LOS ANGELES TERRIBLES
De
Román Chalbaud
Escenas:
I / VACACIONES
II / CONFESIONES Y RECUERDOS
III / SECRETOS
IV / JUEGOS
V / EL BAUTIZO
ESCENA I – Vacaciones
(En el centro de una gran cama antigua, muy
antigua; barroca, muy barroca. Está cubierta por un mosquitero que se desprende
de un hueco negro que es el techo. Muros amarillentos y sucios a derecha e
izquierda. En cada muro una puerta. Más que puertas son aberturas irregulares
donde se ha adosado madera, trozos de zinc, recortes de periódicos viejos. La
puerta de la izquierda conduce a un pequeño cuarto que es el baño y almacén
improvisado. La de la derecha a la calle. En el resto de este muro hay dibujos
imprecisos, pero trazados con fuerza)
(Toda la habitación está llena de objetos
antiguos: un órgano, una rockola o sinfonola, un tinajero, baúles, cajas.
Muñecas alucinantes cuelgan o están sentadas.)
(Al levantarse el telón apenas logramos
distinguir en la penumbra al viejo Zacarías, tendido sobre el colchón que está
en el suelo, en primer plano, a la izquierda, cerca de la puerta del baño.
Todas las puertas están cerradas y el sol de la mañana no logra entrar en la
habitación).
(Zacarías se despierta. Al incorporarse
vemos que es sucio y mugre; tiene la barba y el pelo largo y enredado. Se
levanta y camina pesadamente, desperezándose. Un bostezo y el viejo va hacia la
cama y descorre o abre el mosquitero. Sobre el colchón y entre sábanas sucias y
arrugadas hay tres personajes; Gabriel, a la izquierda; Sagrario, en el centro
y Angel, a la derecha).
(Sagrario es una muchacha envejecida
prematuramente; mechas negras e indóciles sobre los hombros; está en avanzado
estado de gravidez. Gabriel y Angel son dos jóvenes que acaban de salir de la
adolescencia. Los tres duermen)
(Zacarías los observa durante un momento y
se dirige luego al viejo órgano donde se sienta y toca un trozo del Preludio,
Coral y Fuga de César Frank)
(La primera en despertar es Sagrario que
lentamente, se pone de pie, se despereza y juega con sus sucios cabellos)
ZACARIAS – Buenos días
SAGRARIO – (Sin convicción) Malditos sean
ZACARIAS – (Interrumpe su ejecución y llama
a Sagrario, agitando sus dedos con las palmas de las manos hacia arriba) Ven,
ven.
SAGRARIO – (Asomando su vulgaridad) Ya va
ZACARIAS – Rápido. Ven, ven
SAGRARIO – (Se baja de la cama y va hacia
el extremo contrario, alejándose del viejo)
ZACARIAS – ¿No vienes?
SAGRARIO – No
ZACARIAS – Eres la reina ¿no?
SAGRARIO – Si, soy la reina. Por eso no voy
ZACARIAS – (Camina hacia ella dando
saltitos cortos) ¿Cómo amaneció el pedacito de hombre? ¿Puedo tocarlo?
SAGRARIO – Tócalo (Zacarías pasa su mano
suavemente por el vientre de Sagrario. Ella habla mientras alza los brazos y
echa su cabeza hacia atrás). Anoche estaba molestando nuevamente. Pataditas.
Pellizquitos. Gemidos.
ZACARIAS – ¿Pellizquitos? ¿Gemidos? No
puede ser.
SAGRARIO – ¿Lo soñé entonces?
ZACARIAS – Si lo soñaste (Pega su oído al
vientre de Sagrario)
SAGRARIO – ¿Lo oyes?
ZACARÍAS – Nada. Está quietecito
SAGRARIO – Debe estar durmiendo. Es
caprichoso el verdugo. Cuando quiero dormir, está alerta, despierto,
molestándome. Cuando me levanto se duerme. Estoy segura que lo hace a
propósito, para llevarme la contraria.
ZACARIAS – Está cansado ¿entiendes? Molestó
toda la noche y ahora está rendido.
SAGRARIO – No sabe lo que hace. El peine
(Zacarías está embobado mirando con ternura el embarazo. Ella grita) El peine,
dije.
ZACARIAS – (Volviendo en si) Si, si (Corre
a buscarlo) ¿Dónde está?
SAGRARIO – ¿Cómo voy a saber?
ZACARIAS – Como tú…
SAGRARIO – Como yo nada. Consíguelo. Y
pronto.
ZACARIAS – Hubiera jurado que estaba allí
SAGRARIO – ¿A qué no lo juras ahora?
¡Búscalo!
ZACARIAS – Eso hago (Busca)
SAGRARIO – Te has convertido en un inútil.
Cada día más viejo, cada día más viejo
ZACARIAS – Como es natural,
SAGRARIO. ¿No piensas que me gustaría
despertar cada día más joven?
SAGRARIO – Amaneciste de muy buen humor
ZACARIAS – Sí.
SAGRARIO – ¿Por qué?
ZACARIAS – ¿Te molesta?
SAGRARIO – Tú sabes que sí
ZACARIAS – (Encuentra el peine) Aquí está
SAGRARIO – (Que se ha sentado) ¿Dónde
estaba?
ZACARIAS – En los cabellos de Jimena
SAGRARIO – ¡Esas malditas muñecas! Siempre
limpias, bien vestidas, bien peinadas, en silencio. ¡Comen mejor que nosotros!
ZACARIAS – Sagrario…
SAGRARIO – ¿Qué?
ZACARIAS – Hoy te tengo una sorpresa
SAGRARIO – Conozco tus sorpresas.
ZACARIAS – Esta es una sorpresa de verdad
SAGRARIO – ¡Bah!
ZACARIAS – (Camina en busca de un paquete
que está junto al colchón) Quiero enseñártela…
SAGRARIO – ¡Péiname!
ZACARIAS – (Se detiene) Pero…
SAGRARIO – No insistas, ¿quieres?
ZACARIAS – Está bien. (Regresa y se coloca
detrás de Sagrario, en posición de peinarla. Parece querer decir algo que no se
atreve o no sabe cómo decir)
SAGRARIO – Ráscame primero la cabeza.
¡Ráscame! (Zacarías obedece) Así… Así… Así… más a la derecha… no, allí no… un
poquito más… ¡ay, qué rico!… sigue… sigue… así… así… Una vez me encontré un
muchacho… fue terrible… ya estaba embarazada… dos meses… hice todo lo que pude,
pero nada… fue terrible, terrible… un muchacho joven… creo que le dio miedo… o
vergüenza quizás… se me quedó mirando con la cara pecosa y la cabeza gacha,
gacha, gacha… yo sé que me miraba… creo que la barriga fue la culpable… hicimos
bien tomar vacaciones… así, así… más a la izquierda, un poquito más… así, así…
¡riquísimo! Después que el verdugo explote, ¿cuánto tiempo más de vacaciones?
ZACARÍAS – No sé… un mes…
SAGRARIO – ¿Alcanza?
ZACARIAS – Si, para un mes más alcanza. Me
gustaría que tú siguieras mucho tiempo… un año… dos… toda la vida…
SAGRARIO – No, tengo que trabajar
ZACARIAS – Porque te gusta, ¿verdad?
SAGRARIO – (Grita) Sígueme rascando.
ZACARIAS – (Obedece) Sí
SAGRARIO – Divino, divino… así… ahora por
aquí, por la nuca… No es eso ¿sabes? Y no vuelvas a repetirlo. ¿De qué vamos a
vivir cuando se vacíen la bolsa y el baúl? ¿Dé las migajas que traes?
ZACARIAS – ¿Migajas?
SAGRARIO – ¡Migajas! No es lo mismo tu mano
extendida que mi cuerpo. Tus defectos que el mío. El mío es una virtud para
aquellos que necesitan desahogar sus penas y sus alegrías…
ZACARIAS – Cuando nazca el niño, Gabriel y
Angel tendrán que volver a trabajar
SAGRARIO – No. No quiero. Sabes que no
estoy de acuerdo. Es peligroso. Un día caerán. Prefiero trabajar el doble. ¡Y
ráscame! ¿No puedes rascar en forma continua? ¡Son horrendas esas pausas!.
ZACARIAS – Pero llegará un momento en que
tendrán…
SAGRARIO – No te dije. Y punto (transición)
¿Sabes por qué dije alegría? El otro día me tocó uno que lo hacía con alegría,
como si tuviera cometiendo una travesura. ¡Cómo me gustó! ¡Qué inocencia…! ¡Qué
inocencia! (ríe) Así… Así… rico, rico, rico… Todo sigue siendo un misterio,
Zacarías. Cuando me iniciaste… al comienzo, ¿recuerdas?… me daba miedo y asco…
no quería… no era yo… pensaba que todo era un misterio por descubrir y no
quería descubrirlo… sí, un misterio que se iba a descubrir lentamente… poco a
poco… ahora… mmmmjmmmm… me doy cuenta que no he descubierto nada… todo es como
al principio… impenetrable… porque hay más y más combinaciones… combinaciones
de combinaciones… más y más interminables… Un misterio, como al principio…
ZACARIAS – Es que te gusta. Estoy seguro
que te gusta
SAGRARIO – (Grita) ¡Deja de rascarme ya con
tus manos inmundas! ¡Péiname!
ZACARIAS – Sí (Obedece)
SAGRARIO – Y no me hales… (Grita)
¡Aaaaayyy! ¿Lo ves? ¡Me haces daño inútil!
ZACARIAS – No es mi culpa. Lo hago con
suavidad.
SAGRARIO – (Rezongando) ¡Con suavidad, con
suavidad! No tienes mano sino para extenderla y recibir y embolsillarte…
ZACARIAS - ¿Así está bien?
SAGRARIO – Así sí.
ZACARIAS – Dime cuando te duela
SAGRARIO (Grita) ¡Aaaayyyyyyy!
ZACARIAS – ¿Te hice daño?
SAGRARIO – ¡Dame acá ese peine! ¡No sabes
hacer nada! (Le arrebata el peine) ¿O vas a decir que es culpa de mi pelo?
ZACARIAS – Está un poco enredado.
SAGRARIO – Enredado está tú con tu torpeza
de manos que tiemblan y olor a mono ¡Aparta! ¡Yo me peino sola! (Lo hace.
Zacarías se queda en el mismo lugar durante un instante. Muy triste se va
apartando hacia su colchón. Sagrario tararea un aire popular y se peina con
desenvoltura. De pronto se hace daño a sí misma y pega un grito que trata de
reprimir. Zacarías se sienta junto al paquete y continúa con su expresión
triste) ¡No te rías!
ZACARIAS – No
SAGRARIO – (Tararea y se peina) ¿Qué tiene
el paquete?
ZACARIAS – (Rápidamente interesado) ¿Ah?
SAGRARIO – La sorpresa… ¿qué es?
ZACARIAS – ¿Puedo mostrártela?
SAGRARIO – Bueno
ZACARIAS – (Nervioso, se levanta, toma el
paquete, trata de abrirlo, pero la cuerda que lo envuelve en muy resistente) Ya
verás ¿Donde están las tijeras?
SAGRARIO – ¿Y yo qué voy a saber?
ZACARIAS – Pero donde las pude haber
puesto…
SAGRARIO – (Se ha acercado a la cama.
Observa a Gabriel) ¿Has visto cómo duerme?
ZACARIAS – ¿Quién? ¡Angel! es un flojo
SAGRARIO – (Dulce) No, Gabriel. ¿Nunca has
visto un conejo dormido?
ZACARIAS – Pero ¿dónde estarán esas
malditas…?
SAGRARIO – Igual. Las orejas puntiagudas…
el hocico… sólo le faltan esos bigotes largo que nunca le han querido crecer
ZACARIAS – Estaban aquí… estoy seguro…
SAGRARIO – ¡Maldita sea! ¡Déjame en paz!
ZACARIAS – Pero si las había puesto sobre…
SAGRARIO – En la garganta de una de las
muñecas clavadas. ¡Allí deberían estar!
ZACARIAS – ¡No! (Se arrodilla) ¡Haz que
aparezcan, haz que aparezcan! (Reza en voz baja, con los ojos cerrados)
SAGRARIO – (viendo a Gabriel) Es increíble
cómo Gabriel ha crecido. Muy rápido. Hace pocos años era un niño ¡Cómo ha
crecido de rápido! No es un hombre, pero es algo mejor que un hombre. Ahora
tiene lo mejor de la mujer y lo mejor del hombre. Lo lleva consigo. Adentro y
afuera (mira a Zacarías) ¿Quieres dejar de rezar?
ZACARIAS – (Abre los ojos exaltado, como
poseso de una voz superior que le hubiera hablado) ¡Sobre el órgano, sobre el
órgano! (Corre hacia el órgano y busca. Encuentra las tijeras) ¡Aquí están! ¡Una
vez más, una vez más! ¿Te das cuenta, Sagrario? ¡Una vez más! ¡Tienes que
creer!
SAGRARIO – A ti te sirve eso. A mi no.
ZACARIAS – ¿Cuántas pruebas necesitas?
SAGRARIO – Ninguna
ZACARIAS – Primero el billete de lotería…
SAGRARIO – (Despectiva y burlona) ¡El
billete de lotería! ¡Cuatro centavos!
ZACARIAS – ¿Y la enfermedad?
SAGRARIO – ¡Una vulgar fiebre!<
ZACARIAS – ¡Y ahora… las tijeras, las
tijeras! Tú eres testigo. ¿Vas a negarlo?
SAGRARIO – ¿Porqué no dejas de hacer el
imbécil y abres el paquete? ¿No encontraste ya las tijeras? ¿Qué esperas
entonces? Me tienes harta
ZACARIAS – Sí, sí (Va hacia el paquete y lo
abre. Está muy emocionado) Te gustará mucho, Sagrario.
SAGRARIO – Eso espero.
ZACARIAS – (Saca del paquete una peluca
amarilla de grandes bucles rubios) Mira…
SAGRARIO – (sin mirar mucho, pensando en
otra cosa) ¿qué es eso?
ZACARIAS – Para Aspasia… ¿Te gusta?
SAGRARIO – (La mira y se acerca riendo) Sí…
déjame ver… es graciosa… (Ríe) Me gusta… tienes razón por una vez… me gusta
ZACARIAS – Yo sabía que te iba a gustar
SAGRARIO – (Camina con la peluca en la
mano) No es que me parezca bonita…
ZACARIAS – ¿No es bonita?
SAGRARIO – Sino que tiene algo…
ZACARIAS – (Gozoso) ¿Algo? ¿Algo cómo?
SAGRARIO – (Se sienta) Ven y colócamela
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – ¿De dónde la sacaste?
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – Pónmela, te digo. ¡Pónmela!
ZACARIAS – (Obedece) Sí, sí… pero un ratito
solamente
SAGRARIO – ¿De dónde la sacaste?
ZACARIAS – ¿Te acuerdas de la vieja Elvira?
SAGRARIO – ¿La coja?
ZACARIAS – Sí
SAGRARIO ¿Qué pasa con ella?
ZACARIAS – La estaba vendiendo en el
mercado
SAGRARIO – ¡No me digas que gastaste dinero
en esto!
ZACARIAS – No, no. Se la robé
SAGRARIO – ¡Imbécil! ¡Eres un imbécil!
ZACARIAS – ¿Por qué?
SAGRARIO – No podré pasar por esa zona con
la peluca puesta.
ZACARIAS – Pero si no es para ti. Es para
Aspasia…
SAGRARIO – Eso te crees tú
ZACARIAS – No, no puede ser, Sagrario. No
es tuya. Es de Aspasia
SAGRARIO – Aspasia no existe. Es un nombre
ZACARIAS – Pero va a existir. Tú lo sabes.
Estás comprometida.
SAGRARIO – (Se levanta con la peluca ya
colocada) Un espejo, pronto. (Zacarías no se mueve) ¿No oyes, maldito? Un
espejo frente a mi cara. Pronto. (Grita) ¡Un espejo, te digo!
ZACARIAS – (Obedece). Sí, sí (Mira hacia
todas partes) ¿Y el espejo? ¿Dónde está?
SAGRARIO – ¿Es imprescindible que lo
pierdas todo y que siempre andes por este cuarto buscando, buscando?
ZACARIAS – Pero tengo que buscarlo, ¿no es
así?
SAGRARIO – Claro que tiene que buscarlo.
¿Cómo me veo?
ZACARIAS – (Buscando) tienes que verte tú
misma. Estaba seguro que estaba allí, recostado al muro.
SAGRARIO – Pero ahora no está
ZACARIAS – No está
SAGRARIO – (Furiosa) Viejo idiota, busca en
el baño. ¿No está lleno de trastos?
ZACARIAS – (Sale de escena hacia el baño)
Yo no lo he puesto allí.
SAGRARIO – (Después que Zacarías ha salido,
pícara, en voz baja) Pero yo sí. Me gusta bañarme de noche, mientras todos
duermen. Y verme.
ZACARIAS – (Fuera de escena) ¡Aquí está!
SAGRARIO ¡Tráelo, pronto! (Entra Zacarías
con un espejo grande y pesado de cuerpo entero) ¡Quédate allí, allí mismo! ¡No
te muevas! (Se mira, carcajea) ¡Es fantástico, fantástico!. Claro que voy a
salir con ella. ¿Para qué sirve entonces? Parezco una heroína.
ZACARIAS – El peinado… no se usa ahora
SAGRARIO – Eso es lo bueno
ZACARIAS ¿No crees que…?
SAGRARIO Asimismo… tal cual… ¡fantástico,
fantástico! ¡Voy a hacer época! (Ríe) ¡La cara que pondrá Busca-la-vida! ¡Los
gestos que hará la Camelia !
¡Y los hombres! ¡Los hombres! ¡Deja el espejo allí, imbécil! Recuéstalo de la
pared. Enséñame lo otro. ¿Qué es? A ver, a ver, ¿es un acierto también?
ZACARIAS – Es para Aspasia… tu me
prometiste…
SAGRARIO – Sácalo
ZACARIAS – (Obedece) Sí, sí
SAGRARIO – Saca, saca, deja la delicadeza
ZACARIAS – Mira (enseña un traje mezcla de
corista y santa, reina y cortesana. Se hace una pausa. Sagrario lo mira sin
expresión) ¿Qué? ¿Te gusta?
SAGRARIO – (Avanza y se lo arrebata de las
manos) ¡Dámelo! (Camina con los brazos extendidos mirando el traje) ¿Has visto
esas mujeres del cinematógrafo, de las zarzuelas, de las grandes cortes de los
reyes antiguos, de las óperas, de las orquestas, de los burdeles sagrados?
Siempre las envidié. Ahora voy a ser una de ellas. Soy una de ellas.
