QUE DIOS LA TENGA EN LA GLORIA
de
CARLOTA
MARTÍNEZ
CARACAS
1983
PERSONAJES
La señora Clara. Anciana señorita de
aproximadamente 75 años de edad.
Misia Paulina. Hermana mayor de la señorita
Clara, de aproximadamente 80 u 85 años de edad.
Cándida. Sobrina de la señorita Clara de
aproximadamente 25 a
30 años.
Rosaura. Dama de confianza que acompaña a
la señorita Clara. 35 años de edad aproximadamente.
Marina. Dama de confianza de la casa,
cincuenta.
Francia Misericordia. Vieja amiga de la
señorita Clara.
Eufrasia. Antiguo servicio de la casa de
Doña Guillermina y Don Leonardo.
Teresa y Cristina, Hermanas de la señorita
Clara.
El Padre
El Chinito de la Calle Independencia.
Doctor joven.
Ángel
2 Mesoneros insectos.
El Barman.
La escenografía hará referencia al lugar de
habitación de la señorita Clara con muchos objetos que den una atmósfera de
antigüedad y calidez.
En el escenario deberá haber un espejo
escaparate, radio Motorola antigua y otros objetos más de acuerdo a lo que se
trate.
ACTO I
ESCENA I
Entra la señorita Clara del brazo de
Rosaura. Ambas lucen vestidas de luto: la señorita Clara de negro cerrado y
Rosaura de medio luto. Regresan del cementerio. Cabo de año de Francia
misericordia.
La señorita Clara.- (Protestanndo). Pero
Rosaura ¿cuándo se había visto esto? Pero, ¿no te fijaste como ese loco nos
pasó por un lado? Yo creo que el mismísimo demonio se queda frío con una cosa
así. (Se hace la cruz). Cuando se nos acercó yo sentí que me estremecía de pies
a cabeza, como una barajita, asimismo es, como barajita. ¡Qué horror!
Rosaura .- Ay señorita Clara yy pensar que
eso que le pasó hoy a usted, en este país al desafortunado peatón le pasa a
cada rato y todos los días. Ahora yo digo: ¿no cree usted que eso es falta de
gobierno?
La señorita Clara.- Ah, eso sí, porque si
en mis manos estuviera (blandiendo el bastón) al que no sepa cómo se conduce un
aparato de esos, pues nada, se le quita inmediatamente de las manos. Y al que
cometa un acto tan grave como ese de destrozarle los oídos a la pobre humanidad,
pues recluido con pico y pala en esas manos y a echarle pichón a las carreteras
y a los huecos de Caracas que son bastantes.
Rosaura.- Eso sí es verdad. Lo que pasa es
que aquí las cosas van todas al revés: los meten a la cárcel un día y no han
pasado unas cuantas horas cuando ya los ve usted por esas calles cortando oreja
y rabo. Y uno a llorar al valle, con un par de tapones en los oídos. (Pausa).
La señorita Clara.- (Nostálgica,
visiblemente entristecida). Un año ya que murió la pobre Francia. (Pausa)
Pensar que ella me lo decía: “Los tiempos han cambiado tanto Clarita, ya las
cosas no son como antes, lo mejor es ir recogiendo su cachachá. (Pausa) Y mira
que lo recogió. Yo que pensé que iba a ser la primera. Francia siempre tan
animosa. Le pegó tanto cuando me tuve que venir para acá de la casa de Leonardo
y Guillermina… (Pausita) Ahora, estará feliz en ese silencio de campo santo en
donde uno es capaz hasta de oír el aletear de las mariposas. (Repentinamente)
¿Las visite Rosaura?
Rosaura.- Sí señorita, mariposas blancas y
amarillas. Deteniéndose aquí y allá, rápido, apurando, como si el tiempo en que
dejaran de volar se les convirtiera en una eternidad.
La señorita Clara.- Viéndolas recordé que
cuando era muchachita, mi papá alto y fuerte, con una sola mano me levantaba en
vilo y me llevaba con él en su caballo. Yo me agarraba duro, duro de la montura
y el camino se nos venía encima como una gran serpiente que “Manchas” devoraba
velozmente. Había una época del año en que al paso de la bestia se levantaban
cientos de esas mariposas blancas y amarillas. (Pausita). Nunca he podido
olvidar la sensación del aire de esos animalitos ingrávidos rozándome las
mejillas. (Pausa). Pobre Francia Misericordia. Amigas como ella ya no se
encuentran: espirituales y afectivas. (Se sume en sus recuerdos).
(Rosaura sale de la habitación).
ESCENA II
15 años hace. La señorita Clara recuerda a
Francia viniendo por una calle el día que se va a venir de la casa de
Guillermina a la actual casa.
Francia.- Cuando esta mañana al verme me
dijiste Francia Misericordia, y yo sé que tú a mí nunca me dices por los dos
nombres por la consideración que me tienes… Yo dije, a Clara le pasa algo
terrible. Sí, claro que sí.
La señorita Clara.- Y no es para menos. ¿No
te parece Francia? (Pausita) Cuando pongo la cabeza en la almohada me empieza a
dar vueltas y vueltas como un carrusel. Cuando al fin puedo medio conciliar el
sueño, se me llena la cabeza de fieras y demonios. Y de allí en adelante me
estoy con los ojos como dos paraparas hasta el amanecer. Yo te digo Francia que
no me canso de pensar en Leonardo, que Dios lo tenga en la gloria, se le
ocurrió morirse en muy mal momento. Pero todo sea por la voluntad de Dios.
Francia.- Es que si Don Leonardo hubiera
estado vivo “umju”, otro gallo cantaría. No quiero ni imaginarme lo que hubiera
pasado.
La señorita Clara.- Porque ése sí que tenía
los pantalones bien apretados. Yo me recuerdo que si para la hora de la comida
venía de algún disgusto en el negocio, bueno, ni el ruido de una mosca. Y a
pesar de toda lo consentida que fue la nena, dentro de ese respeto fue que se
crió.
Francia.- ¡Pero los tiempos han cambiado
tanto!
La señorita Clara.- El día que se le ocurre
morirse a Guillermina. ¡Mi adorada sobrina, que Dios me la tenga allá con Él!,
Con lo caprichosa que era, se le mete en la cabeza llevarse a Leonardo, chica.
