ¡Déjame ver que coño le pasa a esa marica!
(Simultáneamente a los monólogos de La Caimana y La Sabrosa ; La Enrollada y La Güevona dicen en sitios
distintos y dos veces cada una, variando el lugar para la repetición, los
suyos.)
(Blanca Rosa, ya extremadamente borracha,
comienza a hablar. Ello lo hará en un tono mayor. La oirán todos)
(En ese momento, las luces del bar pueden
aumentar un poco. Blanca Rosa ocupará toda el área central, cuyo punto focal lo
ocupa la rockola. Blanca Rosa ha llegado al clímax de su profunda melancolía
comenzará a decir su monólogo a pie del de La Caimana. Al producirse
este momento, La Caimana
saldrá de escena, las demás actrices se separan confundiéndose con los
espectadores).
BLANCA ROSA: (Cobertura, La Caimana , antes de ésta
salir). ¡Cállate, coño, cállate! ¡Diez años oyendo la misma güevonada, cállate!
(Canta algún segmento de cualquier canción
de Blanca Rosa. Lo termina en forma muy afectada y espectacular. Ríe)
Coño, no joda ¡Eso si es cantar “Tu fina
copa de rubio champán” “Qué arrecho, no joda! Tu fina copa… (Mira a su vaso)
¡Un vulgar vasito de plástico es lo que soy y mordío, ¡pa colmo! ¡Una mesonera,
una arrastrada y fea pa’ colmo! ¡Ni a puta llegó, que bolas! Tu fina copa de
rubio champán… ¡Cerveza y va que chuta! Cuba Libre… (grita) ¡Viva Cuba Libre…
Viva Venezuela, compadre! ¡Viva el coño de la madre! Blanca Rosa tú si eres
grande… (Desgarrada) “Hambre, de un amor desesperado que me lleva hasta el
pecado, aunque tenga que morir…” ¡Eso sí es cantar! ¡Viva la patria! Cincuenta
long plays… ¡Eso si es arrecho, no joda! No esta vaina en la que estoy metida.
Peluquera es lo que tenía que haber sido, ¡qué arrecho! ¡pero ni peluquera!
Mesonera… Me-so-ne-ra… y ¡de botiquín de barrio! Me-so-ne-ra… ¿Dónde está la
justicia social, no joda? (Casi llora) ni sindicato (grita) ¡Vivan las putas!
¡Vivan los Estados Unidos! ¡Viva mi mamá, viva el hijo que tuve y se murió, por
güevón! ¡Vivan las ratas sucias que trabajan en esta vaina! ¡Viva la pepa!
“Hambre de un amor desesperado…” ¡qué hizo que me metiera a puta y que me
dejara un hijo, que no pude abortar! Pero, no joda, la vida se vengó de él,
porque se murió. ¡Blanca Rosa, tú si eres grande! ¡Eras lo más grande, no joda!
escucha… (señalando la rockola), escucha, ¡esa vaina es filosofías, y lo demás
es güevonada! ¡Qué Cuba, no joda, que Cuba, Blanca Rosa! (canta desentonada).
“Nunca podré morir, mi corazón no se encuentra aquí… Cuando salí de Cuba…”
¡gusana!, pero con dignidad, ¡no joda! ¡no esta vaina, este pedazo de botiquín
hediondo a mierda! (grita) ¡Abajo Fidel, Blanca Rosa, abajo Fidel! ¡Vivan los
Estados Unidos! “Yanki, go home…” !“Vete a comer mierda a tu país, vete a los
Estados Unidos!… Blanca Rosa, tú si te has vacilado esta vaina. Hay que tener
talento pa’ esa vaina y no ser una pendeja como una, encerrada en un botiquín
echándose palos y oyendo una rockola; porque ni un picocito, ni un “tres en
uno”, pa’ oír tus discos, Blanca Rosa, pa’ oírlos cagantes. ¡Que se oigan, no
joda, que se oigan!, “tu fina copa de rubio champán…” que se oigan y se pongan
de moda, que los pongan en la radio y en la televisión… (grita). ¡Ay, coño de
la madre viva Fidel! Blanca Rosa, ¿dónde estás? Triunfando, vacilándote la
parte, la reina, la más-más, la que se las sabe todas, la más arrecha de todas…
(A todos). ¡Puros ráspagos es lo que hay aquí, pero tú eres la única. La reina de
la canción, la reina del mundo entero! (Ríe como embobada) ¡Qué arrecho, ni
oído tengo! Nunca pude cantar ni con palito, ni cuando era chiquita con la
escoba, ¡un coño!, y después, le dicen a una… y que: “ trabaja… (chulea) Peor
es meterse a puta” ¿peor? No joda… ¡No hay nada más arrecho que meterse a puta!
Esa vaina si es vida, y no esto (bota violentamente el vaso): tomando caña en
vasitos plásticos y acordándose del hijo que se murió… ¡Qué se murió de hambre
porque no tenía con que comer! ¡Porque no tenía ni tres bolos pa’ mandarlo al
cine! ¡Porque tenía la misma cara de pendejo del papá, el coño’e madre ese! (Se
tambalea). ¡Que vaina, coño! ¡Que arrecha es la vida…! (Llora) ¡Qué peladera
esta vaina! (Grita) ¡Viva la vida , no joda! (Grita desgarrada) ¡Viva la vida,
viva el coño de la madre. (Comienza a oírse de nuevo el disco de Blanca Rosa,
esta vez con mayor volumen)
¡Viva Fidel y mueran los comunistas! ¡Viva
yo que estoy metida en esta mierda! ¡Viva mi hijo que se murió de hambre! ¡Viva
la Cuba Libre !,
Donde también se pisotean los derechos humanos. ¡Que arrecho! Ya ni eso, Fidel;
ya ni eso le queda a una, ni ser comunista, ¡no joda! ¡Ni comunista, porque la
pisotean a una, porque una tiene sus derechos, ¡no joda! Una tiene sus derechos
y tienen que respetárselos. Porque sino ¿qué coño es una? (Llora). ¿Qué es una,
no joda? ¿Una rata? ¿Un perro? ¿Una mierda? ¿Eso es lo que es una? ¿Una basura?