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – Es para ahora mismo. Para el
sol, para la calle, para la gente que me conoce, para mi vida diaria. Para los
desconocidos que tengo que conocer.
ZACARIAS – No, no puede ser
SAGRARIO – ¿Qué no puede ser? Sabes cuál es
mi magia y mi religión. Mi propia voluntad. ¡Así! (Chasquea los dedos) Hágase
entonces mi voluntad, viejito ¡Vísteme!
ZACARIAS – Pero…
SAGRARIO – ¡Qué me vistas te digo! (Baja la
voz) Y no me hagas gritar, no quiero que Gabriel se despierte. Cuando abra los
ojos al día de hoy, su primera visión voy a ser yo, totalmente vestida,
engalanada, preciosa, bella, cortesana almibaraba. ¡Vísteme!
ZACARIAS – (Obedece) Sí
SAGRARIO – Y no me manosees con tus manos
inmundas. Ya sabes lo que te puede pasar.
ZACARIAS – (Muy triste) Sí, sí
(Zacarías comienza a vestirla, pero empieza
a llorar y se abraza a ella. Cae de rodillas) No te la traje para ti, ni para
que lo luzcas a Gabriel.
SAGRARIO – No llores. ¡Vísteme!
ZACARIAS – Has perdido toda consideración
conmigo. Ya no es como antes.
SAGRARIO – ¿Por culpa de quién? ¿No me vas
a vestir?
ZACARIAS – Si, yo mismo fui eliminando el
respeto entre ambos, pero no para eso… pensaba en una mayor confianza entre tú
y yo… Otro tipo de relaciones…
SAGRARIO – ¡Inmundo, dame acá! (Le arrebata
el traje y se viste ella misma frente al espejo.)
ZACARIAS – No me importa que me trates mal,
que me digas malas palabras. Tú eres así. Y no lo haces porque sea yo. Lo haces
siempre. Eso lo sé. Pero merezco otra cosa. Un poco de cariño. Cuando te recogí
pequeñita lo hice porque necesitaba a alguien. Un cariño. No importa la forma.
Un cariño.
SAGRARIO – (Vistiéndose) ¿Y Angel y
Gabriel? ¿Otros cariños?
ZACARIAS – Estaba solo. No te conocía.
SAGRARIO – Un día me escaparé de nuevo
ZACARIAS – Volverás, como aquella vez. Más
cambiada. Pudieron más unos meses de ausencia que tantos años conmigo.
SAGRARIO – Me choca que te pongas
sentimental.
ZACARIAS – ¿Y qué hago con ellos?
SAGRARIO – ¿Con quienes?
ZACARIAS – Con los sentimientos. ¿Qué hago
con ellos? No es algo que se pueda botar como un trapo sucio o una lata vacía.
SAGRARIO – Cómetelos. Trágatelos.
ZACARIAS - Eso hago.
SAGRARIO – ¿Eso haces y estás allí,
arrodillado, ridículo, legañoso? Te la pasas arrodillado o buscando objetos. No
haces otra cosa
ZACARIAS – Antes no era así.
SAGRARIO – Eso te lo digo yo. Antes no eras
así. Quizá por eso he cambiado. Te respetaba porque te veía extraordinario,
seguro de ti mismo. Mandabas.
ZACARIAS – Tú no me dejas mandar
SAGRARIO – Por ti no. Vamos, levántate de
allí y toca…
ZACARIAS ¿Cómo?
SAGRARIO – Toca música de desfile. Voy a
desfilar. Vamos, rápido. Ya estoy lista. ¿Voy a estarme aquí, esperando que el
señor Zacarías termine de exprimir sus glándulas lacrimales? ¡Vamos, rápido!
(Zacarías se levanta. Se sienta al órgano y toca). Esa música no. ¿Cómo voy a
desfilar con esa marcha fúnebre? Algo alegre, triunfante. Moderno, viejo,
moderno (Zacarías toca una música popular a ritmo un tanto clásico). Bueno esa
está bien, más o menos bien. Un poco más de fuerza, de ritmo. Haz un esfuerzo,
viejo… (Zacarías obedece, Sagrario desfila. Sus miradas se dirigen a Gabriel;
desea que se despierte. Y así sucede. Gabriel abre los ojos. Inmediatamente,
Angel. Ambos miran a Sagrario, pero en la actitud de Angel se nota un mayor
interés. Gatea sobre la cama sin dejar de mirarla.)
ANGEL – Buenos días, Sagrario.
SAGRARIO – Buenos días, Gabriel. ¿Te gustó?
ANGEL – Como una visión.
SAGRARIO ¿Cómo una visión, Gabriel?
ZACARIAS – (Furioso, deja de tocas) Es
Angel el que habla. ¿No te das cuenta? Gabriel está callado. (Sagrario se
detiene. Zacarías se acerca a Angel y lo sacude) ¿No te vas a levantar? ¿Vas a
dormir la vida? ¡Tirado allí, sin trabajar! ¡No es contigo! ¡Nada de esto es
contigo!. Busca el trapo y limpia el piso. ¡Vamos! (Angel obedece, mientras
Zacarías le sigue gritando. Sagrario, tierna, se acerca a Gabriel)
SAGRARIO – Buenos días, Gabriel.
ZACARIAS – ¡El trapo te digo! ¿Dónde está?
SAGRARIO – Soy yo.
ANGEL - (Buscando) No sé…
GABRIEL – Sé que eres tú…
ZACARIAS - ¿No sabes, demonio, y eres tú el
que limpia esta semana? ¡Pues, búscalo!
SAGRARIO – ¿Y no me dices nada?
ZACARIAS – ¡Todo lo pierdes! ¡No tienes
cabeza para nada!
GABRIEL – ¿Y qué te voy a decir?
ANGEL – Estaba en…
ZACARIAS – ¿Dónde?
SAGRARIO – ¿No estoy hermosa?
ZACARIAS – ¿Dónde, dónde estaba?
GABRIEL – Te ves mal
SAGRARIO – ¿Mal?
ANGEL – Encima de las cajas. Allí estaba.
Allí lo dejé
GABRIEL - No eres tú
ZACARIAS – ¿Y por qué no está allí ahora?
SAGRARIO – Si, soy yo. Mírame bien
ZACARÍAS - ¿Voló? ¿Vino una bruja en una
escoba y cargó con el trapo?
ANGEL – No
GABRIEL – Te he visto
ZACARÍAS – ¿Entonces?
ANGEL – No sé
SAGRARIO – Yo te veía dormido y me decía…
ZACARÍAS - (Toma un rejo) Mira lo que tengo
en mi mano, Angel, ¡mira!
GABRIEL – ¿Qué te decías?
ZACARÍAS – ¿Sabes lo que es? (Angel
asiente)
SAGRARIO – Que has cambiado. Pero al mismo
tiempo…
ZACARÍAS – ¿Qué es?
SAGRARIO -… que nunca te he conocido
realmente…
ZACARÍAS – ¿qué es?, te pregunto.
¡contesta!
ANGEL – El rejo
SAGRARIO – … y que eso es lo que amo de ti…
ZACARÍAS – ¡Ajá! ¡El rejo! ¿Y para que
sirve?
SAGRARIO – … lo que amo de ti…
ZACARÍAS – (Grita más) ¿Para qué sirve?
ANGEL – Para castigar…
SAGRARIO – …pero tampoco estoy segura…
ZACARÍAS - ¿Para castigar qué?
SAGRARIO – …hemos hablado tan poco…
ZACARÍAS – ¡contesta!
SAGRARIO – ¡Tantos años y tan pocas
palabras!
ANGEL – Para castigar la estupidez
ZACARÍAS – ¡La estupidez no! ¡Tú estupidez!
SAGRARIO – Y lo que no se ve en los seres
se conoce a través de las palabras
ZACARÍAS – ¡Dilo!
SAGRARIO – Nunca hemos hablado…
ANGEL – Tu estupidez
ZACARÍAS – Tu estupidez no. ¡Mi estupidez,
mi estupidez! ¡Dilo!
SAGRARIO - En tantos años nunca hemos
hablado realmente… ¡Tantos años!
ZACARÍAS – ¿No lo vas a decir? (Lo azota
con el rejo) ¡Dilo!
GABRIEL – (Grita) ¡Déjalo!
ANGEL – Mi estupidez…
ZACARÍAS – (Risotada) ¡Ajá! ¡Tu estupidez!
Y ahora busca, busca… si no lo encuentras rápidamente… (Angel busca y Zacarías
lo sigue repitiendo: busca, busca)
SAGRARIO – Nunca hemos hablado realmente.
Si me molestaras como me molesta el verdugo, yo me hubiera entregado a ti. Solo
a ti. Sabes que es cierto. ¿No te gusto entonces?
GABRIEL – (Que mira a Angel seguido por
Zacarías) así no.
ZACARIAS – Vas a limpiar el suelo
centímetro a centímetro…
SAGRARIO – (Se quita la peluca) ¿Y así?
ZACARÍAS – Vas a matar cada rata, cada
cucaracha, cada polilla, cada insecto, cada mamífero, cada dinosaurio que
encuentres…
GABRIEL – Así tampoco
ANGEL – (encuentra el trapo) Aquí está
ZACARÍAS – (Con satisfacción exagerada,
teatral) ¡muy bien, empieza el ballet! El señor Angel va a obedecer mis órdenes
y el señor Zacarías se va sentar a verlo. Por cada error cometido, un cuerazo.
¡Como yo sé darlos! ¡Empezar! (Hace sonar el rejo sobre la silla donde luego se
sienta. Angel se arrodilla y comienza)
SAGRARIO – ¿Así tampoco, verdad? (Habla su
orgullo en alta voz) Pues como da lo mismo me la coloco nuevamente (Lo hace en
el espejo) La gente no se enamora de los pelos ni de los traje de la otra
gente. Se enamora de lo que puede haber dentro. No importa la forma y, a veces
¡ni siquiera el contenido¡
ZACARÍAS – No empieces por allí (Angel lo
mira) Mejor por allá… por la esquina… por mi sitio… bien limpio… ¡tírame una
naranja, Gabriel! (Gabriel le lanza una naranja, Zacarías la atrapa y le quita
la corteza con una navaja. Angel, mientras tanto, ha obedecido las órdenes)
SAGRARIO – (Se vuelve a Gabriel con la
peluca puesta) Y cuando digo contenido me refiero a ti. ¡Qué sé yo de lo que
tienes adentro y de cómo eres realmente! ¿Por qué voy a empecinarme entonces?
¡Vuelvo a ser ésta! ¡Me gusta ser ésta! ¡Y pasear! ¡Y que tú me veas!
ZACARIAS – No, quita el colchón, imbécil.
Primero quitas el colchón, lo sacudes, y luego limpias… (Angel obedece).
SAGRARIO – Ni siquiera me ves. Está bien.
Paseo para mí sola. Paseo por fuera y por dentro. Me gusta. Lo hago porque me
da la gana. (Se acerca a Angel) Mírame tu, Angel… oh, ese polvero, me ensucias…
(Angel deja el colchón y se apresura a sacudir a Sagrario).
ZACARIAS – Con Angel no te metas. Angel,
sigue tu trabajo.
ANGEL – (A hurtadillas) Estás bella
ZACARIAS – ¿No me has oído?
ANGEL – Sí. (obedece)
SAGRARIO – Bella es una palabra para
idiotas. Tendríamos que buscar una acepción desconocida.
ZACARIAS – (Termina de mondar la naranja)
¡Perfecta!
SAGRARIO – No, tampoco.
ZACARIAS- (Iza la corteza que ha logrado
desprender completa) Perfecta. Completa. De cabo a rabo. Como una bandera. Una
oración. Hay que colgarla en el sitio de los trofeos. (Lo hace) Y que allí se
queme para que nos entregue su humedad. Y ahora (vuelve a la silla con la fruta
en la mano, goloso por comerla), a disfrutar del premio merecido.
SAGRARIO – (Se la quita) Dame
ZACARÍAS – ¿Por qué?
SAGRARIO – (Se la tira a Gabriel) Tu
desayuno, Gabriel (Gabriel come)
ZACARÍAS – Otra naranja, Gabriel (Gabriel
le lanza otra. El viejo la atrapa y comienza a mondarla. Descarga su furia con
Angel) ¡Barre primero con la escoba, demonio! ¿Vas a recoger todo el sucio en
ese pedacito de trapo? (Angel obedece)
GABRIEL – ¡Déjalo ya, Zacarías!
ZACARÍAS – ¿Dejarlo? ¿Cuándo no sabe ni
respirar, cosa que todo el mundo aprende al nacer? (Cae un trozo de la corteza)
¡El demonio me lleva! ¡He fracasado!
SAGRARIO – (Se lleva las manos al vientre)
¡Ay, ay!
ZACARIAS – (Dulce) ¿Te duele, hijita?
GABRIEL – Pues de eso se trata. De que le
duela. Tiene que aguantar
SAGRARIO – ¡Este verdugo!
ANGEL – ¿Quieres el remedio?
ZACARIAS - Tu sigue ahí (Sagrario hipa en
medio de quejidos y protestas) Ven conmigo, rápido, al baño (La conduce al
baño. Angel, escoba en mano, se queda mirando la puerta por donde salieron. Se
escuchan los gemidos y desgarramientos de Sagrario. Gabriel se ha quedado con
la vista fija en un punto cualquiera. De pronto mira a Angel. Este reacciona).
GABRIEL – Toma
ANGEL – ¿Qué? (Gabriel le tira la naranja
que ha estado comiendo. Angel la atrapa. Pausa) Sobras (Tira la naranja contra
el muro. Gabriel, triste, baja los ojos. Sagrario, en el baño, sigue vomitando)
•ESCENA II – CONFESIONES Y RECUERDOS
(Luces. Gabriel sobre la cama. Sagrario
sentada. Angel en el suelo, recostado al muro de la derecha. Zacarías frente a
una de las muñecas. Durante unos instantes permanecen inmóviles)
ZACARIAS – No quiero que Aspasia se parezca
a ninguna. No quiero que se parezca a Clotilde. Clotilde fue la primera. La más
vieja, pero la primera. Nació de un viejo colchón comido por las ratas. El
pelo, de una amiga de pelo negro que ya está enterrada y comida por los gusanos.
Los ojos, los últimos botones de mi primer paltó. La boca, de una llave de
abrir latas de sardinas. Y todo de una necesidad horrorosa de decir algo. (Va a
otra muñeca). A Jimena la quiero mucho. Un día me encontré un pedazo de libro
entre las montañas de basura que bordean la ciudad. Era un libro de caballería.
Comencé a leerlo. Conocí a Jimena. Me la imaginé. No lo seguí leyendo y ocupé
mi tiempo en darle vida. Aquí está. Estoy orgulloso de ella. No es de las más
bonitas, pero es Jimena. Y eso basta. (camina hacia otra). Gitana es vulgar. En
un trecho de todo mi tiempo vivido me hicieron creer que Dios no existía. No
sólo los hombres sino los mismos acontecimientos me lo hicieron creer. La
soledad puede ser de Dios o del demonio. Esa vez fue del demonio. Empecé a
preocuparme por mi futuro tierra y olvidé que el cielo es el único futuro.
Deseoso de saber sobre mi destino fui a leerme las cartas. Gitana es un
homenaje a las de espadas, al seis de corazones, a aquella vieja que me hizo
creer en una mentira. Porque de lo adivinado por ella sucedió (Risotada) ¡Vieja
sinvergüenza y simpática! ¡Aquí estás! Alfileres clavados sobre tus mentiras.
¿Dónde están?
SAGRARIO – Yo los usé
ZACARIAS – Bien usados están. (Da
palmaditas a Gitana que cuelga). Te libraste, bandida, te libraste de tus
pequeños dolores. Grandes fueron los míos a la hora del no creer. (Va hacia
otra muñeca) ¡Miguelina! ¡extraña Miguelina!. Le cambié muchas veces la
expresión y nunca quiso aceptar mi capricho. Cuando la quería contenta me
arrugaba la nariz en un gesto de desprecio. Mientras más le abría la boca de
fieltro para hacerla chillar, más se reía ella de mis pretensiones. Era inútil
tratar de empequeñecerle los ojos: tapas de cerveza, botones, metras, botones
más chiquitos, cabezas de alfileres. ¡Inútil!. Siempre esa mirada fija de burla
que todavía conserva. Una de las más difíciles. Una de las más queridas. El
tiempo la ha borrado y ya no se parece a la que era. Pero la que era nunca se
pareció a la que yo quería. ¡Miguelina! ¡Extraña Miguelina! (Va hacia otra).
Cantalicia es de las más cómodas. Por esa la tengo sentada sobre este baúl. No
le gusta estar colgada. Una vez la tuve arriba y pataleaba, pataleaba. Le encanta
que la tome entre mis brazos (lo hace) y la meza como a una recién nacida. Le
gustaba mucho una canción que ya se me ha olvidado. Desde que no le canto
parece una muerta. Y sinceramente, creo que está muerta. Pero me daría mucha
pena sepultarla. Mejor dejarla tranquila. Puede que un día resucite (La coloca
sobre el baúl y se dirige a otra que cuelga) Milagros es de las que más se
mueven. Todo el día. Brinca, brinca. Con el viento, con la humedad, con mi voz.
Un día va a salir volando por el techo y no la volveremos a ver. Así es de
frívola. ¡Y lo que son las cosas! Cuando la hice la quería tan seria como un
milagro. Por eso su nombre. Fue una semana que estuve rezando más de la cuenta.
Las manos me picaron y busqué ropa vieja, periódicos, cartones, tuercas,
hierros, cualquier cosa para verla viva. Bueno. Aquí está. Un poco descocada
para su nombre. Pero me digo: ¿los milagros no deben ser alegres acaso? (Busca
otra) ¡Ah, Marciana! La época en que comenzaron a aparecer los platillos
voladores yo me quedaba horas con los ojos en el cielo esperando que sobre uno
de ellos viniese montado San Judas. San Judas es el patrón de las causas
imposibles. Y en esa ocasión, mi causa imposible era que los platillos fuesen
una señal divina. Un día los periódicos callaron y yo bajé la cabeza. Pero
Marciana vive. Ella mira siempre hacia arriba, en mi lugar, recordando quizás
su lejano planeta o rechazando el horror de este mundo. (Pausa) Hay muchas
muñecas que destruí antes de que nacieran. Mis manos traicionaron las ideas o ellas
fueron más fuertes que la realidad y no quisieron hacerse realidad (Pausa).
Quiero que Aspasia no se parezca a ninguna. Va a ser la primera hija de los
cuatro. Se lo digo y lo hago con miedo. No sé cómo va a resultar Pero es
necesario. Por eso… aquí está la cabeza, Sagrario (va entregando las partes)…
aquí los brazos (a Gabriel)… y tú las piernas (a Angel) yo me encargaré del
tronco. El plexo solar es lo más difícil. También la cara, pero pienso que tú
Sagrario, tendrás arte y magia para hacerla. Comencemos. (pausa. Zacarías se
sienta en su colchón y comienzan a trabajar). Mientras trabajamos, podemos
confesarnos (larga pausa).