Francia – No pasaron los dos años ¿Y
segurito que el requerimiento no fue con ninguna mala intención?.
La señorita Clara.- (Extrañada) ¿Mala
intención?
Francia – Digo yo, eso de dejarla a usted
sola con la carga de la niña.
La señorita Clara.- A no, claro que no, ni
pensarlo. Si es que la nena siempre había sido un angelito; y como en vida de
Guillermina ¡Qué Dios la tenga en la gloria!, Ella veía a la niña tan
compuestica y obediente, sobre todo conmigo. (Sollozos) ¡Ay Francia!, (Arranca
en llanto) que se iba a imaginar Guillermina lo que pasó.
Francia.- Pero no se ponga así. Cómo decía
mi Gloriecita, ¡qué Dios la tenga en la gloria también!, Una tiene que
imaginarse siempre lo peor, para que nada lo agarre a uno sorprendido, como
quien dice con la boca abierta.
La señorita Clara.-Pensar ¿tanto arrumacos
y apurruñaderas para qué sirven? Al final. ¿Adónde van a parar?, Digo yo.
(Pausita). Bien me recuerdo como si fuera hoy, cuando Guillermina me fue a
buscar con toda la frescura de su juventud, porque se iba a casar con Leonardo
y ella quería que yo estuviera muy cerca cuando viniera su primer hijo. Estaba
alegre, florecida por tantas ilusiones que hasta me contagié y confieso que no
tuvo ni que insistirme mucho. Aunque reconozco que estaban de por medio mis
hermanas, me decidí por un futuro que me hacía útil. Al fin y al cabo cuando
Dios no la ha tenido a una para casada, hasta los hijos del vecino se
convierten en tus propios hijos.
Francia – Créeme Clara que lamento lo
sucedido. Sobre todo porque te conozco y sé cómo has sido tú con esa niña. Me
vas a hacer mucha falta, por que yo siempre lo he dicho, amigas como Clara no
se encuentran a tres por locha o al voltear de la esquina. Me llena de tristeza
pensar que ahora que te vas tan lejos y con lo difícil que están los traslados
para todas partes en esta ciudad, se nos va a hacer cada vez más dificultoso
vernos. No te olvides de llamarme cuando puedas. Yo por mi parte te aviso de
cada viernes de oración a ver si puedes venir. El padre Agustín cuando sepa que
te fuiste en estas condiciones no dudo que pensará ha perdido a una de sus más
fervientes colaboradoras.
La señorita Clara.- ¿Perderme? Nunca,
porque en todo lo que yo pueda colaborar desde allá, encantada. (Besándose
afectuosamente, se despiden). Bueno Francia, si no fuera por ti no sé qué
haría. Me llegó el momento y esto no se lo puedo permitir a Cándida.
Francia.- Adiós Clara, no te olvides de
llamarme.
ESCENA III
La señorita Clara se encuentra dormida en
el sillón del dormitorio. Rosaura abre sigilosamente la puerta; trae unas gotas
o frasquitos de medicina en las manos. Hay un ruido pequeño. La señorita Clara
se despierta sobresaltada.
La señorita Clara.- Ah, ha, ¿qué pasa?,
¿Qué pasa?, ¿Quién está allí?
Rosaura.- Soy yo señorita Clara, vengo a
traerle sus medicinas.
La señorita Clara – Pisas tan suave como un
gato. (Pausa). (Desconcertada). Fue todo
como tan real. Cuando entraste no sabía
dónde estaba. Si en el cielo caminando con Francia, sí en San José o aquí
contigo (Pausa). Rosaura, ¿No me han llamado? (Pausita) Porque me prometieron
venir hoy.
Rosaura.- (Como sino quisiera detenerse
mucho en lo de la llamada). Sonó el teléfono, corrí a contestar y cuando no más
levante la bocina, click, colgaron.
La señorita Clara – Paulina dice que uno
cuando llega a estos estados en que ni ve, ni oye, ni entiende, como una
marmota, y que nadie lo quiere.
Rosaura.- No hombre, seguramente vienen, si
dijeron que venían hoy…
La señorita Clara – Verdad que Paulina
habla tonterías. Es que en estos tiempos Rosaura la gente está muy ocupada.
Será Paulina que con su actitud ha ahuyentado a todo el mundo. Pero, algo me
dice que hoy aparecerán. Ese sueño es muy significativo (Pausa) ¿Rosaura no te
fijaste qué le pasa al pájaro que cantó raro?
Rosaura.- ¿Y qué era eso que estaba soñando
la señorita Clara?
La señorita Clara – Con Francia. Estoy por
pensar que era el cielo. (Pausita). Pero era todo tan real. (Pausa). Siempre he
sido demasiado cobarde como para pedirle a nadie que venga a contarme, o al
menos a darme alguna señal de cómo se mueven las cosas por allá. Todo se ha
quedado en proyectos: que si cuando tú te vayas si no me he muerto, venirme a
avisar. No, que mejor no me avises nada. Se murió Teresa y hasta los momentos
ninguna señal. Seguramente, se puso a pensar que a la mejor dejarlos así como
están. (Pausita). Además, le voy a decir una cosa, por estar usted con eso
últimamente, en esta casa se han empezado a sentir cosas muy extrañas.
La señorita Clara.- Yo no he sentido nada
malo. (Pausa). De un tiempo a esta parte Rosaura he empezado a reconciliarme
con el más allá.
Rosaura – (Visiblemente temerosa). Señorita
Clara perdóneme usted, pero ahora no voy a poder dormir tranquila esta noche.
La señorita Clara.- Antes también era como
tú. Pero poco a poco me he ido convenciendo de que estar allá debe ser como el
mundo de los sueños de una. (Pausita). Muchas veces pienso en Teresa…
Rosaura – Murió casi de inmediato a que yo
empezara a trabajar en esta casa, ¿Verdad? Bueno, eso fue lo que me dijeron,
Marina que la conoció un poco más, dice que una vez que había peleado como una
fiera, la descubrió a los pocos minutos muerta de la risa.