Una tiene derechos y tienen que respetárselos, aunque una no sea más que una
mesonera fea y pendeja, ¡aunque una no sea más que una comemierda de botiquín!
(Canta) “Nunca podré morir, mi corazón no se encuentra aquí. Cuando salí de
Cuba, dejé mi vida, deje mi amor…” (Entra La Caimana en escena, de las habitaciones interiores
del bar)
BLANCA ROSA: (Agresiva) No me callo, chica,
no me callo, ¿por qué me voy a callar? Esta boca que tengo es mía, ¿no? No me
callo, no joda. (Gira a la rockola). ¿Te fijas, Blanca Rosa? ¿Te fijas? Una en
esta vaina no puede ni hablar, en cambio a ti, ¿quién te manda a callar? ¡no
joda! ¡Nadie, Blanca Rosa, nadie!
BLANCA ROSA: ¡Ay sí…! ¡La monja de Monsa!
¡Ella nunca se ha echado un palo! ¡Pendeja, cómo si no te conociera!
BLANCA ROSA: ¡Ay, claro! (Imitándola). “Yo
no tomo, yo no tomo”. (Despectiva). ¡No joda!, Si siempre andas hasta el culo
de marihuana. ¡Drogadicta! ¡Traficante! ¡Coño’e tú madre!.
BLANCA ROSA: (muy violenta, aparta mesas).
Acércate para que veas, acércate. ¿Acaso que porque seas la dueña de esta vaina
tienes derecho a humillarla a una? ¡No joda! ¿Qué te crees que es una? ¿Un
pedazo de vaina? ¡Pues, no lo soy, Y te jodiste, te jodiste y te jodiste,
porque esta vaina no me la calo! (Se mueve hacia la barra) Sírveme una vaina
ahí, chica. Un ronsazo, ¡no joda! ¡Esta pea me la tiro completa! (Grita) Un
ron, ¡coño! ¿Estás sorda? Un ron. Ponle hielo y pepsi-cola, limón con esa
vaina, ponle limón. Una Cuba Libre (brinda) ¡por ti, Blanca Rosa…! ¡Por ti,
Fidel y por todos los que no se la calaron y se fueron pa’l carajo! (Ríe)
¡Vivan los Estados Unidos! No joda ¡Vivan esos malditos explotadores que se van
a llevar esta vaina a la mierda y van a acabar con toda esta vaina. (Se aleja
hacia la rockola dando tumbos)
(Se acerca La Sabrosa )
(Paralela a esta conversación entre La Caimana y La Sabrosa , La Güevona se ha acercado a La Enrrollada. Hablan
entre sí)
(Las dos actrices continuaran esta conversación,
mientras La Caimana
habla en tono alto de manera que oigan todos. En cuanto La Caimana se aleja con La Sabrosa a meterse “el
pase”, La Güevona
toma por un brazo a La
Enrollada y la obliga a desplazarse).
(La Enrollada se desplaza hacia varios puntos del bar
y habla con los espectadores. Lo hará en tonos medio y altos de manera que
puedan oírla todos los espectadores)
(Continúan la discusión. La Enrollada ríe
vulgarmente. La Sabrosa
se dirige a la barra donde tiene su cartera y busca dentro de ella. La Caimana se acerca a ella.
Mientras La Enrollada
sigue gritando y riéndose muy vulgar. La Sabrosa saca de su cartera una pistola. Apunta a La Enrollada. La
Caimana se abalanza sobre ella. Forcejean. El arma se dispara. Gran confusión
general. Todas las mujeres corren de un lado para otro. La Sabrosa se ha quedado muda
con el arma en la mano. La
Güevona corre hacia Blanca Rosa. La mira. Blanca Rosa
recostada a la rockola se ha llevado las manos al pecho. Por entre sus dedos
comienza a deslizarse la sangre que mana de la herida provocada).
BLANCA ROSA: (Bajo, muy bajo) Coño, Blanca
Rosa, ¿sentiste esa vaina, Blanca Rosa? ¿Sentiste esa vaina? Me dio… directo en
el corazón… ¡Me dio directo, coño! Blanca Rosa, yo creo que estoy muerta… ¡Coño
Blanca Rosa… cántame una canción, cántame una canción bien bonita… que me haga
olvidar todo esto!. Canta, Blanca Rosa, cántame una canción, bajito… para mí
sola, Blanca Rosa… Porque yo sé que tu entiendes esta vaina… y que te la has
vacilado de frente, ¡coño!, Blanca… no te vayas… (Agonizando). ¿Dónde coño está
Blanca Rosa? ¿Qué han hecho de nosotras? ¿Por qué nos tienen aquí, Blanca
Rosa…? (Grita) ¡Coño, no te vayas! No te vayas de mi lado, quédate un ratico
más, no te… vayas…
(Muere). (Ninguna sabe qué hacer, por
último, La Caimana ,
toma la iniciativa)
(La Güevona se acerca más a Blanca Rosa y le habla)
(La Sabrosa aún sostiene el arma en la mano y la ve
como alelada)
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