SAGRARIO – Confieso que a veces me asusto y
que no puedo evitarlo. El susto es como un gran dolor. Me empieza en el vientre
y va subiendo en espiral hasta la cabeza. Durante sus transformaciones puede
ser frío, caliente o peor todavía: sin temperatura. No se siente pero está
allí. (Pausa)
GABRIEL – Confieso que a veces estoy
alegre. Entonces hago lo posible para que ustedes no se den cuenta. Me cuesta
esconder la alegría, pero lo hago, tengo que hacerlo. ¿Y saben donde? En las
axilas. Como unas cosquillas que no deben funcionar (pausa)
ÁNGEL – Confieso que tengo una bolsita de
odio al lado del apéndice. Cuando empieza a latir se me pone la mirada torva. Y
lo sé porque mis gestos se retratan en los ojos de ustedes. Se hacen los
desentendidos, pero lo saben. Caminan, hablan, callan, pasan a mi lado como si
no me vieran pero lo saben (pausa).
ZACARÍAS - Confieso una profunda tristeza
que, como una manta, cayó cobre mí hace mucho tiempo. Cuando ustedes eran niños
y yo los empezaba a conocer, todo estaba señalado por un gran júbilo. Un gran
júbilo que era una gran inconciencia. Ese júbilo se ha ido transformando en esa
profunda tristeza. Son una misma cosa siendo tan diferentes. A veces pienso que
brota de lo que nos rodea. (pausa)
SAGRARIO – Confieso que a veces me gustaría
quedarme… no volver nunca aquí… he tratado de hacerlo. Pero al dejarme estar…
allá… junto a las caras extrañas… en el calor de las manos que no paran de
manosear… los recuerdos a ustedes… y a este calor… este calor que me hace
falta… Y regreso (pausa)
GABRIEL – Confieso que a veces me da miedo
de que uno de ustedes no regrese.
SAGRARIO – ¿Quién?
GABRIEL – Uno de ustedes… Me da miedo. Casi
se me salen las lágrimas. Las trato de evitar, como trato de evitar la risa.
Pero así como la risa se esconde en las axilas, las lágrimas se esconden en los
ojos (Pausa)
ÁNGEL – Confieso que yo también he pensado
en no volver. Y regreso, no porque me hace falta, sino porque en el fondo me
gusta estar aquí. Creo que un día va a suceder algo, y no es que espere ese día
con impaciencia, sino que me gusta participar en todo el juego necesario para
que suceda (pausa)
ZACARÍAS – Confieso que estoy seguro de que
nunca va a suceder nada. Bautizaremos muñecas, bautizaremos muñecas, sin cesar.
Una y otra, una y otra. Hasta que yo muera. Pero lo que me espanta no es morir
precisamente, sino morir primero. No los concibo a ustedes vivos sin mí. Sueño
con frecuencia: mi muerte… ustedes destruyendo las muñecas; mi muerte… ustedes
riendo; mi muerte… ustedes haciendo el amor; mi muerte… ustedes comiendo; mi
muerte… ustedes cantando; mi muerte… ustedes confesándose… sin mí (pausa)
SAGRARIO – Confieso que he estado a punto
de matar a la criatura. Un día, en el baño, estuve a punto de hacerlo. Con mi
propia mano… halar… asfixiar… destruir. No lo hice porque me amo demasiado… no
por la criatura, sino mi misma. (pausa)
GABRIEL - Confieso que quiero que nazca. Lo
veo saliendo a la vida. Me obsesiona la idea. En el fondo de mí es lo que
quiero con más fuerza. Que nazca. Sentir sus gemidos, su llanto. Que no hable
como nosotros… que no piense como nosotros… que sea nuevo, distinto. Que nazca
y no crezca. Que nazca y crezca de otra manera. Que no herede (pausa)
SAGRARIO – no es tuyo, Gabriel
GABRIEL – lo sé (pausa)
ANGEL – Confieso que me gustaría su
nacimiento, pero lejos de aquí
SAGRARIO – Tampoco es tuyo, Angel
ANGEL - Un día pensé que era mío. Otro día
que no. Lo único cierto es que es tuyo. Tuyo solamente. Como tú misma. De ti.
Para ti. Es bastante, ¿no? (pausa)
ZACARIAS – Confieso que creo que es mío.
Sí. Ya sé que es imposible. Pero quiero creerlo. Lo gesté hace años y se ha
demorado su formación. Porque mis células son lentas o porque Sagrario no
quería. Hasta que la naturaleza fue más fuerte que Sagrario y la ha hinchado.
Confieso que yo creo que contribuí. Un día estuve sobre ella y yo soy parte de
la naturaleza (pausa) (insinuando) Recuerdos (pausa)
SAGRARIO – Recuerdo un hombre que estuvo
conmigo. No hablamos. Una mirada en la avenida… y los matorrales. Un ser humano
sin nombre, sin palabras, con un billete pequeño que ya me había deslizado en
el bolsillo. Un hombre hermoso que me hubiera gustado conocer en otro momento:
a la hora del autobús, a la hora del cine, a la hora de la comida. ¿Era posible
tenerlo encima, dentro de mí, sin saber nada de su vida, de sus emociones, de
su manera de pensar, de sus problemas? ¡Pues así era! Yo no pensaba en nada,
hasta que dejé de pensar en él, porque a pesar de lo que hacíamos no me
pertenecía. Tenia un mes de embarazo. Y de pronto, él excitado, en su locura
que yo no compartía, dijo: “vamos a tener un hijo, vamos a tener un hijo”. Y yo
pensé en el que se formaba ya dentro de mí y hasta llegué a creer que era suyo
(pausa).
ANGEL – Recuerdo el primer robo. Zacarías
me había enseñado el truco. Fui a la calle con la teoría y en el momento de la
verdad me temblaron las manos, el corazón, la cabeza, las piernas, todo. Lo
primero era empujar a la señora. Tenia que ser una señora gorda, baja de
estatura – para que mis deditos pudieran alcanzar el fondo de la cartera; una
señora distraída, llena de problemas, asustada de los semáforos y, sobre todo, una
señora con cara de tener dinero. ¿Cómo son las caras de tener dinero?. No las
conocía, no podía ni olerlas siquiera. Pero había una lección, aprendida aquí
mismo debajo de estas muñecas. Había estado Gabriel disfrazado de señora y una
bolsa de papel disfrazada de cartera. Basado en ese algo me detuve en la
esquina de mayor tránsito, empujé a una señora y casualmente, encontré la boca
de la cartera abierta, esperando los deditos del niño. El niño que luego salió
corriendo con un pequeño monedero entre el ombligo y la correa. Nadie me
persiguió. Cuando jadeante me recosté de un pilar y tuve en mi mano billetes y
monedas, respiré hondo y me dije en la contracción: “Si sirves, si sirves”
(pausa). Ahora… no creo en esas dos palabras (pausa)
GABRIEL – Recuerdo mi primer encuentro con
Zacarías. Fue en el atrio de una iglesia. Él estaba disfrazado de ciego, detrás
de unos anteojos oscuros y bajo un sucio sombrero marrón. Me llamó: “ey,
muchacho”. Cuando me volví hacia él pensé: “Ese hombre me está viendo. Es ciego,
pero me está viendo”. Me propuso: “¿Quieres ser mi lazarillo?. Vas a comer
bien”. Yo acepté. Los robos comenzaron poco a poco. Una naranja, un saco de
naranjas. Un centavo, un saco de centavos. Sin darme cuenta estábamos en eso,
éramos eso. Cuando tú apareciste, Angel, nos organizamos mejor. Y cuando trajo
a Sagrario, Zacarías bendijo la casa y nuestra unión. (Pausa)
ZACARIAS – Jesús sacó a los mercaderes del
templo. Si los mercaderes no hubieran tenido mercancías, no les habría caído a
latigazos. La maldición está, pues, en las mercancías. Al tomarla estamos
contribuyendo a una mejor repartición. Dios lo sabe (Pausa. Da una última
puntada con aguja e hilo y muerde el remate con los dientes). Ya está el tronco
de Aspasia
GABRIEL – (Remata) Y los brazos
ANGEL – (Remata) Y las piernas
SAGRARIO – Me falta coser el ojo derecho.
Solamente el ojo derecho
ZACARIAS – Ya está entonces. Yo uniré los
trozos y mañana la bautizaremos.
•ESCENA III – Secretos
Gabriel sobre la cama. Sagrario cerca del
órgano. Zacarías continúa una narración)
ZACARIAS – (Con los puños en alto) Si usted
es tan macho, ¿por qué no se atreve?… venga, venga… aquí lo estoy esperando…
¿tiene miedo?… ¿qué le pasa?… ¡Un cobarde! Eso es lo que pasa… ¡usted es un
cobarde!… El carnicero tratp de interponerse… “que no se peleen”… algo así
dijo… “Este tipo me ha buscado, pues que me encuentre…” dije yo… “Aquí estoy…
miedoso, cobarde… ¡a que no te acercas… ¡un poquito, aunque sea un poquito…”
SAGRARIO – Y él no se acercaba…
ZACARIAS – No, miraba mis músculos… desde
lejos… con los ojos chiquitos… la cara pálida… los labios temblorosos… “Eres
como los perros que ladran… ven y me muerdes, Fifí… ¿a qué no te atreves?”
SAGRARIO – Pero no se atrevía…
ZACARIAS – No. Estaba frente a mi plante…
mi estilo… este fue amigo de Kid Chocolate, dijo alguno… el elemento oía mi
fortaleza… más miedo le daba… ¿sabe lo que tuve que hacer? Mentarle la madre,
eso hice…
SAGRARIO – Entonces se te vino encima…
ZACARIAS -… ¡Cómo un búfalo!… se
desprendió… dos pataditas y se vino contra mí…
SAGRARIO – Te puso el ojo en compota…
ZACARIAS – ¡No, qué va! Se vino contra mi
puño, derecho contra mi puño. Puso el ojo, allí, se lo juro. La córnea quedo
colgando, como medalla, se lo juro… aproveché su descontrol y entré a atacar…
al estómago… fuerte… un puñetazo fuerte al estómago… le saque el aire… se
desinfló como un globo (sopla)… así hizo… El carnicero volvió a intervenir… ¡lo
vas a matar!, gritó… pero a mí no me importó su grito… ¡Ahora vas a ver quien
soy, con quien te has metido…! ¡gancho de izquierda…! mi gancho predilecto…
¡directo al riñón! Eso lo descompuso… se volvió una pantera… respiró y se puso
en guardia… sin estilo ninguno… una sarta de groserías en la boca… se abalanzó…
como una pantera.
SAGRARIO – ¡Y te pegó!
ZACARIAS –No
SAGRARIO – ¿Tampoco?
ZACARIAS – Tampoco. Yo di dos saltitos… lo
descontrolé de nuevo con la rapidez de mis movimientos… y… ¡zuas! A la nariz…
directo a la gran nariz… era perfilado, se lo juro, romano… lo volví chato…
tres veces chato… ¡zuas, zuas, zuas!… cirugía estética al revés… cayo de
espaldas… le pegó el rabo al mostrador… algunos me aplaudieron… yo saludé… El
carnicero dijo: basta, basta… No, repliqué, ya que comenzamos hay que seguir…
nuevos aplausos… saludé de nuevo y dije: Aquí estoy… para el desquite… y me
puse de nuevo en guardia… esta vez con más elegancia, con mayor seguridad…
Haciendo un hermoso alarde de fortaleza, ¡buen contendor! El pobre se levantó
como pudo y se puso en guardia también… claro, sin estilo, sin ningún estilo…
yo, en mi interior, admiré su coraje… esperé un ratito… un ratito de aguajes…
para darle tiempo de reponerse… Esta vez si logró alcanzarme… su puño rozó mi
brazo, pero apenas… él se iba cayendo en el vacío de la fuerza que puso… casi
me vi tentado a sostenerlo… sin embargo, se volvió y me enfrentó nuevamente.
SAGRARIO - Esta vez te pegó
ZACARIAS- No, fui más veloz… ya lo había
cazado a través de mis puños… y jugué con su quijada como una pelota de goma…
pum, pum, pum, pum… varias veces… le crujió el hueso, se lo juro… a pesar de
los gritos y los aplausos: ¡Zacarías, Zacarías!… escuché el ruido del hueso…
fue terrible… como una matraca humana…
SAGRARIO – Y te quedaste escuchando la
matraca… ¡y él te dio en él ojo!
ZACARIAS – No, no fue así
SAGRARIO – Pues ¿cómo fue entonces? Lo
tienes negro, hinchado, mejor es curarte enseguida… después nos terminas de
contar…
ZACARIAS – No, yo todavía alcancé a
conectarle tres derechazos al oído…
SAGRARIO -¿Donde tienes la carne?
ZACARIAS – ¿Qué carne?
SAGRARIO – La carne para el ojo… ¿dónde
está?
ZACARIAS – Ah, sí… aquí en el bolsillo… (La
saca) El carnicero fue muy amable… me regaló este pedacito…
SAGRARIO - Según lo que cuentas a tu
contendor le haría falta una res completa…
ZACARIAS – No, al tipo se lo llevaron entre
varios…
SAGRARIO – Al hospital, por supuesto…
ZACARIAS – Pues debe haber sido al
hospital…
SAGRARIO – Allí has debido ir también… ¿qué
te crees tú, que soy una enfermera?… ¡si no te quedas tranquilo no puedo
colocarte el bistec…! Ven a la cama… así no puedo (Zacarías obedece)
recuéstate… Zacarías…
ZACARÍAS – Sí.
SAGRARIO – ¿Por qué no nos comemos el
bistec y te pones otra cosa en el ojo?
ZACARÍAS – ¿Y que me voy a poner?
SAGRARIO – ¿Por qué no rezas? Puede que
suceda uno de esos milagros tuyos… y la sangre te corra normal…
ZACARIAS – No, no puedo abusar… termina de
ponérmela…
SAGRARIO – Así está bien. No te la quites.
ZACARIAS – Gabriel ¿por qué no me ayudas?
Termina de hacer a Aspasia… no puedo coser bien con ese ojo… ¿quieres?
GABRIEL – Bueno
ZACARIAS – Pásale los pedazos, Sagrario,
por favor…
SAGRARIO – Sí (Tomas las partes de la
muñeca y se las entrega a Gabriel)
ZACARIAS – Yo voy a quedarme tendido un
rato… estoy un poco cansado…
GABRIEL – ¿Cómo debo hacerlo?
ZACARIAS – Primero coses la cabeza al
tronco… bien fuerte… yo te voy indicando…
GABRIEL – Está bien
SAGRARIO – ¿Van a trabajar sobre la cama?
ZACARIAS – Sí, ¿dónde más? Gabriel no puede
bajarse.
SAGRARIO – Ah, es verdad. Yo quiero
tumbarme un rato
ZACARIAS – Hazlo en mi colchón…
SAGRARIO – Haré un fuerzo… siempre soy yo
quien debe sacrificarse… (Se acuesta en el colchón y cierra los ojos). (Entra
Angel, con un libro). (Como es costumbre, apenas entreabre la puerta)
ZACARIAS – Los pespuntes deben ser dobles…
y triples si es necesario… (A Angel) ¿Dónde estabas?
ANGEL – Por ahí…
ZACARIAS – Esta no es manera de contestar…
y quédate tranquilo… no molestes ahora… estamos trabajando… (A Gabriel) La
cabeza y el cuello deben quedar unidos… como los tienes tú… que no se note la
coyuntura… no, con esa aguja no, con la más gruesa… con esa…
ANGEL – (Se ha dirigido a Sagrario. Quiere
hablarle, pero la cree dormida). Sagrario… Sagrario…
ZACARIAS – No la despiertes, ¿no ves que
está dormida?
SAGRARIO – (Sin abrir los ojos) No estoy
dormida ¿qué quieres?
ANGEL – ¿Puedo hablarte?
SAGRARIO – Siéntate y habla en voz baja.
Así me duermo. (Angel se sienta a su lado)
ZACARIAS – Tú si me crees, ¿verdad,
Gabriel?
GABRIEL – ¿Qué?
ZACARIAS – Lo dejé hecho una porquería
SAGRARIO – Habla, pues. ¿Qué pasa?
ANGEL – Te traje un regalo
ZACARIAS – Fuerza he tenido toda mi vida.
La tengo todavía.
SAGRARIO – ¿Qué es?
ANGEL – Mira…
ZACARÍAS – Tu lo sabes
GABRIEL – Si, siempre fuiste fuerte.
ZACARIAS – Todavía lo soy
ANGEL - Mira…
SAGRARIO – No quiero abrir los ojos. ¿Qué
es?
ZACARÍAS – Quedó hecho un guiñapo
ANGEL – Un libro
SAGRARIO – (risotada) ¿Un libro ¿Para qué?
ANGEL – Para ti. Sé que te va a gustar
ZACARIAS – ¿Tú sí lo crees, verdad?
GABRIEL – ¿Y por qué no?
SAGRARIO – Déjalo allí. Después lo veo.
ZACARIAS – Me conoces mejor que ellos. Lo
del ojo fue una casualidad.
GABRIEL – Y no fue mucho.
ANGEL – Abre los ojos
ZACARIAS – Pregúntale al carnicero, a la
gente que estaba allí
GABRIEL – Pero si lo creo
SAGRARIO – No, no quiero
ZACARIAS – (Imitando los vítores)
¡Zacarías… Zacarías! ¡Cómo en los viejos tiempos!
SAGRARIO – Háblame un rato
ANGEL - ¿De qué?
SAGRARIO – De cualquier cosa… para
dormirme…
ZACARIAS – En el fondo estoy orgulloso del
ojo amoratado. Es una prueba.
SAGRARIO – ¿No dijiste que querías hablar
conmigo?
ANGEL – Sí…
ZACARÍAS – Para todo hay que arriesgarse.
El riesgo, el riesgo. Sin riesgo no hay valor. No, cuidado, no metas la aguja
por allí… pon atención a lo que haces…
SAGRARIO – Habla pues…
ZACARIAS – Por aquí, Gabriel, con
delicadeza… como un cirujano…
ANGEL – Pues… salgo a la calle…
SAGRARIO – Sí.
ZACARIAS – Eso es
ANGEL – Y pienso en ti… en traerte cosas…
SAGRARIO – ¿Por qué?
ANGEL – No tienes límites…
ZACARIAS – Y ahora… por la nuca… lo mismo…
suavemente… como si la aguja fuese de algodón…
SAGRARIO – ¿Límites? ¿Qué es eso?