La señorita Clara – A veces la imagino con
su vestido rosa lleno de volantillos de organdí y sus manos delgadas como
cerbatana. Siempre me decía (Imitando): “Mi pobre hermana, nunca podrá lucir
elegante porque no te gusta el organdí con eso de que te pica”. (Pausita). Me
pregunto ahora ¿Se sentirá tan libre como ella quería? Me la imagino toda
vestida de organdí azul, montada sobre un caballo blanco, paseándose por los
caminos del cielo. Su peor castigo era que la retrataran, porque decía que en
cada relampagón de la cámara se le iba un poquito del alma. En eso tenía algo
de india. (Pausa). (Apurada). Rosaura agáchate ahí y pásame esa caja de
galletas que está debajo de la cama.
Rosaura.- (Agachándose). ¿Va a comer dulce
señorita Clara? El médico le prohibió el dulce.
La señorita Clara -Pásamela, que aunque
están viejas te puedo dar una. (Guiñando el ojo).
Rosaura – (Entregándoselas recelosa).
¿Quién se las dio?
La señorita Clara - (Abriendo la caja) Esto
es un regalo.
Rosaura.- Con sorpresa. ¡Son fotos!
(Inmediatamente después Rosaura se colocará
en una posición que le permita ver cada fotografía en detalle. Comenzará un
diálogo muy vivo.)
La señorita Clara.- Esta es Cristina,
Cristinita.
Rosaura – ¿Su hermana?
La señorita Clara.- (Extrañada). ¿Cómo lo
supiste?
Rosaura -Era bella. Además yo se la he oído
nombrar mucho a usted, y a la señorita Paulina también.
La señorita Clara – Parecía una espiga. Con
su sombrerón de paja.
Rosaura.- ¿Y ese era su caballo?
La señorita Clara.- Creo que sí. Era de la
hacienda. Las mujeres llevaban las piernas terciadas sobre la cabalgadura.
¡Pobre hermana! Venirse a morir tan pronto.
Rosaura – Se le olvidó decir que Dios la
tenga en la gloria.
La señorita Clara.- Es que ella estoy
segura.
Rosaura.- Bueno, pero sígame diciendo.
La señorita Clara.- (Señalando otra
fotografía). Esta es Cristina y mi papá.
Rosaura.- Aquí está con ese sombrero bello
¿Se lo regaló su papá?
La señorita Clara.- No. Un chino..
Rosaura.- (Extrañada). ¿Un chino?
La señorita Clara.- Cristina, como mi papá
no la dejaba salir, así cuando ella lo disponía, pues al atardecer se asomaba
al postigo que daba a la calle Independencia y allí esperaba a que pasara el
chino que lavaba la ropa, cuando venía de la bodega regreso a la lavandería. Al
pasar el chinito Cristina se le quedaba mirando la pava que llevaba sobre la
cabeza como anonadada y tanto dio hasta que un buen día la vimos con el
sombrerón. Parecía una lamparita. Cuando papá le preguntó de dónde había sacado
la pava esa, ella le dijo que se la había ganado en una rifa de la beneficencia
que habían hecho las monjas. Papá murió y nunca supo de aquel gran secreto de
Cristinita con su chino en el postigo que daba a la calle Independencia.
Rosaura.- (Sorprendida señala otra
fotografía). ¿Y éste quién es?
La señorita Clara.- Este es Rafael. (Pausa)
(Recordando). Rafael (Pausita) Rafael quería llegar a las estrellas.
Rosaura.- (Señalando, sorprendida) ¿Son
alas?
La señorita Clara.- Alas. (Pausita). Con
ellas se subía a la colina más alta y las batía con toda la fuerza. Se ponía
rojo y las gotas de sudor le caían como cascada desde la coronilla hasta la
punta del pie. (Pausa). Fue justo en mayo que era cuando venteaba de verdad
verdad. De repente, se lanzaba. Con el sol parecía un caballito del diablo, de
allá para acá, de acá para allá. Hasta que caía por su propio peso. ¡El gran
avispón! Serían sólo unos pocos minutos, pero yo que lo veía a la distancia
creía que aquello era una eternidad.
Rosaura – (Admirada). ¿Volaba?
La señorita Clara.- Volaba. (Volviendo a
las fotografías).
Rosaura.- ¿Y ésta es usted?, Señorita.
La señorita Clara .- Sí, ésta soy yo.
Rosaura.- Mire usted, qué buena moza
La señorita Clara.- Ja, ja, ja.
Rosaura.- Qué lindo el vestido. Seguramente
iba para alguna parte muy especial. Ande, cuente, cuente.
La señorita Clara.- Para ver… era de tarde.
Después que me bañaba con jabón de olor, me empolvaba toda y me ponía jazmín.
Esperaba a Teresa, a Cristina y a veces a Paulina también, para hacernos en el
porche. (Súbitamente) ¿Qué hora es Rosaura?
Rosaura.- Son las doce, casi la hora del
almuerzo. Cómo se ha pasado el tiempo.
La señorita Clara.- Déjame que me prepare
que deben estar por llegar. Quizás hasta nos sorprendan y vengan a almorzar
aquí.
(Rosaura recoge los frascos y bandejas de
medicinas, alguna ropa para lavar y sale rápidamente de la habitación)
ESCENA IV
La señorita Clara va hacia el escaparate
donde se encuentra con trajes que evocan viejos recuerdos. La atmósfera se
torna fantasmal. La señorita Clara recobra la vitalidad de sus veinte años.
Toma un vestido de lino, se viste para almorzar. La puerta de la habitación se
abre lentamente, entre Teresa (transcurre la escena allá por el año de 1920 en
un lugar de los Andes).
Teresa.- (Vestida de rosa con volantes de
organdí). Apúrate. ¿No está lista todavía? Siempre tan lenta.
La señorita Clara.- ¿Y por qué tengo que
apurarme?, Allá tú que por andar tan rápida no puedes siquiera engordar. (Entra
Paulina cuando están discutiendo).
Teresa.- Pues lo prefiero así y no como tú
que le pides permiso a un pie para mover el otro, como una auténtica pereza.
Paulina.- Pereza, Teresa, si me prestas tu
chal color fresa te doy éste…
(Mira a su alrededor y toma un dedal que
tiene Clara encima de la cama)… dedal.
La señorita Clara.-(Quitándole el dedal).
Deja, deja eso ahí.
Teresa.- Además de pereza no soy yo, es
Clara.
La señorita Clara.-No claro y tú eres una
cerbatana.
Teresa.- Pues lo prefiero.
Paulina.- Dime pues dónde tienes el chal.
Teresa.- No, no, yo no te voy a prestar
ningún chal, ni por todas las fresas. Además por qué tienes que andar
prestando.
Paulina.- No ando prestando, es que hoy es
un día especial.
La señorita Clara.- (Capciosa). ¿Especial
por qué?
Paulina - Pues pregúntale a la cerbatana.
Teresa.- ¿A mí? ¡Y qué sé yo!
La señorita Clara.- Pues sí debes saberlo,
porque venías muy apurada a sacarme del cuarto.
Teresa.- Ahora vente a hacer la mosca
muerta, que nadie se te va a poder acercar de la cantidad de jazmín que te
pusiste detrás de todas las orejas del cuerpo. ¿Y dime, por qué te estás
arreglando tanto? (Se abre la puerta. Se oye la voz de Rosaura).
Rosaura.- Que dice su mamá que se apuren,
que cuando venga el doctor Joven (Gritos emocionados de las muchachas). Tienen
que estar listas para pasar a la mesa.
ESCENA V
En el escenario habrá una mesa muy bien
acomodada, servida con esplendidez y el ambiente es de carácter ceremonial.
El padre muy recto, con una elegante
Boulange y asumiendo una actitud bondadosa, será el primero en aparecer. Le
acompaña el Doctor joven y seguidamente. Irán llegando sus hijas (Teresa,
Paulina y Clara en un solo grupo y Cristina un poco después). Una vez que todos
se encuentren en el comedor, irán tomando asiento en la mesa. La madre lucirá
muy adusta.
Padre.- (Se pone de pie antes de comenzar a
comer). Hoy es un día muy especial. Me llena de honda satisfacción el que nos
encontremos reunidos alrededor de la mesa familiar, cuando debo comunicarles
que hace algunos momentos en grata conversación con el Doctor Alfonso Marturet
Crisanti, aquí presente, hijo de una apreciada y distinguida familia de la
sociedad de Caracas, me manifestó sus deseos de frecuentar nuestro hogar con el
fin de llevar relaciones con mi querida hija Cristina. Sobra decir que todos
nosotros, incluyendo por supuesto a Cristina, nos sentimos honrados con esta
petición ya que viene de una persona a quien exornan eximias dotes de
caballerosidad.
(El chinito aparecerá en escena. Le
entregará un sombrero alón al Doctor. Este lo tomará y lo entregará a Cristina,
quien sonriente se lo coloca sobre la cabeza. Clara y Paulina lloran al
unísono, acompañadas del chinito que desaparecerá por el lado por donde entró a
escena.)
ESCENA VI
Ha terminado la escena del recuerdo. La
señorita Clara regresa después de almorzar a su habitación acompañada de
Rosaura.
La señorita Clara.- (Farfullando) Pobre
Cristina.
Rosaura.- ¿Le gustó? ¿Le pareció bueno el
almuerzo?
La señorita Clara.- Sí, muy bueno. Se
quemaron un poco las torrejitas.
Rosaura.- Así es.
La señorita Clara.- ¿Le llevaron el
almuerzo a Paulina?
Rosaura.- Marina está en eso.
La señorita Clara.- (Para sí). El muy sinvergüenza
doctorcito.
Rosaura.- ¿Quién Marina?
La señorita Clara.- No, no, cosas.
Rosaura.- Bueno, la dejo aquí para que
duerma su siesta que con tanto ajetreo por el día de hoy debe estar cansadísima
la señorita.
La señorita Clara.- (Bosteza visiblemente).
Umju.
Rosaura.- ¿Necesitará que le traiga un
tilito?
La señorita Clara.- No, estoy bien así, a
la noche con el ceregumil.
Rosaura.- (Destiende la cama). Bueno, la
dejo señorita. (Ante esto la señorita Clara da muestras de tener mucho sueño.
Sale Rosaura).
ESCENA VII
La señorita Clara segura de estar a solas
se dirige rápidamente a la parte de atrás del escaparate. Saca una maletica de
cuero fino y con mucho cuidado la coloca sobre la cama. La abre y toma de ella
un muñeco mientras entona esta canción.
La señorita Clara .- (Comienza a cantar). A
despertar mi niñito. Cachetitos de alelí. Ojitos de pozo claro, dientecitos de
maíz. Si me das una sonrisa, te regalo tres canicas, un dado para tu suerte y
cruz de palma bendita. A despertar mi niñito, no llores que estoy aquí, bien
firme para cuidarte, muy tierna para besarte, dientecitos de maíz. (Letra de la
autora y arreglo musical de Nelson López y Daniel Marchan).
(Meciendo al bebe en los brazos para que no
llore).
No llores mi vida. A tun tun, a tun tun.
Pero mira cómo estás de mojado. ¿No te da pena? Ven, ven que te pongo un pañito
limpio, mira que te los perfumé con agüita de rosas. ¡Ah corazoncito! Pero si
tienes una lagrimita que parece una gotita de rocío. Déjame que me la beba. Está
salada, salada como el agua del mar. Ya, ya, no más lagrimitas, dejémosle el
rocío a otros capullos, bebecito mío. Ya sé, ya sé, que te dejé mucho tiempo
sólito, me merezco lo peor. Anda, pégame, pégame. (Ella misma se da en la
mejilla con una manita del muñeco). Ay, ay, ay, ya no lo vuelvo a hacer. Y
ahora para compensarte voy a ponerte tu camisita de encaje de Holanda. Mira,
mira qué bella. Ahora vas a llevar un pollito sobre tu pecho, para que en vez
de llorar píe. Pío, pío, pío. Ja, ja, ja. Piar como un pollito, donde se ha
visto. Ya está (Asomándose a la ventana). El sol no está lo suficiente tibio.
Sí, si, pero es que ya tienes las rodillitas heladas como dos popsicles. (Saca
una cobijita azul y lo arropa). No azul no, amarilla, así brillarás más que ese
sol que hoy no se quiere portar bien. Cuando los pájaros y las chicharras te
miren desde las ramas de los árboles del parque, ya verás cómo nos aturden de
sólo cantar. (Lo mece de nuevo y le canta otra vez la canción). Pero no querrás
salir conmigo así como estoy. Déjame que me arregle un poco. (Se dirige al
escaparate para vestirse frente al espejo).
ESCENA VIII
(Mientras se arregla frente al espejo la
señorita Clara se sume en sus recuerdos y ve entrando en la habitación a su
sobrina Cándida, tal y como diez años atrás).