ANGEL – Yo me entiendo
ZACARIAS – (Grita) No, por allí no,
cuidado…
GABRIEL – Ah, sí… y después, con los brazos
y las piernas, ¿es igual?
ZACARIAS – No seas impaciente. Primero la
cabeza. Con calma. Goza haciéndolo.
SAGRARIO – Sigue hablando, pero de cosas
que yo entienda.
ANGEL – No sé hablar contigo.
ZACARIAS – Al final, un pespunte gordo… y
lo escondes, por el cuello, que lo tape el vestido o el pelo…
SAGRARIO – ¿Y eso por qué?
ANGEL – No sé
ZACARIAS – (Se quita la carne del ojo) ¿Se
me ha bajado?
GABRIEL – No. Es muy pronto.
ANGEL – Se me trancan las piernas
SAGRARIO – (Sonriendo) Se te hace un
nudito…
ANGEL – ¿Cómo?
SAGRARIO – Eso les pasa a los hombres. Se
les hace un nudito.
ZACARIAS – Pero, ¿no fue mucho, verdad?
GABRIEL – No mucho. Ponte la carne
(Zacarías se la pone)
SAGRARIO – ¿Y cómo es tu nudito?
ANGEL No te burles. ¿Por qué no miras el
libro?
SAGRARIO – Porque no quiero abrir los ojos.
GABRIEL – ¿Te duele?
ZACARIAS – Un poquito. Pero si el recuerdo
es bueno… el dolor es bueno.
SAGRARIO – ¿Cómo se llama?
ANGEL – “Parto sin dolor”
SAGRARIO – (Abre los ojos y sube la voz)
¿Cómo?
ANGEL – “Parto sin dolor”
SAGRARIO – (riendo) ¿Oyeron eso?
ZACARIAS – ¿Qué?
SAGRARIO – ¿No lo oyeron?
GABRIEL – ¿Qué?
SAGRARIO – ¿Estás seguro? ¿Es éste?
ANGEL – Sí
SAGRARIO – (Toma el libro) Pero ¿se dan
cuenta? : “Parto sin dolor”. Es verdad.
ZACARIAS – ¿Parto sin qué?
ANGEL – …sin dolor.
GABRIEL – ¿Sin dolor?
SAGRARIO – Sí, sin dolor. Aquí lo dice
ZACARIAS – ¿Qué es eso?
ANGEL – un libro
ZACARIAS – ¿De dónde lo sacaste?
SAGRARIO – Sí, sin dolor… seguro que lo
dice… arriba, en cada página lo dice… (pasa hojas)… y lo dice… y lo dice… y lo
dice… y lo sigue diciendo… sin dolor, sin dolor, sin dolor…
ZACARÍAS – ¿De dónde lo sacaste?, te
pregunto
ANGEL – Moisés, el buhonero… sobre la
calle. Allí estaba…
SAGRARIO – ¿Lo robaste para mí?
ANGEL – Sí
GABRIEL – Estamos de vacaciones.
ZACARIAS – ¿Y qué son? ¿Lecciones?
ANGEL – Si, lecciones.
GABRIEL – No es en serio
ANGEL – Claro que es en serio
ZACARIAS – ¿Cómo se llama el autor?
SAGRARIO – Aquí dice… hay unas fotos…
(gesto de repugnancia) Ah, un parto…
ZACARIAS –Déjame ver…
SAGRARIO – Quita… mira, qué horror… el
verdugo saliendo…
ANGEL – La mujer sonríe ¿lo ves? No le
duele
SAGRARIO – ¿Es posible?
ZACARIAS – Pierre Vellay… Doctor Pierre
Vellay… y otros…
ANGEL – Por eso lo traje. No te gusta
sufrir.
ZACARIAS – Es escrito por varios
GABRIEL – Mentiras, puras mentiras
SAGRARIO – ¿Por qué mentiras?
ZACARIAS – Es un libro científico
GABRIEL – Es peligroso. Le puede hacer daño
ANGEL – No va a sufrir
GABRIEL – Es mejor que sufra… como todas
SAGRARIO – ¿Estás loco? ¿Sabes lo que
duele?
GABRIEL – Sí pero es mejor
SAGRARIO – Como no eres tú el que va a
parir
ZACARIAS – (Con el libro) Sí, es científico
SAGRARIO – Lee a ver
ZACARIAS – Prólogo. Hemos procurado incluir
en el presente volumen todo lo relacionado con el método psicoprofiláctico (lee
profisocoláctico) del parto sin dolor que pueda interesar a la futura madre que
no conozca dicho método…
ANGEL – Ese es el prólogo
SAGRARIO – No dice nada.
ANGEL – Después vienen las lecciones
SAGRARIO – Sí, el método, busca el método.
ANGEL- ¿Ves cómo es cierto?
GABRIEL- No estoy de acuerdo.
ZACARIAS – ¡schhh! Primera parte.
Antecedentes del método. De todas partes del mundo recibimos cartas de colegas…
SAGRARIO – No, antecedentes no… el método…
las lecciones… búscalas…
ANGEL – Más adelante
SAGRARIO – Al grano
ZACARIAS - (Saltando páginas) Dos. Bosquejo
histórico. Los primeros experimentos sobre el parto sin dolor…
GABRIEL – ¿Lo ven? Son experimentos, sólo
experimentos…
SAGRARIO – ¿Quieres callarte?
ZACARIAS - …se basaban en la hipnosis…
GABRIEL – En la hipnosis. ¡Brujerías!
ANGEL – ¡Cállate!
ZACARIAS - Pero, ¿me dejan leer o no?…
(lee) en la hipnosis que también se usó con cierto éxito como anestésico en la
cirugía…
ANGEL – ¿Lo oyen? Se usó con éxito
GABRIEL – Con cierto éxito, dice.
ANGEL – Es lo mismo. Cierto es que es
verdad. Sigue…
ZACARIAS – …como anestésico en la cirugía.
Entre 1880 y 1890 se llevaron a cabo… este es historia, no sirve… veamos más
adelante…
ANGEL – El libro es bueno… estoy seguro…
SAGRARIO – Busca el método, viejo, la
práctica, las lecciones… déjame ver…
ZACARIAS - Aquí… segunda parte. Método
completo de preparación para el parto sin dolor.
SAGRARIO – Eso es, sigue.
ZACARIAS - Primera lección…
SAGRARIO – Ah, por fin, ¿qué dice?
ZACARIAS - - Primera lección. Lección
preliminar para los maridos. Ante todo, me dirijo a los maridos, a los padres.
Hace algunos años pasé por la misma experiencia: la espera de un hijo. Durante
nueve…
SAGRARIO – ¿Qué padre? ¿Quieres saltar?
ANGEL – Yo creo que esta parte hay que
leerla…
SAGRARIO – ¿Y por qué? ¿Qué importa el
padre? La de la cosa soy yo…
ANGEL – Pero es como si nosotros…
SAGRARIO – (Grita) Salta, te digo. La que
voy a parir soy yo, el verdugo es mío, sólo mío, busca eso donde hablen de mí, las
lecciones para mí. Esto es cosa mia, ¿no?
ZACARIAS - Sí, claro…
SAGRARIO – Mas adelante entonces… pasa la
página… ¿no me oyes?
ZACARIAS - Sí (obedece) Segunda lección… La
fecundación y los tres primeros meses de desarrollo…
ANGEL – Lee esa…
ZACARIAS – Aunque olvidamos mucho de lo que
aprendimos en la escuela, recordamos todavía la historia de las
transformaciones sucesivas de la rana o de la mariposa antes de que lleguen a
su forma definitiva. ¿Qué interesante?, ¡eh!
SAGRARIO – ¿Qué tiene de interesante?
¡Salta!
ZACARIAS - Pero…
SAGRARIO – Que saltes, te digo. ¿No ves que
es la lección para los tres primeros meses? Yo tengo siete. ¿No se acuerdan?
¡Siete! Y además habla de ranas y mariposas, no de mujeres… salta… (Zacarías
pasa páginas. Sagrario y Angel husmean)
GABRIEL – Para que nazca como es debido,
Sagrario tiene que sufrir. De esa manera va a nacer anormal. Los chillidos del
niño y los de Sagrario tienen que ser uno solo. Créanme.
ANGEL – Deja de meterte en esto ¿quieres?
SAGRARIO – (viendo el libro por el hombro
de Zacarías) Aquí… la respiración… ¿qué dice?
ZACARIAS - Ah, sí, la respiración… lección
quinta… Hoy vamos a hablar de la respiración en sus relaciones con el embarazo
y el parto…
ANGEL – Ahí empieza realmente
ZACARIAS – Calla… (leyendo) El volumen de
aire que respira un individuo en condiciones normales es muy pequeño: más o
menos un litro. Cada vez que inspiramos tomamos un litro de aire, misma
cantidad que espiramos. En verdad, un litro es poca cosa. (Transición) Si, es
cierto, poca cosa un litro, (lee) pero la capacidad de los pulmones es mucho
mayor. (Comenta) Claro, es mucho mayor… (lee) ¿tienen ustedes una idea de cuál
es la capacidad media pulmonar de una mujer, por ejemplo? Pues, de tres a tres
litro y medio…
SAGRARIO – ¿Es posible?
ZACARIAS - Aquí lo dice
SAGRARIO – ¿De modo qué respiramos un solo
litro y podemos respirar tres? ¡Increíble!
ZACARIAS - Aquí lo dice
SAGRARIO – Hagamos la prueba. (Inspira.
Espera) Eso fue un litro, ¿verdad?
ZACARIAS - Sí, como un litro
SAGRARIO – Otra vez. A ver… (inspira y
espira más cantidad) ¿y ahora?
ANGEL – Como litro y medio
SAGRARIO – No, como dos. Yo creo que fueron
dos
ZACARIAS - Pues aquí dice que caben tres
SAGRARIO – Probemos otra vez. (Zacarías y
Angel respiran con ella) ¿Y ahora?
ANGEL – Como dos y medio
ZACARIAS – (Sigue inspirando. Hace señas
para que callen y lo vean. Espira) Cuatro. Yo inspiré cuatro. Tengo los
pulmones más grandes…
SAGRARIO – No puede ser. Allí dice que
hasta tres…
ZACARIAS – Hasta tres y medio dice…
ANGEL – Yo respiré tres y medio, más o
menos…
SAGRARIO – Dice tres y medio, para la
mujer, no para ustedes. La mujer puede respirar más
ZACARIAS - Debe ser lo mismo en el hombre.
Los pulmones no tienen sexo.
SAGRARIO – (inspira) ¿Lo ven? Más que
nunca… ¿Y ahora qué hago?
ZACARIAS - ¿Cómo que qué haces?
SAGRARIO – Respiro… ¿y que hago?
ZACARIAS - Ah, sí… (revisa el libro)
GABRIEL – Los niños nacen del aire. Nacen
de la sangre, de la carne.
SAGRARIO – Pero, Gabriel, deja de
protestar, ¿quieres?
GABRIEL – No te dejes engañar. Eso no
sirve.
ANGEL – ¿Quién la está engañando? ¿Quién
engaña aquí?
SAGRARIO – Quédate tranquilo, Gabriel.
ZACARIAS - - Ah, sí… aquí dice…
SAGRARIO – ¿Qué dice?
ZACARIAS – (leyendo) Los músculos que
arrojan el aire complementario de los pulmones son los que, durante la
expulsión, ayudarán al útero a vaciar su contenido, a expulsar al niño.
SAGRARIO ¿Cómo?
ZACARIAS – (Leyendo) Repito que los
músculos abdominales… (comenta) lo dice de nuevo (lee) son respiratorios en la
mujer…
SAGRARIO – En la mujer, ¿te das cuenta?, en
la mujer, como los pulmones…
ZACARIAS - Sí… (lee) y que durante el parto
participan en el trabajo de la expulsión.
SAGRARIO – No entiendo
ZACARIAS - Espera. (Lee) Esos músculos
abdominales se adhieren a las costillas inferiores, casi las mismas en que se
inserta el diafragma.
SAGRARIO – No puede ser
ZACARIAS – (lee). Desde estas costillas
inferiores, los músculos abdominales pasan a la pelvis, donde se adhieren a las
crestas ilíacas y a las espinas ilíacas…
SAGRARIO - - ¿De las mujeres?
ZACARIAS - Sí de las mujeres, se supone.
SAGRARIO – ¿tenemos crestas y espinas?
ZACARIAS - Aquí lo dice
SAGRARIO – ¿Dónde?
ZACARIAS - En el libro
SAGRARIO – No ¿dónde las tenemos?, ¿Crestas
y espinas, dónde?
ZACARIAS - Ilíacas, dice
SAGRARIO ¿Y qué es ilíacas?
ZACARIAS - Pues no sé… algo homérico… no
sé… déjame seguir… puede que lo explique.
SAGRARIO - Ojalá
ZACARIAS – (releyendo rápido y en voz
baja)… los músculos abdominales pasan a la pelvis, donde se adhieren a las
crestas ilíacas y a las espinas ilíacas… (sube la voz)… y además a los bordes
de la pelvis y su parte más anterior: el pubis. Les aconsejo que recuerden esta
palabra, pubis, ya que a menudo hablaremos de ella… (repite para recordar)
pubis, pubis, pubis…
SAGRARIO y ANGEL – (igual) Pubis, pubis,
pubis, pubis…
ZACARIAS - (Lee) Resumamos: costillas
inferiores, pelvis y pubis al frente. Cuando la pelvis está inmóvil – y lo está
al sentarse o acostarse con las piernas más o menos extendidas -, los músculos
abdominales se contraen.. El punto fijo está abajo, en la pelvis, y sus
contracciones afectarán a las partes que quedan, libres, es decir, la parte
superior, las costillas…
SAGRARIO – Sigo sin entender. ¿Por qué no
saltas otra vez? Busca los ejercicios… ¿Dónde están los dibujitos?
ZACARIAS - No hay dibujitos
ANGEL – Si hay dibujitos… más adelante…
pasa…
SAGRARIO – Dame acá… no ves bien con ese
ojo…
ZACARIAS - Si veo bien.
SAGRARIO – Dame, te digo (Le arrebata el
libro y busca)
ABGEL – ¿Qué te pasó en el ojo?
ZACARIAS – ¿Y a ti qué te importa? ¿No lo
ves? Un puñetazo. (Le pega en el estómago) Ganando en buena lid, como los
grandes, como en las buenas épocas. Hubieras visto como quedó el otro…
SAGRARIO – Aquí está… dice… (lee) este
ejercicio deberán hacerlo acostadas, por regla general; algunas veces sentadas
y de preferencia sin cinturón ni sostén… (Comenta) No uso ni cinturón, ni
sostén… vamos bien… (Lee)… la mejor posición es la parecida a la que toma una
en una silla de playa… (comenta) No tenemos silla de playa…
ANGEL – No, lo que dice es que debes
acostarte y ponerte como en una silla de playa…
SAGRARIO – ¿Cómo es eso?
ANGEL – Dame el libro y acuéstate. Yo te
digo.
SAGRARIO – ¿Tu crees…?
ANGEL – Claro, hazlo ¿No piensas aprender?
GABRIEL – Van a matar al niño
SAGRARIO – Pues… vamos a ver… me acuesto
aquí… (en el suelo)… ¿Cómo es lo de la silla de playa?… ¿Será así?…
ZACARIAS - - Eso es una metáfora. Así está
bien. Puedes incorporarte un poco… un poquito no más…
SAGRARIO – Y ahora, ¿qué hago?
ANGEL – Déjame ver… (Lee rápido y en voz
baja) La mejor posición es la parecida a la que toma una en una silla de playa…
(sube la voz)… ¡Ajá! (lee) Los muslos forman un ligero ángulo con el plano en
que está una acostada, por regla general, la cama… (comenta) La cama, aquí dice
la cama…
SAGRARIO – Ayúdenme entonces… (Zacarías y
Angel la ayudan.)
ZACARIAS - Apártate, Gabriel. Cuidado con
Aspasia. Retira sus pedazos.
GABRIEL – Van a matar al niño
ZACARIAS – ¿No ves que es un libro
científico? Estamos en la era de la ciencia. ¿No lo sabes?
SAGRARIO – (Ya en la cama) Bueno, por regla
general, la cama… aquí estoy… ¿y entonces?
ANGEL – (Lee) Los músculos forman un ligero
ángulo con el plano en que está una acostada, por regla general, la cama…
ZACARIAS - Los muslos forman un ligero
ángulo… dice…
SAGRARIO – ¿Cómo es ese ángulo? ¿Qué hago
con los muslos?
ZACARIAS - Estos son los muslos…
SAGRARIO – No me toques, cochino…
ZACARIAS – Forman un ángulo… un ligero
ángulo…
SAGRARIO – ¿Cómo?
ZACARIAS - Pues con… ¿cómo es que dice,
Angel?
ANGEL – (relee) Los muslos forman un ligero
ángulo con el plano en que está una acostada, por regla general, la cama…
SAGRARIO – ¿Y cómo es?
ANGEL – Escuchen. (Lee) Y las pantorrillas
se sostienen a un nivel que se encuentra entre el de la cabeza y el de la
pelvis.
GABRIEL – Van a matar al niño
ANGEL – ¡Cállate!
SAGRARIO – ¿Cómo es?
ANGEL – (Lee) Las pantorrillas…
ZACARIAS - Estas son las pantorrillas
SAGRARIO – No me toques, sucio. Sí, las
pantorrillas… ¿y entonces?
ANGEL – (lee) Las pantorrillas, se
sostienen a un nivel que se encuentra entre el de la cabeza…
ZACARIAS – Claro, las pantorrillas al nivel
de la cabeza… súbelas…
SAGRARIO - (Tratando) ¿Así…? No puede ser…
GABRIEL – Lo van a matar
ZACARIAS - Al nivel de la cabeza… por aquí…
¿dónde tienes la cabeza?
ANGEL – Dice al nivel de la cabeza, y al de
la pelvis.
SAGRARIO – No puede ser. Son niveles
distintos.
ANGEL – Pues aquí lo dice.
ZACARIAS – No sabes leer
ANGEL – Aquí lo dice
ZACARIAS - Estás leyendo mal. Eso es lo que
pasa
ANGEL – Estoy leyendo bien
ZACARIAS - - No me contestes. Y dame acá
(Le quita el libro)
SAGRARIO – ¿Quieren ponerse de acuerdo?
GABRIEL – Lo van a matar. Lo van a matar
SAGRARIO – ¿Quieres callarte ya? ¡Me tienes
harta! ¿Qué hago con la cabeza? ¿Dónde pongo las pantorrillas? ¿Qué hago con la
pelvis?
ANGEL – Al mismo nivel todo, dice…
ZACARIAS - (Buscando en el libro) ¿Por qué
no te metes la lengua en la oreja? Estoy buscando… no aquí no es… ¿qué hiciste
la página… cual era?