Cándida.- (De improviso). Surprise.
Absoluta Surprise. Eufrasia tiene lista su obra de arte por el día de hoy.
(Pausa). ¿Qué fecha es hoy? (Buscando un almanaque que acostumbra estar en una
de las paredes) ¿Y el almanaque que estaba aquí? (Pausa). Ah, ya veo que te
empiezas arrimar al sabor y a lo nuevo. Sabes, un cambio de vez en cuando no
viene mal y yo sé que tú tienes tus sorpresitas de vez en cuando. Pero ¿qué
desmemoriada soy, verdad? No sabe que fecha es hoy es un verdadero sacrilegio.
¿Cómo será entonces cuando tenga las bodas de plata o de oro o las diamantes,
ah? 24 de abril, abril. Pensar que en otros países durante esta época por donde
pasas según dice Anita, se abren flores por todas partes. Fascinantes
crisantemos, blancas magnolias, novios y diminutas violetas, malvones y
millares de flores inimaginables. No como aquí, que con este baño de concreto
asfixiante, de casualidad podemos ver una que otra ramita verde rompiendo hasta
asomarse por las rendijas para no morir. (Pausa corta). Bueno, bueno ¿A qué no
sabes cuál es la surprise? (Pausa) Buñuelos de apio. ¡Únicos! ¡Los mejores!
Especialmente para ti. (Pausa). ¿Pero no dices nada? (Riendo) Si no fuera por
ti y por Eufrasia, la pobre, estaría comiéndome yo misma de la angustia porque
no sé hacer nada y de ahora en adelante puede traerme muy malas consecuencias.
Para que no digan que todo espero que me lo hagan durante toda la mañana,
estuve buscando entre el montón de recetarios llenos de polvo que dejó
guardados mi papá, como recuerdo de familia en su biblioteca, alguna recetica
sencilla para entrar en calor. Y de paso conseguí el retrato de una pájara, sin
animo de ofenderte, por supuesto, parecidísima a ti: pintas de colores
llamativos, grandes alas como abanicos y para completar, a un lado de la
fotografía decía así: (De memoria, como quien cita) “llamativo pájaro
suramericano. La hembra está provista de hermosas alas con las que cubre
celosamente sus pichones hasta bien entrados éstos en edad. Su cabeza
relativamente pequeña, está rematada en un moño que le da un aire de coquetería
poco habitual entre otros animales de la especie. En algunos países debido al
caminar pesado y ondulante del animal y al mencionado moño, se le denomina “La Tiíta ” (Riendo a carcajadas.
La señorita Clara continúa arreglando objetos y trajes sin contestar). Pero,
pero ¿Qué haces?
La señorita Clara .- Pues, lo que pasa es
que ya no eres mi polluelo. Así, que no trates de congraciarte que lo hecho
hecho está. Y no tienes perdón. Me has matado.
Cándida .- (Como quien busca algo) ¿Dónde
está, pero dónde está?
La señorita Clara.- ¿Qué está buscando
niña?
Cándida. – Tu cadáver, o por lo menos el
arma homicida.
La señorita Clara .- El cadáver soy yo. Y
el arma homicida lo que tú me hiciste. (Señalándola) Tú eres la única arma
homicida en esta casa.
Cándida.- Pero tía si no es para tanto.
Además, ¿no te has puesto a pensar que más bien fue para darte la sorpresa?
La señorita Clara.- No claro, es que no lo
dudes. La sorpresa me la diste. Y eso que estas cosas no deberían agarrarlo a
uno por sorpresa. Mi mamá. Que algún sitio del cielo Dios seguro le tuvo
destinado, siempre me lo decías: “Cuando uno menos lo espera salta la liebre”.
Sí, debía esperármelo.
Cándida.- Pero, ¿Cuál es la diferencia
entre habértelo dicho antes o habértelo dicho después? ¿No habría sido lo mismo
para ti? Pienso que si te lo hubiera dicho antes habrías sido capaz de
recluirme como cualquier fiera entre cuatro paredes. Si ya una vez me lo
hiciste.
La señorita Clara.- Que te has pensado ¿Qué
soy una loca? Yo que lo único que he hecho es quererte. Me has matado.
Guillermina está tan triste.
Cándida.- (Extrañada). ¿Sí? ¿Y cómo lo
sabes?
La señorita Clara.- Anoche estuvo toda la
noche mirándome. (Mirando un retrato en la pared). Y nunca había yo visto ojos
tan tristes.
Cándida.- ¿No podría preguntarle esta noche
su dirección exacta?
La señorita Clara.- (Extrañada, con recelo)
¿Para qué?
Cándida.- Para enviarle la invitación al
matrimonio eclesiástico y una cartica que rece así: (Mirando al cielo). Ya
puedes morirte de la risa, se casa la niña con velo y corona, que al fin y al
cabo es lo que interesa (Pausa corta). Alégrate pues ¿Ése es el más importante,
no? ¿No era lo que tú querías? Verás como todo el mundo esconde la lengua entre
el rabo.
La señorita Clara.- Sí. Lo que yo quería.
Pero con alguien que valiera la pena, alguien diferente, no así, chupulún, a
casarse con el primero que pase. Y lo que es peor, sin ni siquiera participar.
No señor, a mis espaldas.
Cándida.- ¿Perro que querías tú, Tiíta?
La señorita Clara.- No me digas Tiíta
Cándida.- Bueno tía, pues.
La señorita Clara.- Ni tía tampoco. Ya no
soy tu tía. Otra cosa sería si me hubieras tomado en cuenta.
Cándida.- Con ese cuento de tómame en
cuenta, tómame en cuenta, de casualidad me quedo para vestir santos. Tú misma
me lo dijiste una vez, ahora no me lo puedes negar, que de no haber sido porque
le hiciste mucho caso a la cantaleta de tu mamá, en contra del repudiado
sacramento del matrimonio que en vida le dejó ocho hijos y uno de los
velatorios y entierros más notorios de San Cristóbal, quizás te hubieras
decidido a casarte con el doctor Bonacho.
La señorita Clara.- Ahora sí torció la
puerca el rabo con ese decir tuyo. En realidad, nunca dije que estuviera
arrepentida. Al fin y al cabo, es mejor estar solo que mal acompañado.
Cándida.- Además no puedes decir nada si no
conoces a Ángel, de verdad, verdad. Sólo lo has visto una vez.
La señorita Clara.- ¡Y qué vez! No quiero
ni recordarlo. Todavía siento la sonrisa congelada en la boca, sin saber qué
hacer con el acta de matrimonio temblándome en las manos. Y él, allí, pequeñito
e insignificante, mirándome a los ojos con cara de yo no fui.
Cándida.- ¿Pequeñito e insignificante?
La señorita Clara.-Además, si realmente es
tan maravilloso como tú dices, al menos debió tener valor y venir a esta casa a
pedirme tu mano.
Cándida.- Y a los pocos minutos salir de
esta casa con el rabo entre las piernas, con no sé cuantos nombres de
caballeros ilustres, desfilándole en un solo redoblón por la cabeza y tratando
de ver claro, porque si cuando había puesto los pies en la sala estaba tan
convencido de casarse conmigo, otra vez en la calle pensaba que la cosa había
comenzado a lucir como un penoso vía crucis.
La señorita Clara.- Todo ha sido por tu
bien.
Cándida.- Pero Tiíta, el tiempo de los
cruzados ya quedó muy lejos. Hoy escasean por todas partes los hombres que
estén dispuestos a casarse con una y cuando se ha tenido la suerte de dar con
uno de ellos, lo mejor es echarle rápido la garra.
La señorita Clara.- Pero al menos has
debido decírmelo antes y después te casabas, aun cuando fuera sin mi
consentimiento.
Cándida.- Preferí cubrirme las espaldas,
antes de que me pusieras detective detrás.
La señorita Clara.- Pues bueno, ya creo que
no tengo nada que hacer aquí, que se sepa que fuiste tú y sólo tú la que lo
quisiste así. (Levanta la maleta)
Cándida.- Piénsalo bien. En ningún otro
sitio vivirás mejor que aquí. Esta ha sido tu casa durante largo tiempo.
La señorita Clara.- ¿Qué te has pensado,
que no tengo dolientes? Antes de venir aquí vivía feliz con mis hermanas. Ellas
se pondrán contentas de verme llegar de nuevo. Cristina y Teresa, aunque ya no
están, sé que me acompañan desde el cielo en donde Dios de seguro las tendrá. Y
que conste que cuando, me vine hace cuarenta años a esta casa fue siguiéndole
los pasos a Guillermina, que me adoraba como una madre. Pero ahora como se ve,
las cosas han cambiado y si hay santos nuevos los viejos no hacen milagros.
Cándida.- Los años han pasado Tiíta. Ahora
ya las cosas no son como antes. Tía Paulina ya casi ni ve. En cambio en esta
caso lo que viene es vida. (Pausa corta). Mira, cuando tenga hijos, que espero
que sea bien pronto, tú vas a ser como una abuela para ellos. ¿Te los imaginas?
Gorditos, con cacheticos mofletudos, diciéndote agú, agú,, abuelita, agú.
La señorita Clara.- Ahí va a estar tu
castigo, ni abuela ni nada, no te lo perdono.
ESCENA IX
Súbitamente el sonido de alguien al otro
lado de la puerta de la habitación sorprende a la señorita Clara quien abandona
sus recuerdos.
La señorita Clara.- ¿Quién? ¿Quién es? Un
momento. (Esconde al bebé).
Rosaura.- Soy yo señorita Clara, Rosaura.
Me extraño a esta hora la puerta trancada y quería…
La señorita Clara.- Sólo unos minutos. Me
estoy vistiendo. Un momentico. (Abre la puerta).
Rosaura - Yo creí que estaba en el quinto
sueño. Vine por sí acaso usted… (Pausa.) ¿Y para dónde va?
La señorita Clara.- Nada del otro mundo.
Sólo que voy a visitar a Paulina.
II ACTO
ESCENA I
Puerta de la habitación de doña Paulina. Se
deja oír melodía ranchera de Pedro Infante donde destacan de manera especial
los violines.
Misia Paulina se encuentra oyendo el
programa de rancheras de las cuatro (4:00 p.m.) por “Radio Latina” única
estación que escucha mientras toca un viejo violín imaginario. La señorita
Clara entra y se mueve cuidadosamente en la abigarrada habitación a fin de no
mover nada. Se dirige hacia el radio y baja un poco el volumen.
Misia Paulina.- (Repentinamente deja de
tocar el violín. A la expectativa). ¿Quién anda ahí?
Bienvenido si eres de buena voluntad.
La señorita Clara.- Soy yo Clara, Clarita.
Misia Paulina.- Clarita como el agua de los
lagos/ Clarita como el cielo/ Clarita como… (Pausa corta). Pájaro de mar por
tierra. Al fin vienes a verme. (Pausa corta) ¿No me habrás movido el palito del
dial de la Radio Latina ?
La señorita Clara.- (Angustiada) ¿Qué te
sucede Paulita? ¡Paula!, ¿el oído también?
Misia Paulina.- ¿El oído también qué?
La señorita Clara.- ¿Se te fue?
Misia Paulina.- (Mira alrededor) ¿Para
dónde? ¿Por qué lo dices?
La señorita Clara.- Pues, porque siguen
sonando la Radio Latina
y no la oyes.
Misia Paulina.- Ah, me asustaste, ¿Lo
decías por eso? Es que si no me cuido, la gente me cambia de lugar mis cosas y
después no tengo modo de encontrarlas. (Pausita corta).
Tenías muchos días que no te aparecías por
aquí.
La señorita Clara.-(Sacando de un bolsillo
de su vestido un bocadillo de guayaba. Se lo entrega).Toma para ti. Son
colombianos.
Misia Paulina.- ¿De dónde lo sacaste?
La señorita Clara.-(Con picardía). Un
secreto. (Pausa corta). No es que no venga. Es que a veces he venido y no te
has dado cuenta.
Misia Paulina.- Humm… No me engañas. Además,
tratas de comprarme con tus bocadillos de guayaba. Porque aun cuando vienen
muchos a oírme tocar el violín, puedo saber que no estás entre ellos. Lo sé por
la manera como pisas. Cada quien tiene su forma de aproximarse. Además, cada
vez que vienes es imposible tocar no esto de violín, hablas demasiado. Así que
deberías venir con más frecuencia y conversar menos.
(Come el bocadillo).