ANGEL – ¿Y cómo voy a saber? ¿No me
quitaste el libro?
ZACARIAS - Me hiciste perder la página a
propósito. Leíste mal.
ANGEL – Leí bien. Al mismo nivel, dice. Eso
dice.
ZACARIAS - Leíste mal. Y no me contradigas
SAGRARIO – (incorporándose) Bueno, basta.
¿Quieren dejar la pelea? Me tienen harta ya de parto, pelvis, cabeza y
pantorrillas. Gabriel tiene razón. Ese libro no sirve. Tendré al verdugo con
dolor. ¡Qué se va a hacer! ¡Yo sé que me va a doler muchísimo! Pero soy yo
quien tengo que pagar las consecuencias, claro, la imbécil (gimotea). Ya me veo
ahí pegando gritos como una tonta. Pero ustedes no se compadecen de mí. No
tienen ninguna consideración. Y ahora el verdugo me está pateando. ¡Como si
fuera poco!. Deja de patear, verdugo, deja de patear. (Llora) Me está doliendo
mucho. Y me va a doler mucho. Ustedes no tienen corazón. No tienen. (Zacarías y
Angel han continuado discutiendo y dicen sus parlamentos sobre el monólogo de
Sagrario. Cuando ésta aumenta su llanto dejan de discutir para atenderla)
ANGEL – No leí mal
ZACARIAS – ¡ Qué no me contradigas te digo!
GABRIEL – ¡Lo van a matar!
ZACARIAS – !Lo que pasa es que Angel…
ANGEL – ¡Angel, siempre Angel!
ZACARIAS – ¡Baja esos gritos, degenerado! Y
busca la página
ANGEL – No voy a buscar nada
ZACARIAS – ¡Ah! ¿No la vas a buscar?
ANGEL – ¡Búscala tú! ¿No eres el que sabe?
ZACARIAS - Una grosería más y te parto los
dientes
ANGEL – ¡Qué vas a partir tú!
ZACARIAS – ¡Los dientes! ¡Te los parto!
¡Busca la página!
ANEGL – ¡Búscala tú!
GABRIEL – Sagrario está llorando
ZACARIAS – ¡Qué la busques, te digo! (Le
tira le libro)
ANGEL – ¡No la voy a buscar! ¡Búscala tú!
(le tira el libro)
ZACARIAS – ¡Angel, un gesto, una palabra
más y vas a ver lo que te va a pasar! ¡Busca la página! (le tira el libro)
ANGEL – ¡No, no la voy a buscar! ¡Cuando te
digo que no es no! (Le tira el libro)
GABRIEL – No llores, Sagrario. (grita)
Sagrario está llorando
ZACARIAS – ¿Qué te pasa?
ANGEL – (Corre a ella) Sagrario…
SAGRARIO – Y si van a romper el libro…
pues, lo rompo yo… ¿no es eso lo que quieren?… (lo busca en el suelo y lo rompe
con rabia) Miren… así… así… que no quede un pedacito… pariré como todas… pegaré
gritos… tiene razón Gabriel… (Gabriel ríe)… y ¡no te rías, Gabriel!… pero me
quedaré con mis pantorrillas y mi cabeza y mi pelvis donde han estado siempre…
¿están contentos ahora? ¡monos científicos!
GABRIEL – (Ríe desaforadamente) ¡El niño se
ha salvado! ¡Nacerá con gritos! ¡Nacerá con gritos!.
ESCENA IV – Juegos
(Gabriel sobre la cama. Angel, sentado en
el suelo, recostado al muro).
GABRIEL – ¿Y ahora?
ANGEL – Ahora, nada (pausa)
GABRIEL – Son como las tres, ¿verdad?
ANGEL – Sí, como las tres (pausa)
GABRIEL – Parece de noche
ANGEL – Como siempre (pausa)
GABRIEL – Me gustaría bañarme. ¿Por qué no
me bañas?
ANGEL – Ahora no.
GABRIEL – ¿Por qué no?
ANGEL – Porque no quiero
GABRIEL – (Con súbita furia) ¿Y tengo que
estar siempre dependiendo de que quieras o no quieras?
ANGEL – Es muy temprano para que comiences
GABRIEL – (Suplicante). Juguemos, ¿quieres?
ANGEL – No
GABRIEL – Busca a alguien entonces
ANGEL – No.
GABRIEL – Me fastidio
ANGEL – Piensa
GABRIEL – Eso es lo que no quiero. (Angel
ríe burlón) No te burles
ANGEL – ¿No te divierte?
GABRIEL – No, ya no
ANGEL – ¿Por qué?
GABRIEL – Me gustaba tu risa antes. Porque
no la conocía
ANGEL – ¿A cuál?
GABRIEL – ¿Cómo?
ANGEL – ¿A cuál no conocías? Tengo varias.
¿No te has dado cuenta?
GABRIEL – Es la misma de siempre.
ANGEL – No. ¿Quieres que te lo demuestre?
Mira… (Va colocando en su rostro risas según sus diferentes descripciones) Una
risa suave, ingenua, tierna… mírala, pero mírala… (Gabriel lo mira) Una risa
alegre, porque me han contado un chiste muy bueno o porque me hacen cosquillas…
¿lo ves?… Una risa insinuante, provocativa, con los ojos clavados en los ojos…
así… ¿te das cuenta? Casi no es una risa, es una emoción interna transmitida de
un ser a otro ser… y ahora la risa que te molesta, la de burla, la de
superioridad, la de fastidio… (por un momento parece que Gabriel fuese a
reaccionar contra esta última risa, pero todo el conjunto lo ha subyugado) Y
ahora mi risa, la verdadera, nuestra risa… (Ríe como un niño, Gabriel se deja
llevar y lo imita. De pronto Angel deja de reír, se levanta con expresión neutra
y toma agua del viejo tinajero)
GABRIEL – (Natural, deja de reír) ¿Comemos?
ANGEL – No
GABRIEL – Tengo hambre
ANGEL – A veces es bueno sentir el estómago
vacío. Me da fuerzas.
GABRIEL – Pero a mí no
ANGEL – Eso es lo malo
GABRIEL – ¿Qué?
ANGEL – Somos distintos. Me gustaría un
ser, no igual a mí porque es imposible, pero lo más parecido. Que sintiera las
mismas cosas a las mismas horas, que funcionara como yo. Como dos relojes,
exactos, precisos.
GABRIEL – No se consigue
ANGEL – No
GABRIEL – El más parecido que he encontrado
eres tú… y qué diferente eres.
ANGEL – Querrás decir el más diferente
GABRIEL – No, el más parecido
ANGEL – Pero si es mentira
GABRIEL – ¿Qué?
AGEL – Si es mentira. ¿Por qué lo dices?
GABRIEL – Siento que es así (Pausa)
ANGEL – Ese es otro asunto ¿Te has dado
cuenta?
GABRIEL – ¿De qué?
ANGEL – Inventas cosas y las crees
GABRIEL – ¿Y no es lo mismo?
ANGEL – ¿Qué?
GABRIEL – ¿Los juegos?
ANGEL – No es igual. Los inventamos, pero
al jugarlos los estamos realizando. Son una realidad.
GABRIEL – Una realidad inventada
ANGEL – Que se hace realidad. En cambio lo
que tú inventas dentro de esa pequeña cabeza; eso que tú crees, eso que
aumentas y cultivas y riegas y enriqueces… ¿cuándo es realidad?
GABRIEL –Lo vivo
ANGEL – (Le toma la cabeza con una mano y
la gira como abriendo una llave) ¿Allá adentro?
GABRIEL –Si, allá adentro. ¿No es valioso?
(Pausa. Angel se retira. Pinta formas en el muro de la derecha: ángeles,
monstruos, figuras imprecisas que traza con gran fuerza) ¿sabes lo que he
pensado? Te molesta mucho
ANGEL – ¿A mí?
GABRIEL – Te molesta mucho que funcione
algo que no puedas controlar… o copiar
ANGEL – (Con una risa nueva. Nervioso) ¿Tú
crees?
GABRIEL – No me digas que… ¿Acaso eres
adivino? No puedes llegar hasta allí. Hasta allí, no.
ANGEL – Pero si es desde allí de donde
precisamente parte todo
GABRIEL – ¿Desde dónde?
ANGEL – ¿Sabes lo que estás hablando?
GABRIEL – (Furioso y descontrolado) ¿Por
qué? ¿Cómo no voy a saberlo? Si lo supiera no hablarías conmigo como lo haces.
¿Porqué entonces me haces creer… ?.
ANGEL — ¡Cálmate! ¿Quieres? No es el
momento.
GABRIEL – Es el momento, es el momento. Mi
momento
ANGEL – Mira este garabato
GABRIEL – Mi momento no es el del garabato
es este momento precisamente…
ANGEL – Empiezas a fallar
GABRIEL – No. No fallo nunca. No fallo
nunca. Tú lo sabes. ¿Por qué estás así? Yo quiero que seas como otras veces.
ANGEL – Nunca soy igual. ¿No te has dado
cuenta? Además, eso viene solo. No lo busques.
GABRIEL – ¿Cuándo? ¿Cuándo?
ANGEL – Viene solo. Y no te enojes (pausa)
Mira este garabato…
GABRIEL – No quiero saber nada de garabatos
ANGEL – Ah, ¿no quieres saber nada de
garabatos? ¡Qué lástima! Te tenía una sorpresa
GABRIEL – ¿Cuál? (Pausa que Angel hace
pesar concienzudamente)
ANGEL – ¿Quieres verlo ahora?
GABRIEL – (dulce) Tú sabes que no me gustan
los garabatos
ANGEL – ¿Ni los míos?
GABRIEL – Algunos
ANGEL – Mira éste entonces. Puede que te
guste
GABRIEL – (Mira rápido) Es bonito
ANGEL – Bonito es una palabra horrenda. ¿No
te dice nada?
GABRIEL – (Con dificultad) Pues… es
diferente a los demás…
ANGEL – (Rápido) ¿Qué más?
GABRIEL – Es… de otra forma
ANGEL – (acosándolo) Sí, de otra forma ¿Qué
más?
GABRIEL – No tiene cabeza
ANGEL – ¿Entonces es un cuerpo?
GABRIEL – ¿Cómo?
ANGEL – Si no tiene cabeza es que se trata
entonces de un cuerpo
GABRIEL – No. No es un cuerpo
ANGEL – ¿Estás seguro?
GABRIEL – Déjame ver
ANGEL – ¿Quieres que me aparte?
GABRIEL – No, estás bien…
ANGEL – Me quito…
GABRIEL – Pero si no…
ANGEL – Es mejor. (Se retira) Así lo ves
totalmente… (pausa) ¿Qué dices?
GABRIEL – (Pausa y luego rápido) Si es un
cuerpo, sí es un cuerpo.
ANGEL – ¿El cuerpo de quién?
GABRIEL – El cuerpo de nadie
ANGEL – Pero si es un cuerpo tiene que ser
el cuerpo de alguien.
GABRIEL – No, de nadie
ANGEL – (En crescendo) ¿Cómo de nadie? ¿No
te recuerda a alguien, a algo? ¿Es la primera vez que lo ves? ¿Te gusta? ¿Qué
impresión te causa?
GABRIEL – (A pesar suyo) Me muerde
ANGEL – (Risa como un gruñido) Es un perro
entonces… si te muerde…
GABRIEL – No, no es un perro
ANGEL – ¿Un águila?
GABRIEL – No
ANGEL – ¿Un pez?
GABRIEL – No, no es un animal
ANGEL – Entonces es un ser humano
GABRIEL – No, no es un ser humano.
ANGEL – ¿Qué es entonces?
GABRIEL – No, no sé…
ANGEL – Si no es un animal ni un ser
humano, ¿qué es?
GABRIEL – (llorando) No, no sé
ANGEL – (Lo mira sinceramente conmovido y
dice después de una pausa) Idiota, ¿te vas a poner a llorar por eso?
GABRIEL – No sé, no sé
ANGEL – ¿Y qué importa? Otras veces has
fallado y no has reaccionado así. ¿Por que hoy?
GABRIEL – Me siento mal
ANGEL – ¿Qué tienes?
GABRIEL – No sé, no sé, me siento mal.
ANGEL – ¿Y por qué no me lo has dicho?
Siempre me cuentas. Vamos, idiota, no llores. (Pausa) (Gabriel llora) Era un
juego Gabriel.
GABRIEL (Disminuye su llanto sin alzar la
cabeza de sus piernas) ¿Un juego? (Levanta la cabeza lentamente) ¿De verdad?
¿Un juego?
ANGEL – (Ríe) Claro. (Da saltos sobre la
cama).
GABRIEL – (Ríe también) ¿Por qué no me lo
dijiste? (Salta también)
ANGEL – Quedamos en no hacer nunca trampas
¿recuerdas? (salta fuera de la cama)
GABRIEL – Es verdad, es verdad
ANGEL – (camina impreciso alrededor de la
cama) ¿ves cómo siempre te equivocas?
GABRIEL – Es que tú…
ANGEL – (casi grita) “!Es que tú… es que
tú!” ¡Siempre yo!
GABRIEL – Sí, siempre tú
ANGEL – Y ahora… dime la verdad
GABRIEL – (Asustado) ¿Qué verdad?
ANGEL – La verdad
GABRIEL – ¿Cuál?
ANGEL – Hoy no te sientes mal. Es que pasa
algo
GABRIEL – No.
ANGEL – ¿No? ¿No pasa nada?
GABRIEL – Nada
ANGEL – ¿Seguro? No me mientas, Gabriel
GABRIEL – No, no te miento. Te lo juro.
ANGEL – No me mientas, Gabriel. (Pausa) Si
no me lo dices, ya sabes lo que te va a pasar.
GABRIEL – (Aterrorizado) ¡No, no!
ANGEL – (Suave, sencillo) Entonces dilo
GABRIEL – (Voz blanca. Como ignorando a
pesar suyo) Pero… ¿Qué te voy a decir?.
ANGEL – Eso que tienes, eso que sabes, eso
que pasa
GABRIEL – Pero es que… (pausa)
ANGEL – (Continúa lento su caminar) Te voy
a dar diez segundos de tiempo. Diez segundos son suficientes. ¿De acuerdo?
GABRIEL – (Le cuesta decir) Sí…
ANGEL – (Contando pasos inverosímiles) Uno…
dos… tres…
GABRIEL – ¿Por qué no lo dejamos para más
tarde?
ANGEL – cuatro… cinco… seis…
GABRIEL – (Deprisa, sin puntuaciones,
histérico) Pues pasa que esos garabatos me asustan cuando te vas y me dejas
solo tirado en esta cama de la cual no puedo bajarme para decirte que yo quiero
que entiendas que me asustan enormemente los garabatos porque no me recuerdan
nada de ti y eso es lo terrible que no tienen cosas tuyas dentro de ellos
aunque tú no comprendas que sea así, compréndeme a mí Angel, compréndeme a mí y
a ese terror, un terror como el de los amaneceres que no puedo evitar cuando te
vas y no sé si vas a volver y me parece entonces que los garabatos van a tomar
forma y se van a adueñar de mí, no quiero, no quiero… (pausa larga)
ANGEL – ¿Eso es todo?
GABRIEL – (Lento, como si se hubiera
quitado un gran peso de encima, cansado) Eso es todo (pausa)
ANGEL – No es todo
GABRIEL – (Asustado) ¿Ah?
ANGEL – No es todo. Ponte de pie.
GABRIEL – ¿Cómo?
ANGEL – Ponte de pie
GABRIEL – ¿Ahora?
ANGEL – Sí, ahora. (Gabriel obedece) De
espaldas a mí. (Gabriel obedece) Camina
GABRIEL – ¿Hasta dónde?
ANGEL – Abre los brazos. Haciendo
equilibrio. Como si fuera un gran precipicio. Camina. (Gabriel obedece) No
empieces a toser.
GABRIEL – (Tosiendo) No puedo evitarlo
ANGEL – Que no tosas, te digo.
GABRIEL – Es que no puedo
ANGEL – Regresa, de espaldas siempre…
regresa. (Gabriel obedece) Un poco más a tu izquierda… un poco a tu derecha… un
poco más hacia mí…
GABRIEL – ¿Hacia ti? ¿Dónde estás? ¿Dónde
estás tú?
ANGEL – No importa
GABRIEL – (Como un niño) Sí importa. Si me
importa. (Angel se queda mirando un punto fijo en el suelo. Gabriel espera,
inmóvil. Pausa larga, angustiosa) ¿Aquí?
ANGEL – Sí, ahí
GABRIEL – No, aquí no es…
ANGEL – No importa. ¿No dices que no
importa?
GABRIEL – Si importa. Te digo que sí me
importa.
ANGEL – Está bien ahí, Gabriel, está bien.
No te preocupes.
GABRIEL – ¿Y que hago ahora?
ANGEL – Quédate ahí (busca un lugar desde
donde observarlo. Se decide por el centro del primer plano. Se sienta en el
suelo. De espaldas al público)… Estás muy bien… se ve muy bien… en bien de la
humanidad… como un rey… (abre los brazos y se acuesta)
GABRIEL – ¿Estoy bien? (Pausa).
ANGEL – No te he contado lo que veo cuando
salgo fuera de aquí.
GABRIEL – (vuelve la cabeza) No.
ANGEL – (Grita) No te muevas. (Gabriel
obedece). La primera impresión es la salida a un sol que hace mucho tiempo no
gozas.
GABRIEL – Quería contarte sobre eso. Otro
secreto. A veces Sagrario abre la puerta y el sol me calienta la cama.
ANGEL – No hables ¿quieres? (Continuando)…
Un sol que hace mucho tiempo no gozas. Después comienzan las piedras y las
caras. Piedras gigantescas de materiales inanimados, unas veces cristal, otras
veces cemento. De todos tamaños. Altas, gordas, esbeltas, aplastadas.
GABRIEL – (nervioso) Déjame volverme.
Quiero ver tu cara mientras me cuentas.
ANGEL – (grita) Te dije que no hables. (se
vuelve lento al público mientras habla) y después son las caras. Como las
piedras, pero más terribles todavía. Por que tienen expresiones, gestos,
colores, olores. ¿Quieres ves mi cara, Gabriel? ¿No la conoces de memoria?
GABRIEL –(Débil) No.
ANGEL – (Suave) No hables, te digo
(Continúa el relato). Imagínate miles de rostros, todos con dos ojos, una
nariz, una boca, una barbilla, un poco de pelo encima de la frente. Todos
tienen lo mismo y, sin embargo, son totalmente distintos. ¿Qué como sabe uno
que son distintos?. Uno lo sabe al verlos. No hay que aprenderlo, ni ir a una
escuela, ni leer un, libro para saber que cada rostro es distinto y que si nos
da la gana podemos recordarlo toda la vida. ¡Y las expresiones! ¡Fabulosas!
Encuentras al triste que casi va a llorar pero que no tiene lágrimas, al triste
que no quiere llorar, al triste que llora, y a un cierto triste que en realidad
está muy triste por dentro. Es cosa de matices. Alquimias (Se levanta y camina
como si fuera por la calle) encuentras al distraído qué no tiene motivos de
distracción, pero que distrae a uno, al distraído que se queda mirando el pote
de la basura o un pedacito de papel que el viento mete dentro de la
alcantarilla; al distraído apasionado; al distraído que no le importa nada, ni
su propia vida. Lo atropellan. Alguien dice: “Muerte por distracción”. (Pausa),
y más allá la venta de objetos: el hombre con el globo y el animal de caucho,
la mujer con la lotería y el azar. El niño con las noticias de última hora. Y
no te he hablado de las máquinas: viejas, nuevas; pulidas, embarrialadas.
Frenan, se cruzan, vomitan sordos o agudos mugidos, se escapan, amenazan,
acarician tu pierna con suavidad. ¿ Y que pasa con todo eso? Preguntarás tú.
Puede pasar mucho. Aveces no pasa nada. (Muy intencional) A mí me pasa ¿sabes?
Yo salgo y me miran. Te juro que me miran. Las piedras, los rostros, las
máquinas. Me miran. Con toda clase de miradas. La indiferencia está allí. El
odio está allí. El deseo ronda por allí. Porque puede ocurrir que alguien se te
aproxime y se produzca el contacto. ¿Y cómo es el contacto?, Preguntarás tú.
Puede ser de muchas clases. Con la vista, con el pensamiento. Pero también
puede ser con el cuerpo. Un ligero roce de los brazos o de las piernas. Una sencilla
insinuación de poros. ¿Tú entiendes, Gabriel?.
GABRIEL – Mentira. (Cae desmayado. Pausa.
Angel mira con temor).
ANGEL – Gabriel… (pausa) Gabriel… (pausa)
¿estás bien, Gabriel? (Se acerca, lo toma, lo vuelve).
GABRIEL – (Susurro) No podía más, perdóname.
ANGEL – (casi igual) Está bien, está bien.
¿Quieres que te bañe?.
GABRIEL – Bueno. (Angel entra al baño.
Gabriel se va incorporando lentamente). ¿Cómo es ese cuarto, Angel? (Silencio.
Un poco más alto) ¿Cómo es ese cuarto, Angel?.
ANGEL – (Desde el cuarto le sigue el juego)
Chiquito.
GABRIEL – ¿Muy chiquito?.
ANGEL – (desde el cuarto) Muy chiquito.
(Pausa. Angel entra con una palangana de agua y una esponja. Se acerca a
Gabriel y le quita la camisa. La cuelga. Se sienta junto a Gabriel. Comienza a
frotar lentamente sus brazos y espalda)
GABRIEL – Todo era mentira. ¿Verdad?
ANGEL – ¿Qué?
GABRIEL – Nadie te mira. Ni con
indiferencia, ni con odio, ni con deseo. Nadie te mira.
ANGEL – ¿Lo prefieres así?
GABRIEL – No es eso.- es que… no puede ser…
ANGEL – ¿No puede ser?
GABRIEL – No cabe dentro de mí
ANGEL – Y sin embargo, lo estás
resistiendo. Y muy tranquilamente, me parece.
GABRIEL – Por fuera
ANGEL – ¿Por fuera?
GABRIEL – Por fuera estoy tranquilo. Dentro
es un infierno. Es tan grande… tan grande… como una mentira que me diera
vueltas, vueltas y vueltas en el fondo de la verdad… una bola de fuego rodando
dentro de mí…
ANGEL – Apágala
GABRIEL –Apágala tu.
ANGEL - ¿Yo?
GABRIEL – El único… que puede…
ANGEL – No me des más fuerza de la que
tengo.
GABRIEL – Tienes más fuerza de la que
tienes.
ANGEL – Tú crees… Tú lo inventas…
GABRIEL – No, no lo invento. Estoy seguro
ANGEL – Me haces daño con eso
GABRIEL ¿Daño? ¿Yo?
ANGEL – Sí
GABRIEL – No es posible. No juegues más.
Dime cualquier cosa menos eso.
ANGEL – Es así
GABRIEL – ¿Cómo te voy a hacer daño, Angel?
¡Yo a ti! ¡No, no, no!
ANGEL – Sí
GABRIEL – Mentira. Nunca me lo habías dicho
ANGEL – Nunca
GABRIEL – Entonces es mentira, ¿lo ves?
ANGEL – ¿Tú crees que lo hemos dicho todo?
Cada día nacen cosas y esas cosas se transforman en otras, y en otras, y en
otras. Por eso la verdad no es una sola y uno tiene que estar saltando – como
saltar obstáculos, ¿sabes? – saltando, saltando, en esta carrera que no tiene
límites…
GABRIEL – Tiene que haber un límite
ANGEL – Tu lo buscas. Yo no.
GABRIEL – ¿No quieres un final, una
conclusión?
ANGEL – No
GABRIEL – ¿Por qué?
ANGEL – ¿Para qué? (pausa)
GABRIEL – (Sombrío) Déjame
ANGEL – ¿Cómo?
GABRIEL – Déjame. Ya está bien. Llévate esa
esponja y esa agua. Llévatelas.
ANGEL – Si tú quieres (Lo hace. Entra al
baño)
GABRIEL – (Solo) ¿Por qué caminas entones
de un lado a otro en este espacio? ¿Por qué lo haces? (Entra Angel. Gabriel
repite casi igual) ¿Por qué caminas entonces de un lado a otro en este espacio?
¿Por qué lo haces?
ANGEL – Tengo que hacer algo
GABRIEL – ¿Por eso? ¿Nada más que porque
tienes que hacer algo?
ANGEL – (Se recuesta del muro) Sí
GABRIEL – No lo creo
ANGEL – Como quieras
GABRIEL – ¿Sabes lo que pienso y tengo escondido
como un secreto?
ANGEL – No
GABRIEL – Caminas para molestarme. Los
garabatos para molestarme. Los espacios que cruzas, la actividad, el ir y
venir, el entrar por allí, el salir por allí, tus ruidos en el baño, el
recostarme, el levantarte, el no mirarme, el mirarme, para molestarme, para
molestarme.
ANGEL – ¿Para eso? No
GABRIEL – ¿Y sabes por qué lo he permitido?
Porque pensé que buscabas algo, que pensabas algo, que era importante
soportarlo, que necesitabas un límite, un fin. Aunque ese fin sea el
molestarme.
ANGEL – No, no es así.
GABRIEL – ¿Entonces?
ANGEL – Tú has llegado a un sitio. A ése.
(Se refiere a la cama) Y mentalmente has llegado a otro fin: Yo. Pero yo no
quiero llegar.
GABRIEL – Tienes que hacerlo
ANGEL – Es terrible detenerse
GABRIEL – No me he detenido. Aquí puedo
también ir de un lugar a otro. Mira. (Lo hace) Volverme, sentarme,
arrodillarme, levantarme, ir arriba, ir abajo, a lo ancho. Es inagotable. Cada
rincón de esto (Acaricia la cama) Cada poro, cada secreto, cada arruga. Su
dolor, su frío, la temperatura que no puedes describir. La angustia tuya que se
ha metido dentro del colchón. La alegría que puede estar debajo de la almohada…
o a tus pies… Puede ser tan grande mi espacio como el tuyo. Y dentro del tuyo
incluyo también la ciudad.
ANGEL – Si, puede ser.
GABRIEL – Y respecto a lo otro. A mi fin:
Tú. No es que yo haya llegado. Que me haya estacionado en esa idea. No, Angel,
no. Al llegar allí he tenido que comenzar a caminar de nuevo. Estoy caminando.
Es difícil. Como empezar otra vez algo que no se ha empezado nunca. Puede… que
no llegue…
ANGEL – No, no vas a llegar
GABRIEL – ¿Qué?
ANGEL – No se puede llegar. ¿Quieres el
fin, verdad? El fin inmediato, precipitado…
GABRIEL – No, no…
ANGEL – Sé que es así. Pues quiero que
sepas que no. ¿Y sabes por qué? Porque lo único que me importa es el proceso.
Sea cual sea, está bien. Pero el fin no.
GABRIEL – Eres injusto
ANGEL - ¿Soy un juez acaso?
GABRIEL – Te estás mintiendo
ANGEL – ¿Soy un imbécil?
GABRIEL – No sé lo que pretendes
ANGEL – No pretendo nada. Allí está
justamente el problema. No pretendo nada. Nada. No quiero conclusiones ni
argumentos siquiera. Pero a ti se te antoja que sí. Y ése es el muro.
GABRIEL – ¿No dices que hay que saltar?
ANGEL – Desde que llegaste ahí… (la cama)…
todo ha cambiado…
GABRIEL – Tú lo quisiste. Nos pusimos de
acuerdo
ANGEL – En el fondo sí. Para ver qué
pasaba. ¿Entiendes, cretino?. Para ver qué pasaba
GABRIEL – (grita) Pues ya ves lo que pasa.
¿Qué dices ahora? ¿Podemos sostenernos así?
ANGEL – ¿Qué quieres? ¿Descubrirlo todo?
¿Qué lo grite? (Grita) ¡Él puede bajarse! ¡Era una mentira! ¡Era un juego!
GABRIEL – ¡No, no!
ANGEL – (Transición. Suavemente) Además, te
juro que me gusta así. No sé exactamente por qué, pero me gusta así
GABRIEL – ¿Y el dolor?
ANGEL – ¿A cual dolor te refieres? Porque
yo no tengo dolor ¿Al tuyo?
GABRIEL – Pensaba que al de ambos
ANGEL – Suena feo “ambos”. Como un monstruo
bicéfalo
GABRIEL – ¿Y no es así?
ANGEL – (Remarcándolo) No. Y me gustaría
tanto que aprendieras eso. No es así.
GABRIEL – ¡Basta, Angel! ¡Te juro que no
puedo más!
ANGEL – ¿Hoy es tu día, eh?
GABRIEL – ¿Por qué no te vas? (Grita)
¡Busca a alguien!
ANGEL – No.
GABRIEL – Estoy por creer que es mejor
cuando estamos acompañados. Cuando casi no nos hablamos.
ANGEL – Porque es como una protección, ¿no?
(Acusador) ¡Y eso me molesta de ti, porque allí empiezan las diferencias! Yo no
quiero protecciones, engaños dentro del engaño. Me gusta el asunto crudo, vivo,
como una llaga. Mientras más desnudo mejor.
GABRIEL - Eres más fuerte que yo.
ANGEL – He pensado en eso. Muchas veces.
Muchas veces. Y he llegado a la conclusión de que somos de fortalezas
distintas, de que todo el mundo es de fortalezas distintas. Unos somos más
fuertes para una cosa, otros para otra cosa. Unos somos más débiles en algo o
por algo. Y así. Multiplícalo y multiplícalo. (Gabriel ríe) ¿Qué pasa? ¿Por qué
te ríes?
GABRIEL – Me da risa pensar en una posible
debilidad tuya.
ANGEL – ¿Lo dices en serio, Gabriel?
GABRIEL – Claro que no sé por qué cuando
Zacarías…
ANGEL – (Se le acerca) ¿Lo dices en serio,
Gabriel?
GABRIEL – Es que es tan absurdo y yo creo
tan…
ANGEL – (lo toma por los hombros) Mírame.
Pero mírame bien. Aquí, directo a la pupila, directamente.
GABRIEL ¡No, no!
ANGEL – Tú sabes que soy débil
GABRIEL – ¡No, no!
ANGEL – ¿Quieres que te lo demuestre?
GABRIEL – ¡No!
ANGEL – ¡Pero tú sabes que soy débil!,
¿verdad? (Le pega repetidas veces mientras grita) ¡Débil, débil, débil, débil,
débil, débil, débil, débil, débil, débil, débil! (Agotado, jadeante, se sienta
en el mismo sitio y en la misma posición en que estaba al comenzar la escena.
Gabriel se ha escondido entre sus propios brazos. Pausa larga. Angel se
levanta. Toma la camisa y se acerca a Gabriel, se diría que lleno de ternura)
Déjame… déjame… (Gabriel se deja poner la camisa. Angel camina hacia la puerta
de la calle)
GABRIEL – (Débil) ¿Vas a salir?
ANGEL – (se detiene) No… no sé…
GABRIEL – ¿Qué vas a hacer?
ANGEL – Nada. (Gabriel inmóvil. Angel
camina lento sin saber que hacer. Enciende un cigarrillo. Mira el último dibujo
que hizo en el muro. Trata de pintar algo, pero no puede. Desiste de la idea.
Está nervioso. Mira la puerta. No puede evitarlo. Quiere salir. Camina decidido
hacia ella)
GABRIEL - (Desgarrador) ¿No te das cuenta
que es verdad, que vas a salir? (Angel se ha detenido a las palabras de
Gabriel. Entra Sagrario, entreabriendo apenas la puerta. Trae una bolsa. Pasa
forzadamente entre muro y hoja, de modo que el sol no caiga sobre la cama.
Cierra la hoja. Mira a Angel. Este se devuelve y pasea).
SAGRARIO – ¿Vas a salir?
ANGEL – (tose) No.
SAGRARIO – Fumas demasiado. Te lo he dicho
ANGEL – (Sin dejar de toser) Me hace falta
SAGRARIO – Un día vas a estallar de humo
(Pausa) ¿Vas a salir entonces?
ANGEL – No, no
SAGRARIO –Bota ese cigarro. Dámelo. (Angel
se lo alcanza rápidamente. Ella lo fuma) ¿Qué has hecho en las vacaciones
ANGEL – Nada
SAGRARIO – ¿No las has aprovechado? Yo sí.
ANGEL – Las vacaciones son para descansar.
Para no hacer nada
SAGRARIO – Para hacer cosas distintas. Una
de ellas es no hacer nada, tienes razón. Pero yo prefiero gastar mi tiempo en…
en pasear, por ejemplo. Vengo de atravesar un enorme parque que siempre me
había llamado la atención y que no conocía por dentro.
ANGEL – No debes caminar tanto… el niño…
SAGRARIO – Al verdugo le gusta que yo lo
pasee. Lo zarandeo por esas veredas. Paso por delante de los policías…
(risotada)… ¡y ellos se descubren! Por eso me gusta pasear en las vacaciones.
No es lo mismo cuando lo hago por deber. Entonces no soy una señora y ellos me
corretean con sus amenazas y con sus pistolas. Ahora no. Ahora hacen gestitos,
sonrisitas, gorritas en mano, que parecen decir: “Todo está bien, señora. ¡Qué
grato es su embarazo! ¡Siga así, siga así! ¡Vuélvalo a hacer!” ¿Y saben lo que
hago? Pongo aire de señora importante, levanto la barbilla, empujo al carajito
hacia afuera… y ¡paseo! Vengo de pasear. ¿Se lo dije, no? (Pausa intencional)
¿Tú no vas de paseo, Angel?
ANGEL – Si tú quieres
SAGRARIO – Me conoces y me complaces. ¡Eres
un amor! (Lo mira esperando que se vaya. Angel se dirige a la puerta)
GABRIEL – ¡Angel! (Angel sale entreabriendo
apenas las hojas de la puerta de modo que el sol no toca la cama).
SAGRARIO – ¿Pasa algo?
GABRIEL – No. ¿Qué va a pasar?
SAGRARIO – Huelo cosas
GABRIEL – Es tu nariz
SAGRARIO – Me la sueno bien todos los días
GABRIEL – Pues no pasa nada
SAGRARIO – (Cariñosa, abre la bolsa) Te
traje pollo. ¿No has comido, verdad? Nadie se ocupa de ti. ¿Qué pedazo te
gusta? (Desmiembra el pollo con las manos)
GABRIEL – El que tú quieras
SAGRARIO – No, el que yo quiera no. Dime:
ala, muslo, pechuga, patas. ¿Muslo? ¿Pechuga?
GABRIEL – Bueno, pechuga
SAGRARIO – Toma. (Le entrega una parte) Yo
me comeré esta. Y guardamos un poco para más tarde. ¡Me da un hambre! (Come.
Arrima la silla con los pies para sentarse más cerca de Gabriel) Pero come,
idiota: Se va a enfriar.
GABRIEL – Sí (Come)
SAGRARIO – Es sabroso. Rico, rico. Seguro
que era un pollo grande, rey de un corral, Don Juan de gallinas y pollitas,
bien alimentado. Un pollo sensual. ¿No te gusta?
GABRIEL – Sí
SAGRARIO – Pues dilo. ¿Qué es vivir
entonces? Comer un pollo sabroso y decirlo, en alta voz, que lo escuche todo el
mundo. Dilo.
GABRIEL – ¿Qué voy a decir?
SAGRARIO – ¡Me gusta el pollo! (Pausa.
Come). Pero dilo: ¡me gusta el pollo!
GABRIEL – Si me gusta el pollo
SAGRARIO – ¡Qué apático! Desde que tienes
que estar montado día y noche en esa cama te has vuelto apático. Antes no eras
así llega uno a dormir y ya estás cansado de tanta cama.
GABRIEL – No, no es que me canse, es que…
SAGRARIO – ¿Qué es el amor, Gabriel?
GABRIEL – ¿Cómo?
SAGRARIO – ¿Te has dado cuenta que es una
tontería necesaria? Necesaria pero tontería. Es una invención. Eso. Una
invención. (Sin dejar de comer) Uno inventa que una persona le hace falta
porque esa persona es más bella, más inteligente y más simpática que los demás.
Se empieza a funcionar en esa órbita y ¡claro!, nos damos cuenta un día de que
no era tan bella, ni tan inteligente, ni tan simpática. Entre los demás y la
propia persona se encargan de hacérselo ver a uno. En ese momento, uno se dice
a sí mismo, muy seriamente: “¿Te das cuenta? ¡No era así, como te lo habías imaginado!
¡Muera el amor!”. Pero…! zas, cataplum, chinchín, cataplum, zas, zas! Viene la
tragedia: No podemos… (Recalca) No podemos, Gabriel, no podemos. Seguimos
enamorados. Eso es el amor ¿Es eso? Intervienen el orgullo. ¿Quiere decir que
estaba equivocada? ¡No es posible! Intervienen el prejuicio: “No voy a dar mi
brazo a torcer ante la gente”. Pero interviene también el amor. Y eso es lo
grave. “Lo quiero, pero si lo quiero, así como es, ¿qué hago?, ¿Qué puedo
hacer? ¡No puedo hacer nada!” (Come. Lo mira) ¿Me estás escuchando?
GABRIEL – Sí
SAGRARIO – ¿Y qué piensas?