La señorita Clara.- No digas eso. Es que a
veces estoy demasiado ocupada poniendo en orden todas las cosas para cuando vienen
a visitarme.
Misia Paulina.- ¿Visitarte quiénes?
La señorita Clara.- Cándida y los hijos
Misia Paulina.- Ah, se me olvidaba.
La señorita Clara.- (En voz baja) ¿Por qué
no las dejas entrar?
Misia Paulina.- ¿A quiénes?, ¿Quién quiere
entrar aquí?
La señorita Clara.- Shhh, a Marina y a
Rosaura.
Misia Paulina.- ¿Para que?
La señorita Clara.- No sé… para que te
limpien la habitación un poco.
Misia Paulina.- Déjalo así. Si las dejo
entrar me moverán todo y después no puedo dar con nada. No puedo encontrar
nada.
La señorita Clara.- Esas son manías. ¿No
pensarás vivir en este…? Esto parece un mismísimo nido.
Misia Paulina.- Es mi cuarto, ¿no? Y
además, como no sea a ti, que vienes sólo de vez en cuando, no espero a más
nadie. Y de todas maneras a mí me gusta así como está.
La señorita Clara.-Pensarás que no te
visito porque no te quiero.
Misia Paulina.- Humjú…
La señorita Clara.- Líbreme Dios Paulina.
¿Has llegado a pensar que no te quiero?
Misia Paulina.- A veces. No siempre puedo
estar con el violín. Mis visitantes deben marcharse una y otra vez. Entonces,
aunque sea por un momento me pongo a pensar, ajá, pues sí, Clarita no me ha
venido a visitar. Me río como si fuera una broma, aunque tú no me creas. Y a
los pocos instantes, sin quererlo, el corazón me aletea dentro del pecho como
si tuviera aquí metido un pájaro agonizante.
La señorita Clara.- (Señalándose el pecho).
Misia Paulina.- Sí, aquí. De repente se
crece en saltos.
La señorita Clara.- (Temerosa). ¿Hasta
morir?
Misia Paulina. – Sí Clarita, el pájaro, yo
no. Con los años he llegado a aceptar, y es mejor así, que uno es como una
posada a la orilla de un camino. A ella entran y salen visitantes ocasionales.
A unos, si acaso, podemos distinguirles la cara. Otros en cambio, nos dejan ver
sus ojos y se nos meten aquí dentro como una candelilla, así como un relámpago
claro. Hay algunos que permanecen un tiempo y que cuando se han ido quisiéramos
volver a ver sus ojos porque dejan la casa plagada de recuerdos. Pero al final
lo que siempre está ahí es la posada.
La señorita Clara.- Paula, a veces no te
entiendo.
Misia Paulina.- ¿Sigues creyendo en
pajaritos preñados?
La señorita Clara.- En pajaritos preñados
porque soy diferente y me gusta mantener limpia mi habitación.
Misia Paulina.- La mía también lo es
(Pausa) (Comiendo el dulce). (Saborea). ¿Desde hace cuanto tiempo es este
bocadillo?
La señorita Clara.- Es nuevo. ¿Por qué lo
dices?
Misia Paulina.- Porque los auténticos
bocadillos colombianos ya no se encuentran.
La señorita Clara.- Es que siempre me
traen.
Misia Paulina.- ¿Estás segura Clara Rosa?
La señorita Clara.- Perfectamente.
Misia Paulina.- (Saboreando). Está mohoso.
La señorita Clara.- ¿Mohoso mi bocadillo?
Eres una desagradecida que encima de que no te das cuenta del esfuerzo que debo
hacer para permanecer en este cuarto irrespirable, desprecias mis bocadillos.
(Señalando hacia la pared). ¿Te das cuenta? Ahí va una cucaracha.
Misia Paulina.- Mátala, por favor. Yo no la
puedo ver. Debió venirse de tu habitación, que con tantos dulces mohosos y
manzanas podridas no produce sino animalejos que molestan al vecindario.
La señorita Clara.- Nada de eso de decir
que en mi cuarto existe ningún tipo de animalejos. Todo está muy bien ordenado.
Me daría pena que me vieran el cuarto así.
Misia Paulina.- Y para que quiero yo
arreglar nada. No espero a nadie. Allá tu guardando bocadillos que se vuelven
mohosos porque ya nadie viene a verte.
La señorita Clara.- (Con la voz ahogada a
punto de llorar) No digas eso. No vuelvas a repetirlo. Ellos siempre me llaman
por teléfono cuando no pueden venir. Iban a un viaje muy largo de donde me van
a traer muchas cosas. (La señorita Clara volteando lentamente hacia la puerta
de la habitación se lanza fuera. Misia Paulina sube el volumen de la radio
dejando oír de nuevo las canciones de ayer, de hoy y de siempre).
ESCENA II
La señorita Clara se ha desplomado en el
suelo. La atmósfera se tornará parecida a la de un lugar nocturno (Piano Bar)
de donde se deja oír música de connotaciones eróticas. Todas las figuras
comienzan a animarse alrededor de la señorita Clara que mira y no cree lo que
ven sus ojos. En el bar están Cándida, Betty, Angelito, mesoneros que figuran
insectos, el Barman. Se escucha sonido de voz en off, como si fuera un T.V. o
una radio acaso.
Barman.- ¿Seco o con soda?
Voz de Mujer 1.- On the rocks ¿por favor?
Voz de Mujer 2.- Para mí una piñita colada.
Voz de Mujer 1.- ¡Ay! ¡Que bello! ¿Y dónde
lo compraste?
Voz de Mujer 2.- Dónde va a ser, donde
compra la gente elegante.
Voz de Mujer 1.- ¡Ay, chica! ¿Qué hora
tiene tu Tissot?
Voz de Mujer 2.- Vive el momento pana.
¿Para qué la hora?
Voz de Mujer 1.- ¡Betty! ¿Qué será de
Angelito que no llega?
Voz de Mujer 2.- Hablando del Rey de Roma y
por ahí se asoma. (Risa)
Voz de Hombre.- ¿Cómo la pasan mis ricuras?
Voz de Mujer 2.- Mira que me pongo celosa.
Voz de Mujer 1.- Eso ya no se usa.
Barman.- ¿Qué toma el señor?
Voz de Hombre.- Lo de siempre, por
supuesto.