GABRIEL – Es… distinto a lo tuyo…
SAGRARIO – Pero, dilo. ¡Vive!
GABRIEL – Sí, lo vivo
SAGRARIO – Pero por dentro, ¿verdad? Que te
coma, que te muerda, que te haga daño, que te queme como un ácido. ¿Te das
cuenta que estamos hablando, por fin, después de tanto tiempo?. Bueno, estoy
hablando yo, como siempre. ¿Por qué no estallas?
GABRIEL – ¿Ah?
SAGRARIO – (Furiosa) ¿Por qué no estallas,
te digo? ¿Tampoco entiendes? ¿Hay que saber un idioma especial para hablar
contigo?
GABRIEL – (Suave) No te enfurezcas.
SAGRARIO – (Conmovida) No, si no me
enfurezco. Reacciono así ¿Me das un ladito? ¿Puedo subirme? Ayúdame (Gabriel la
ayuda. Sagrario se acuesta en la cama. Saca un trapo y se limpia las manos)
Toma, límpiate las manos. No botes los huesos. Déjalos por ahí. Son útiles para
Zacarías, para las muecas. (Gabriel se limpia las manos. Sagrario mira el
techo) Muchas noches he despertado con la idea de que cae una escalera desde el
espacio hasta aquí. Y yo te despierto y te digo: “Gabriel, Gabriel, vamos, es
el momento”. Pero tú te duermes de nuevo y yo me quedo mirando la escalera y no
me voy porque no quiero irme sola (Pausa) Son sueños. (Pausa) ¿Tú no sueñas?
GABRIEL – Sí, a veces.
SAGRARIO – ¿Qué sueñas?
GABRIEL – Sueños
SAGRARIO – (Risotada) Claro, idiota, sueñas
sueños. ¿Qué vas a soñar? ¿Pero, cómo son? (Con un cierto disgusto interior que
trata de dominar) ¿En colores?
GABRIEL – No, en blanco y negro
SAGRARIO – ¡Bah, esos no son bonitos!
(Pausa) ¿Y con quién?
GABRIEL – ¿Ah?
SAGRARIO – ¿Quiénes aparecen en tus sueños?
(Pausa) ¿O no aparece nadie?
GABRIEL – Si aparece…
SAGRARIO – ¿Quién? ¿Alguno de nosotros?
GABRIEL – (Rápido) Todos aparecen. Tú,
Zacarías…
SAGRARIO – ¿Y qué hacemos? ¿Cómo somos en
tus sueños? ¿Somos iguales?
GABRIEL –Bueno, no siempre sueño con
nosotros. A veces aparecen animales, o el fondo del mar, o el aire, o caras que
no conozco, o gente sin caras.
SAGRARIO – Pero nosotros ¿cómo aparecemos?
¿con caras?
GABRIEL – Bueno…
SAGRARIO – ¿Aparecemos cambiados o como
somos?
GABRIEL - Yo no sé cómo somos
SAGRARIO – Me refiero a las caras
GABRIEL – Ah, las caras… sí… pues son
iguales. Por eso sé que somos nosotros…
SAGRARIO – No me refiero a las fisonomías. Las
expresiones, los gestos. ¿Qué hacemos, cómo nos comportamos? ¿Decimos algo?
GABRIEL – ¿Palabras? No, no hay palabras
SAGRARIO – Los gestos, digo, las
expresiones. Yo, por ejemplo. Si sueñas conmigo tengo derecho a saberlo.
GABRIEL – Ah, tú… bueno, tú… en el último
sueño estabas montada sobre una… (Acceso de llanto)
SAGRARIO – Bueno, bueno. Ven, recuéstate
aquí. (Sagrario lo ayuda y logra que Gabriel se recueste en su hombro) ¿Sobre
una qué?
GABRIEL – (El llanto sigue y va paralelo al
texto que dice sin ilación y sin sentido)… sobre una langosta y la langosta
tiene alas de mariposa tú te ves muy hermosa montada allí arriba pareces una
reina cuando miles de abejas te colocan un velo flotas en el espacio yo montado
a un elefante te sigo nube a nube conociendo las estrellas la sangre de los
caballos el abecedario cada niño trae un caramelo largo de esos de palito y
manzanas envueltas en caramelo comemos alegres tú te ves hermosísima te juro
que te ves hermosísima… (El llanto se convierte en gemido agudo).
SAGRARIO – (Maternal, pasa su mano por la
cabeza de Gabriel) Bueno, bueno. Es muy bonito tu sueño, muy bonito. (Pero lo
dice con escondida amargura porque sabe que es mentira).
ESCENA V – EL BAUTIZO
(En medio de la escena: Aspasia, ya
terminada, con la peluca y el traje que usará Sagrario en la Escena I. Rodean a la
muñeca: Sagrario, de vestido largo blanco y Angel y Gabriel, con viejos
“smokings”. Zacarías, de roído frac, está junto a Aspasia. Todos con velas
encendidas).
ZACARIAS – ¿Qué líquido regar en sus
blondos cabellos? ¿Qué palabra mágica nueva pronunciar, para que ella se la
aprenda en monosílabos?. Ma-má: No. Ya no existe. Nunca existió. Pa-pá: No. Ya
no se sabe. Es temerario. An.gel: Suena a demonio. Ga-briel: Suena a infierno.
Sa-gra-rio: Sabe a dolor. Za-ca-rías: Parece muerta. Mejor no enseñarle
ninguna. Pronunciar muchas y que ella misma escoja. Mejor ponerla frente a
muchos sonidos. Y que los sonidos tengan movimientos. Aunque los movimientos no
correspondan a los sonidos, ni éstos a aquéllos. ¿No es así acaso? ¿Qué
pronunciamos con el gesto adecuado? ¡Qué esfuerzo para que la ternura sea
ternura y no una violencia reprimida! ¡Qué distante el amor de la alegría!
Aspasia nace llena de preguntas, y lo sabemos, no puede responder las nuestras.
Las nuestras son ya viejas y ella no tendrá la bondad de solucionar lo que para
nosotros mismos no supimos solucionar. Y, sin embargo, su nacimiento es una
solución para los que no tenemos solución. Porque hemos inventado una magia
dañina, muleta para sostenernos. Un idioma dañino, lenguarada para
entretenernos. Un ir y venir de piedra que no cae al pozo, que no toca cielo ni
tierra. Muñeco dentro del muñeco. Muñeco fuera del muñeco. Te bautizamos
Aspasia y tú misma averiguarás el sentido de tu nombre, Y tú misma averiguaras
nuestros nombres, que bondadosamente te decimos. (Casi cantando:) Zacarías.
SAGRARIO – (Igual) Sagrario.
GABRIEL – (Igual) Gabriel.
ANGEL – (Igual) Angel
ZACARIAS - Palabras para ser aprendidas por
Aspasia
SAGRARIO – Luna
ZACARIAS - Cuelga, pero se puede llegar a
ella
GABRIEL – Ilusión
ZACARIAS - Se llega cuando ya no existe
ANGEL – Miedo
ZACARIAS - Temblar como una hojita
SAGRARIO – Peso
ZACARIAS - La gravedad empuja abajo y una
lucha hacia arriba
GABRIEL –Secreto
ZACARIAS - Lo sabe todo el mundo porque es
verdad
ANGEL – Burla
ZACARIAS - Como hacer gárgaras
SAGRARIO – Martirio
ZACARIAS - Multiplicar un sufrimiento
GABRIEL – Incómodo
ZACARIAS – Hay mucho espacio, pero no cabe
ANGEL – Límites
ZACARIAS - Tumbar y construir
SAGRARIO – Verdugo
ZACARIAS - Transformación de una célula.
(Pausa. Cambio de movimientos). Gestos para ser adivinados por Aspasia.
(Sagrario frente a Aspasia, mueve la cabeza de izquierda a derecha)
Aparentemente significa que no se quiere o no se puede.
ANGEL – Pero a veces ocultamos algo.
GABRIEL – Y puede querer decir lo
contrario. (Pausa) (Sagrario mueve la cabeza en señal de afirmación)
ZACARIAS - Y lo contrario. Esto. (Todos
mueven la cabeza en señal de afirmación) Puede querer decir lo contrario de lo
contrario
GABRIEL – Y no queremos, pero lo sabemos
ANGEL – Y no lo hacemos, pero queremos
(Todos ríen y hacen muecas a la muñeca)
ZACARIAS - Alegría
SAGRARIO – Pero alegría es una palabra
GABRIEL – Y aunque cada palabra debe
corresponder a una emoción…
ANGEL – Hay emociones que van en contra de
las palabras que las significan (Todos lloran y hacen muecas)
ZACARIAS - Tristeza es una generalidad
SAGRARIO – Sólo cada uno sabe la condición
de la suya
ZACARIAS - Si proviene de muerte
GABRIEL – De pasión.
ANGEL – De miedo audaz
SAGRARIO – De soledad acompañada (Todos
roncan)
ZACARIAS – Ronquidos, estertores, agonías
(Todos silban)
SAGRARIO – Llamadas, signos, claves (Todos
tiran trompetillas a la muñeca)
ANGEL – Burlas, irrespetos, venganzas
(Todos dan alaridos)
GABRIEL – Escapes, debilidades, aspavientos
(Pausa)
ZACARIAS - Descanso. De nuevo el
refrigerio.
SAGRARIO – (Busca una bandeja con botella
de ron y vasos y reparte) ¡Chocolates, bombones, caramelos, maní, cotufas,
almendras, algodón de azúcar! (Todos beben. Evidentemente habían bebido antes
de comenzar la escena)
GABRIEL –(Fingiendo una conversación de
bautizo que todos siguen) ¿Y cuándo nació?
ZACARIAS - Hace tiempo. ¿No la ve tan
grande?
SAGRARIO – Es bellísima. Lo felicito.
ZACARIAS - Pero no habíamos querido
bautizarla.
ANGEL – ¿Y por qué?
SAGRARIO – Por el nombre
ZACARIAS - No le encontrábamos el nombre
GABRIEL – ¿Por qué le pusieron Aspasia?
ZACARIAS - Es el nombre de una santa
GABRIEL – ¿Qué santa?
ZACARIAS - Santa Aspasia
ANGEL – ¿Qué hizo esa santa?
SAGRARIO – Lo mismo que todas
GABRIEL – ¿Ustedes la conocieron?
ZACARIAS - Por fotografía (Refiriéndose al
ron) ¿Les gusta el chocolate?
GABRIEL – Está un poco caliente. Arde en la
garganta
ANGEL – (Burlón. Fuera del juego) Sabe a
ron.
ZACARIAS – (Recriminándolo) ¡Angel!
SAGRARIO – (Tratando de volver al juego) Le
eché un poco de ron y una ramita de canela
ZACARIAS – (Dando por buena la explicación
de Sagrario) ¡Ah!
GABRIEL – ¿No piensan enviarla a una
escuela?
ZACARIAS - La preferimos autodidacta
SAGRARIO – A mí me gustaría que fuera
interna
ANGEL – ¿A un colegio de monjas?
ZACARIAS – (Bruscamente adopta una posición
militar y ordena) ¡Soldado! (Angel se cuadra) ¡Cumpla su cometido! ¡Un dos, un
dos, un dos! (Angel marcha hacia la rockola o sinfonola y la enciende. Las
velas se apagan, un sonido lejano de ambulancia o de patrulla policial crece en
forma alarmante y parece estallar) ¡Peligro!
ANGEL - ¡Peligro!
GABRIEL -¡Peligro!
SAGRARIO – (Se acerca a Aspasia y le grita
al oído) Peligro por todas partes. Hay que andar con cuidado. (Le acerca el
vaso a la boca) ¿Quieres beber? Di que no. Al principio hay que decir que no.
(El sonido ahora es de campanas, violentas campanas).
ZACARIAS – (A Aspasia) Campanas manejadas
por sacristanes que obedecen órdenes de obispos que obedecen órdenes de
arzobispos que obedecen órdenes de cardenales que obedecen ordenes de papas.
(La orgía cobra ritmo. El sonido ahora es de barcos. Fuertes, roncos barcos)
GABRIEL – (A Aspasia) ¿Son barcos que se
van? ¿O es un muelle? Uno quiere partir y quedarse al mismo tiempo. Si nos
vamos es una posibilidad, pero también un reto a lo que está establecido. Si
nos quedamos es una cobardía. Pero estamos frente a frente con el ser y estar.
(Sonido de olas que estallan. Mar furioso. Angel salta sobre la cama)
ANGEL – Y si no es el barco ni el muelle es
el mar mismo, la ola desnuda, la ola caballo. ¿Salta, caballito de agua, salta!
Tengo los pies mojados. El viaje húmedo. ¡Ola, llévanos! Pero no a la playa,
nunca a la playa. ¡Por todos los océanos! (El sonido se transforma en ruido de
trenes. Trenes rápidos. Crujir de rieles. Bambolearse de vagones).
ZACARIAS – (Corriendo sobre el mismo sitio)
¡Es un tren! ¡Agarra el tren, Sagrario! ¡Se los lleva! ¡Debemos permanecer
juntos! ¡Frene esos rieles! (Zacarías ayuda a Sagrario y se montan sobre la
cama. Los cuatro personajes parecen viajar a mucha velocidad) ¡Dile al
maquinista que frene!
GABRIEL – ¡El maquinista está dormido!
SAGRARIO – ¡Me caigo!
ANGEL ¡Agárrala!
SAGRARIO – ¡Entra mucho viento por la
ventanilla!
GABRIEL – ¡Cuidado con el niño!
SAGRARIO – (Grita. Casi no se oyen) ¿Qué
dices?
GABRIEL – ¡El niño! ¡Cuidado con el niño!
ZACARIAS – ¡Hay montañas! ¡Vienen túneles!
¡Que frenen!
ANGEL – ¡Un puente! ¡Un abismo!
SAGRARIO – ¡Es peligroso!
GABRIEL – ¡No tengas miedo!
ANGEL – ¡Agárrate de mí!
SAGRARIO – ¡Con tus brazos, Gabriel!
¡Protégeme!
ZACARIAS – ¡Corre mucho! ¡Cada vez más! ¡Al
infierno! ¡Vamos al infierno!
ABGEL – ¡Siempre es rápido el camino del
infierno!
GABRIEL – ¡Otro túnel!
SAGRARIO – ¡Está oscuro! ¡Muy oscuro! (Da
un alarido)
GABRIEL – ¡No grites!
ZACARIAS – ¡Se descarrila! ¡Se está
descarrilando!
GABRIEL – ¡Cuidado!
SAGRARIO – ¡Agárrame, Gabriel!
GABRIEL – ¡No puedo!
ANGEL – ¡Es tarde ya!
ZACARIAS – ¡Cuidaaaaadooooooooo!
(El tren se descarrila, Sagrario, Zacarías
y Angel caen fuera de la cama como si hubiesen sido despedidos por los aires
por un brusco frenazo. Gabriel se agarra de los barrotes y en su esfuerzo
parece lograr frenar la cama o el tren. El sonido desaparece. Jadeos, suaves
quejidos. Llanto infantil de Sagrario, prolongado. Todos parecen buscarse unos
a otros. Menos Sagrario, tendida en un rincón)
ZACARIAS – ¿Dónde estás? ¿Te hiciste daño?
ANGEL – ¡Sagrario!
GABRIEL – ¿Qué pasó? ¿Algún herido? ¿Angel…
estás bien?
ANGEL – ¡Sagrario!
GABRIEL – ¡Maldita sea!
ZACARIAS – ¡Sagrario!, ¿Te hiciste daño?
GABRIEL – ¡El niño! ¿Está vivo el niño?
ANGEL – ¡Sagrario!
SAGRARIO – Me duele, pero no respira ni se
mueve. Me duele, pero no patalea.
ZACARIAS – ¿Están vivos?
SAGRARIO – Creo que no
ZACARIAS – (Encuentra a Sagrario después de
su desesperada búsqueda) Déjame tocarlo. (El sonido es de ametralladoras
disparando cuando Angel aprieta un botón de la rockola. Todos reaccionan. Se
echan sobre el suelo. Gabriel, sobre la cama) ¡No te incorpores! ¡Son ellos!
ANGEL – ¡Ellos otra vez!
GABRIEL – ¡Nos persiguen!
ZACARIAS – ¡Dejen de disparar, malditos,
dejen de disparar! ¡Hay una mujer embarazada! ¡Hay niños!
GABRIEL y ANGEL – (Gimotean como recién
nacidos) ¡Hay niños
ZACARIAS – (Suplicante) Y un pobre viejo
que no le ha hecho mal a nadie. ¡No disparen, por favor! No hemos hecho nada!
¡Somos inocentes!
TODOS – (Gritan) ¡Somos inocentes! ¡Somos
inocentes! (Silencio. Las ametralladoras callan. Pausa)
ZACARIAS - Nos creyeron. Esta vez nos
creyeron
SAGRARIO - ¿Y no es verdad?
ZACARIAS – ¡Aspasia! ¿No le ha pasado nada?
(Cauteloso mirando hacia un lado y otro, se levanta y va hacia la muñeca. La
revisa. La acaricia) No, está bien, ni una herida.
ANGEL – ¿Y Sagrario, está ilesa? (Corre a
Sagrario, que se incorpora entre llantos nerviosos. La ayuda)
GABRIEL – ¿El niño está bien?
SAGRARIO – Creo… que… el verdugo…
GABRIEL – ¿Qué?
ZACARIAS – ¿Qué?
SAGRARIO – (Susurra) No se oye nada. Se
diría que…
GABRIEL – No
ZACARIAS - No
ANGEL – No (Pega su oído del vientre de
Sagrario) Quita, no hables, no respires tú. Déjame oír.
ZACARIAS – (Se acerca. Empuja a Angel) Quítate.
Soy yo el que oigo
ANGEL – Pero…
ZACARIAS – ¡Silencio! (Silencio. Zacarías
pega su oído. Tensión en todos).
SAGRARIO – A… a… ah…
ZACARIAS – ¿Qué pasa?
SAGRARIO – El verdugo…
ZACARIAS – ¿Qué?
SAGRARIO – ¿Está allí?
ZACARIAS - Si, está allí
SAGRARIO – Se está moviendo
GABRIEL – ¿Moviendo?
ANGEL – ¿Se mueve?
SAGRARIO – Como otras veces. (Gabriel da un
grito de alegría, parecido al de los fanáticos cuando en un juego de fútbol su
equipo logra un gol) Si, patalea. (Llora de alegría) Pellizquitos, gemidos
GABRIEL – ¡Vivo!
ANGEL – (Salta por todo el cuarto) ¡Vivo!
GABRIEL – ¡Vivo! (Gritan de alegría)
ZACARIAS – ¡Soldado! (Angel se cuadra) ¡Un
vals, soldado! ¡Hay que festejarlo! (Angel marcha hacia la rockola donde empuja
otro botón) ¡Pero antes otro trago! ¡Para todos! (Bebe y pasa la botella a
Gabriel, que la empina y toma)
SAGRARIO – ¡También para el verdugo! ¡Lo
merece! ¡Es valiente! (Se acerca a Gabriel, toma la botella y bebe. El vals
estalla)
ZACARIAS – (Toma a Aspasia entre sus
brazos) Tu primer vals, Aspasia. (Baila) (Angel toma la botella y bebe)
SAGRARIO – ¡Baila conmigo, Gabriel!
GABRIEL No puedo bajar
SAGRARIO – ¡Yo subo! Ayúdame (Gabriel la
ayuda y bailan sobre la cama. Angel toma una muñeca y baila con ella)
ZACARIAS - Fiestas y batallas, Aspasia.
Tienes que aprenderlo
SAGRARIO – Estoy mareada. Es emocionante.
El verdugo está mareado
ANGEL – La señorita es de paja y no sabe
bailar…
ZACARIAS – Todo lo que sé lo aprendí
bailando valses.
GABRIEL – ¡Cómo pesas, Sagrario! ¡Una
tonelada!
SAGRARIO – Somos dos
ANGEL – Como no sabes bailar te cambio,
Nadie te va a sacar en toda la noche. (Deja la muñeca. Se dirige a buscar otra.
Zacarías lo detiene)
ZACARIAS - Toma a Aspacia. Quiere bailar
contigo, Angel. (Angel obedece) Y tú conmigo, Sagrario.
SAGRARIO – No quiero. Estoy bien en los
brazos de Gabriel
GABRIEL – Baja mejor. Estoy cansado. La
cabeza me da vueltas
SAGRARIO – No, sigue, sigue.
ZACARIAS – Conmigo, Sagrario
SAGRARIO – No quiero
GABRIEL – Baja
SAGRARIO – No quiero
GABRIEL – Zacarías te llama
SAGRARIO – Quiero contigo, contigo,
contigo, contigo, contigo, contigo, contigo…
GABRIEL – (Sobre los “contigo” de Sagrario)
Conmigo no. No quiero más. Estoy cansado, cansado, cansado, cansado, cansado,
cansado, cansado…
SAGRARIO – ¡Cansado, cansado! Es otra cosa
GABRIEL – ¿Qué cosa?
SAGRARIO – (Baja de la cama) Estoy harta
ya. Estoy harta, Zacarías, tienen un secreto. (Gabriel y Angel reaccionan. Este
deja caer a Aspasia.)
ZACARIAS – (Acude a Aspasia) ¡Cuidado con
Aspasia! (La recoge)
GABRIEL – ¿Qué secreto?
SAGRARIO – Un secreto entre ellos. Angel y
Gabriel tienen un secreto. Nos han dejado fuera. Pero yo lo sé
GABRIEL – ¿Qué sabes?
ANGEL – ¡Mentiras!
SAGRARIO – ¿Mentira? ¡Lo huelo! Es un olor
penetrante que vuela por todo el cuarto. Ellos lo despiden.
GABRIEL – ¡Está loca!
SAGRARIO – ¡Loca por saberlo, pero lo
adivino! ¡Sé lo que es!
ANGEL – ¿Qué es?
SAGRARIO – (A Zacarías) ¿Quieres dejar esa
maldita mueca y escucharme?
ZACARIAS – (A Angel) ¡La dejaste caer,
demonio! (Le pega) Ha podido hacerse pedazos.
SAGRARIO – (Agarra a Zacarías) ¿Quieres
escucharme?
ZACARIAS - - ¿Pero no ves lo que ha hecho?
ANGEL – (Inocente. Como un niño) No he
hecho nada, Sagrario. Protégeme. Dile que no me pegue más
SAGRARIO – ¿Y qué es lo que mereces?
ANGEL – (Se arrodilla) Amor. Todos
merecemos amor
GABRIEL – No te arrodilles, Angel. Frente a
ella no.
SAGRARIO – ¿Por qué frente a mí no? ¡Están
contra mí! ¡Una conspiración!
ZACARIAS – (Trata de acunarla) Nadie está
contra ti. Somos nosotros. Te queremos.
SAGRARIO – ¿Quién me quiere? Soy una mujer
sola. Sola frente a hombres solos. Y dentro tengo un hombre solo. Verdugo.
Ustedes también verdugos.
ZACARIAS – Te ha hecho daño el chocolate
SAGRARIO – Me hace daño el hombre. No me
compadezcan. Ni padre, ni amigo, ni hermano, ni amante, ni hijo. Ningún hombre.
Me hacen daño.
ANGEL – (Se le acerca) Necesitas ternura.
Todos la necesitamos
SAGRARIO – (Rechazándolo) No me abraces
GABRIEL – (Extiende los brazos hacia
Sagrario. Ella se vuelve) Sagrario… Sagrario… mírame… ven… ven… ven… unas
palabras… pocas… ven (Sagrario se deja ir hacia él como hipnotizada) He llorado
en tus brazos. Me conoces débil. ¿Dónde puede crecer la maldad contra ti?
SAGRARIO – Palabras
GABRIEL – Reconócelas. Haz un esfuerzo. Sal
del charco. Salta (Sagrario se aferra a Gabriel con un llanto desgarrador) Así.
Somos los mismos. Los niños que jugaban. De La Habana viene un barco
cargado de… A la víbora, a la víbora de la mar.
ANGEL – Por aquí podrán pasar
SAGRARIO – Hemos crecido
GABRIEL – Mambrú se fue a la guerra…
ZACARIAS - - ¡Qué dolor, qué dolor, qué
pena!
SAGRARIO – Hombres
GABRIEL – Doña Ana no está aquí…
ANGEL - Ella está en su vergel…
SAGRARIO – Yo también soy un hombre. Tengo
un hombre dentro. Hombres que me rondan. Hombres que me habitan.
GABRIEL – Saltar la cuerda
ANGEL – La niña de la berlina
ZACARIAS - La gallina ciega. La gallina
ciega. (Todos imitan el juego de la gallina ciega. Con los ojos cerrados dan
vueltas, los brazos extendidos)
ZACARIAS - Jugaban dentro de la casa,
Señor. Porque yo no los dejaba salir, Señor. Saltaban como grillos, Señor.
Chillaban como cohcinos, Señor. Ladraban como perros, Señor. Hablaban como
loros, Señor. Acariciaban como gusanos, Señor. Se restregaban como gatos,
Señor. Comían como bestias, señor. Como serpientes, Señor. Como gallinitas
ciegas, Señor, señor, señor.
SAGRARIO – Una estafa. (Se detiene el
juego) Es como si me hubieran estafado. Yo misma una estafa. El cuerpo una
estafa. El alma una estafa. El amor una estafa.
ANGEL – (La ronda) Pero tienes que
reconocer que ocurren cosas. Y la debilidad de soportarlas es lo que se llama
fortaleza.
SAGRARIO – No quiero
ANGEL – La fortaleza de siete meses. La
fortaleza de nueve meses. La fortaleza de toda la vida. Nueve años. Dieciocho
años (Imitan edades)
GABRIEL – Veinticuatro años.
ZACARIAS – Treinta y cuatro años
ANGEL – Sesenta años
ZACARIAS - Ochenta y tres años
GABRIEL – Noventa y cinco años
ANGEL – El límite. Saltarlo. Ojos, boca,
nariz, corazón. Saltarlo.
ZACARIAS - Saltarlo y quedar manco.
GABRIEL – Saltarlo y quedar ciego
ANGEL – Saltarlo y quedar sordo.
ZACARIAS - Pero saltarlo
GABRIEL – Respirar
ANGEL – Oler
ZACARIAS - Dar saltos
GABRIEL – Pero saltarlo
SAGRARIO – ¿Hasta dónde tengo que llegar?
ANGEL – Saltarlo
GABRIEL – Saltarlo.
(Angel ha saltado a la rockola y ha
apretado un botón. Suena una música moderna, desenfrenada. Todos bailan, cada
uno por su lado, menos Sagrario que se ha quedado totalmente inmóvil con los
ojos clavados en el suelo. El baile es frenético. Angel se aproxima a Sagrario
y baila a su alrededor. Gabriel se echa la sucia sábana sobre su cuerpo y el
movimiento del bulto se hace alucinante. Zacarías hace mover las muñecas que
cuelgan. La orgía llega a su culminación. De pronto, Zacarías cae desplomado en
el suelo. Sagrario reacciona a la caída del cuerpo. Angel y Gabriel no se dan
cuenta. Sagrario muy lentamente, cobra movimiento y se acerca al cuerpo de
Zacarías. Lo rodea, sin dejar de mirarlo. Gabriel lo advierte y deja de bailar.
Luego Angel. La música sigue, pero los tres están concentrados en Zacarías. La
música termina. Silencio. Ninguno se atreve a moverse. El primero en hacerlo es
Angel que pega su oído del corazón de Zacarías).
ANGEL – Se terminó
GABRIEL –No
ANGEL – Sí, se terminó
GABRIEL – Sacúdelo
ANGEL – Se terminó
GABRIEL – Sacúdelo
ANGEL – (Sacude con violencia el cuerpo de
Zacarías) Nada.
SAGRARIO – ¿Qué hacemos? (Se arrodilla y
escucha el corazón de Zacarías) Vivimos escuchándonos unos a otros. (Pequeño
llanto de Angel) No llores. Hay que levantarlo de aquí. A la cama. Ayúdame. (Se
incorpora y trata de agarrar a Zacarías por los pies)
ANGEL – Tú y yo no podemos
SAGRARIO – Si podemos (Angel obedece y toma
a Zacarías por lo hombros. Tratan de alzarlo)
ANGEL – No podemos
SAGRARIO – (Hacia la puerta de salida) Hay
que hacer algo
ANGEL – No llames a nadie. (Sagrario
detiene su acción y mira a Angel. Angel mira significativamente a Gabriel)
GABRIEL – (Se da cuenta de lo que Angel va
a proponer) Si pueden. Traten de nuevo.
ANGEL – (A Gabriel, seco) Baja
SAGRARIO – No puede
ANGEL – Si puede (A Gabriel) Baja (A
Sagrario) El puede
GABRIEL – No
ANGEL – (Grita) ¡Puede bajarse! ¡Era una
mentira! ¡Era un juego!
GABRIEL – ¡No, no le creas, está jugando!
ANGEL _ ¡Bájate!
GABRIEL – No puedo
SAGRARIO – ¿Es verdad que puedes bajarte?
ANGEL – Sí puedes… ¡Y vas a hacerlo!
¡Ahora! (Sube a la cama y trata de bajarlo a la fuerza. Luchan. Gabriel
resiste)
GABRIEL – ¡Traidor! ¡Eres un traidor!
ANGEL – ¡Puedes bajarte, maldito, baja de
aquí!
GABRIEL – ¡No! (Los dos cuerpos caen al
suelo y continúan luchando. De pronto quedan inmóviles, abrazados, jadeantes)
SAGRARIO – Si puedes, Gabriel. (Grita)
¡Gabriel!
ANGEL – (Se separa violentamente de
Gabriel, en un salto) ¡Sí puedes!
GABRIEL – (Se siente descubierto. Al mismo
tiempo sorprendido de estar donde está) No.
ANGEL – Y ahora, ayúdanos
GABRIEL – (A Angel, en un susurro) ¿Por qué
lo hiciste? (Angel sonríe)
SAGRARIO – Ayúdanos. Levántate. Como un
hombre
ANGEL – Como un hombre frente a la muerte.
¿Ven cómo es la muerte? ¡Qué fácil!
GABRIEL – (Viendo a Zacarías) No está
muerto. (Se acerca) Respira.
SAGRARIO – Ves visiones
GABRIEL – Les digo que respira. (Zacarías
da estertores) ¿Lo ven?
SAGRARIO – Rápido a la cama
ANGEL – Quiere decir algo
SAGRARIO – Vamos (Lo cargan entre los tres
y lo acuestan sobre la cama)
ZACARIAS – (Los mira con ojos inyectados)
Todavía no (Sagrario, Angel y Gabriel retroceden y se sitúan en ángulos
diferentes, casi pegados a los muros) Era cómodo así. Pero no todavía. No es lo
mismo un borracho que un muerto, ni un viejo que un muerto. Muevo las manos.
(Lo hacen) Los cinco deditos. Los ojitos, los muevo. Respiro. Con dificultad,
pero entra y sale aire. ¿Están contentos? (Pausa). Respondan.
SAGRARIO – Nos engañaste
ZACARIAS - Ustedes mismo armaron la trampa.
Pero éste no es un cuento de ratoncitos y queso. La palanca es grande. No es
para uno solo. Somos cuatro. Cuatro y Aspasia cinco. Quiero a Aspasia. Junto a
mí. Vamos. (Los jóvenes se miran entre sí) Aspasia, digo. La quiero. ¡Angel!
(Angel se decide, pero al iniciar el movimiento lo interrumpe Gabriel)
GABRIEL – No. (Angel se detiene) Búscala tú
mismo, viejo.
ZACARIAS – ¡Aspasia, he dicho! ¡Es una
orden! ¡Soldado! ¡Un dos, un dos, un dos! (Silencio. Ni un movimiento) ¿Pero
qué es lo que traman? ¿Van a jugar conmigo y me van a dejar fuera del juego?
No. Por última vez, ¡quiero a Aspasia!
GABRIEL – ¿A qué no la buscas?
ZACARIAS - Claro que sí. Pero antes voy a
pegarles. A los tres (Toma el rejo)
GABRIEL – ¿A qué no bajas? (Mira a Sagrario
y a Angel. Estos comprenden) Baja.
ANGEL – ¿A qué no bajas?
SAGRARIO – ¿A qué no bajas?
ZACARIAS - Claro que sí… (Zacarías va a
bajar pero su pie queda en el aire. Algo lo impide) No puedo… (Risitas de los
jóvenes) No puedo… (Trata de bajar por todas partes) No puedo… No puedo… ¿Qué
es lo que pasa?.
GABRIEL – Te tocó el turno, Zacarías.
ZACARIAS - ¿Qué turno?
ANGEL - La cama, viejito, la cama.
ZACARIAS - No. (Risitas de los jóvenes.
Derrotado): No.
GABRIEL – (Toma una naranja) de La Habana viene un barco
cargado de… (se la tira a Sagrario)
SAGRARIO – (La atrapa y dice): Arcángeles
(Se la tira a Angel).
ANGEL – (La atrapa y dice): Animales (Se la
tira a Sagrario).
SAGRARIO – Auyamas
GABRIEL – Angeles.
ANGEL – Azufre
SAGRARIO – Azucenas
GABRIEL – Amores
ANGEL – Alcohol
SAGRARIO – Anteojos
GABRIEL – Aire
ANGEL – Arañas
SAGRARIO – Adornos
GABRIEL – Amantes
ANGEL – Alacranes
SAGRARIO – Amores
GABRIEL – Amores ya se dijo
SAGRARIO – No se dijo
GABRIEL – Yo lo dije. (Reiniciando el
juego) De La Habana
viene un barco cargado de… (Lanza la naranja a Angel)
ANGEL – Piedras
SAGRARIO – Pendientes
GABRIEL – Paisajes
ANGEL – Podridos
ZACARIAS - Yo quiero… yo también…a mí… a
mí… no me dejen solo… yo estoy en el juego… (intercala estas frases durante la
celebración del juego) Amistad… aviación… alegría… principios… pomarosas…
paréntesis… (No recibe nunca la naranja, que sigue de mano en mano y cada vez
con mayor ritmo).
SAGRARIO – Pelucas.
GABRIEL – Palacios
ANGEL – Pantalones
SAGRARIO – Papeles
GABRIEL – Pinturas
ANGEL – Preñadas
SAGRARIO – Palomas
GABRIEL – Prisioneros
ANGEL – Paralíticos
SAGRARIO – Pistolas
GABRIEL – Perdones
ANGEL – Prostitutas
SAGRARIO – Parásitos
GABRIEL – Paredes
ANGEL – Payasos
SAGRARIO – Pobres
GABRIEL – Pantalones
ANGEL – Ya se dijo. De La Habana viene un barco
cargado de…
SAGRARIO – Dulces
GABRIEL – Dolores
ANGEL – Demonios
SAGRARIO – Damiselas (Tira la naranja a
Gabriel)
ZACARIAS – (Sin recibir la naranja, alza
los brazos en espera de la fruta y grita) A mí… a mí… dádivas… dálmatas…
dorados… dividir.
GABRIEL – (Al recibir la naranja):
Denuncias
ANGEL – Diablos
SAGRARIO – Diamantes
GABRIEL – Deidades
ANGEL – Degollados
SAGRARIO – Delicias
GABRIEL – Dientes
ANGEL – Dinosaurios
SAGRARIO – Dulces
GABRIEL – Se dijo. De La Habana viene un barco
cargado de…
ZACARIAS - No, no pueden hacerlo. Tengo que
participar. Esto no. Voy a estar aquí tendido. ¿No es bastante? (Los jóvenes se
miran, cómplices, forman un grupo cerrado. Cuchichean. Se ríen. Toman una
determinación. Disuelven el grupo y vuelven a sus puestos)
GABRIEL – Está bien. Entras en el juego.
Con H. Con H, Zacarías, con H. De La
Habana viene un barco cargado de… (se la lanza a Angel)
ANGEL – Infiernos
SAGRARIO – Ideales
GABRIEL – Antojos
ZACARIAS - Hijos
ANGEL – Iguanas
SAGRARIO – Almas
GABRIEL – Ociosos
ZACARIAS - Hombres
ANGEL – Ejércitos
SAGRARIO – Alambres
GABRIEL – Olivos
ZACARIAS - Hembras
ANGEL – Elefantes
SAGRARIO – Auroras
GABRIEL – Angustias
ZACARIAS - Aceitunas
GABRIEL – (Recibe la naranja que le ha
lanzado Zacarías y detiene el juego) No se vale.
SAGRARIO – No se vale
ANGEL – No se vale
SAGRARIO – Aceitunas (Los jóvenes ríen.
Zacarías los mira idiotizado y hunde su cabeza hasta pegar la barbilla del
pecho. Sagrario se coloca en el centro y extiende la mano derecha)
SAGRARIO – Gabriel.
GABRIEL – (Corre a su lado, la toma de la
mano y abre la suya, mientras dice): Angel.
ANGEL – (Corre y toma la de Gabriel
mientras abre la suya y dice): Sagrario. (Forman una ronda comienzan a cantar).
A la víbora, a la víbora, de la mar…
Por aquí podrán pasar…
El de adelante corre mucho…
Y el de atrás se quedará…
(Repiten la canción varias veces, subiendo
de volumen y de tono y girando por toda la habitación).
No hay comentarios:
Publicar un comentario