Voz de Mujer 1.- ¿Compraste los pasajes?
Voz de Hombre.- Directo a Mayami mi amor.
Voz de Mujer 2.- ¿Quién me brinda un
Viceroy?
Voz de Hombre.-(Tocando el cabello de
Cándida). ¿Bailamos pelo lindo? (Bailan todos).
Voz de Mujer 1.- Humm…
Voz de Hombre.- Tienes la piel suavecita.
Voz de Mujer 1.- Secretos que tiene una.
Voz de Hombre.- ¿Cuáles?
Voz de Mujer 1.- Ay mi amor me pones a
millón. (Poco a poco la atmósfera se irá transformando en ambiente de la casa.
Lentamente van desapareciendo los personajes.)
ESCENA III
> Entra Rosaura. La señorita Clara está
desplomada en el suelo.
&nbssp;
Rosaura.- (Grita) ¡Ay Dios mío! ¡Dios mío!
Señorita Clara, ¿qué le pasa? Señorita Clara, conteste. Marina, Marina,
apúrate, ayúdame aquí. La señorita Clara se cayó. Apúrate. ¡Ay Dios!
Marina.- ¿Qué pasa? ¡Señor Dios! Rápido,
arriba, arriba, ¿por qué se caería? Con cuidado, no vaya a ser que…
&nbssp;
Rosaura.- Señorita Clara, señoorita Clara.
Diga algo.
&nbssp;
Marina.- Está palidísima. Pobrecita. (La
señorita Clara se queja)
&nbssp;
Rosaura.- Vamos a tomarle la ttensión.
&nbssp;
Marina.- ¿Y qué sería? ¿Será que tropezó
con algo?
&nbssp;
Rosaura.- Ella dijo hace un raato que iba a
visitar a Misia Paulina.
&nbssp;
Marina.- ¡Qué broma, caramba!<
&nbssp;
Rosaura.- Si es algo malo, puees habrá que
llamar a Cándida.
&nbssp;
Marina.- Quién sabe si ni estará, tiene
tanto tiempo que no aparece.(La señorita Clara se queja)
&nbssp;
Rosaura.- Señorita, ¿cómo se ssiente? ¿Pero
y cómo se cayó?
&nbssp;
Marina.- Diga ¿le duele algo? ¿Por qué se
queja? ¿Dónde le duele?
Rosaura.- No dice nada. Parece que se tragó
la lengua. La tensión la tiene un poco baja. Pero no parece tener nada roto.
Marina.- Le está volviendo el color a la
cara. Yo creo que no es nada del otro mundo. Yo voy a la cocina a matar un
pichoncito que tengo por ahí. Con un buen caldito… Eso como que es lo que le
hace falta.
&nbssp;
Rosaura.- Es que se ha ajetreado demasiado
y ella no está para esos trotes.(Sale Marina de la habitación)
&nbssp;
Rosaura.- ¿Se está sintiendo un poquito
mejor, verdad? Déjeme que le busco más goticas. (Sale Rosaura).
&nbssp;
ESCENA IV
La señorita Clara queda sola. En alas del
recuerdo aparece Eufrasia, antiguo servicio de la casa de Don Leonardo y Guillermina,
ya muerto. Entra Eufrasia. 20 años atrás casa de Don Leonardo y Guillermina.
Eufrasia.- ¡Ah!, por fin la encuentro.
Estuve buscándola por allá dentro y requetebuscándola y no la conseguía. Ya yo
estaba asustada pensando que pudieran habérsela llevado los tales
extraterrestres. Porque, ahora con tanto cuento de que si se le aparecen a la
gente unos enanitos luminosos y llenos de colores, lo tienen a uno nervioso.
(Pausa corta) y, raro que la señorita está aquí.
La señorita Clara.- Eufrasia ¿no podría
usted llamar a sus primas para que dejen la ida al cementerio para el próximo
fin de semana o en tal caso para el domingo? Porque mañana la voy a necesitar
aquí.
Eufrasia.- Ah, ya sé, segurito que tenemos
invitados. (Pausa corta) Entonces lo dejaremos para el domingo. No le digo que
para la semana que viene porque no puedo asegurar que tanta ausencia le guste a
la difunta y entonces, segurito que la semana que viene empiezo con una
soñadera. (Pausa corta) La otra vez que me dio aquel gripón y que no pude ni
pararme del descoyuntamiento, no me lo perdonó. Y una noche soñé que la difunta
estaba muy brava y se paró de la tumba y empezó a llamar a todos los demás
amigos difuntos. Entonces, se pusieron de acuerdo y cual no fue la sorpresa de
los de la administración, cuando vieron una poblada de muertos venir cementerio
abajo con unas pancartas blancas que decían: “Nos tienen abandonados, abajo los
vivos”. “Muerte a los parientes ingratos”. El Administrador como enloquecido,
junto con los otros empleados empezó a buscar a todos los familiares y a
llamarlos por teléfono, no fueran las cosas a pasar a mayores. En eso pues, el
teléfono de las de las primas estaba malo, entonces se les ocurrió llamarme a
mí. Cuando ese aparato sonó, desperté. El corazón se me salía por la boca.
Desde ese día prefiero no dejar que se pase mucho tiempo sin hacerle la visita
a la difunta. (Pausa).
La señorita Clara.- Eufrasia ¿cuántos años
tiene usted, en esta casa?
Eufrasia.- Entraditos los veinte. La niña
estaba chiquita. Dona Guillermina todavía le daba el pecho.
La señorita Clara.- ¡Cómo pasa el tiempo!
¡Ojalá! Pueda durar aquí veinte años más.
Eufrasia.- De aquí allá ya me habré muerto.
Pero ¿Y qué me le pasa señorita Clara? La veo con la mirada como desmaya.
La señorita Clara.- ¿Me lo quitó los
piojitos a la begonia?
Eufrasia.- Toditicos. Estaba esteraita. Me
senté con toda paciencia y se los fui sacando uno a uno y de blanca que estaba
quedó verdecita. (Pausa corta). ¿Usted no sabe lo que me pasó? Pues por andar de
puro mirona, mientras Rosalía tendía la ropa estaba tienta que tienta la
escalera que había agarrado para ir a cambiar una bombilla y en una de las
coyunturas estaba un gusano. Con la misma que le siento la pelusera empecé a
sacudir la mano y lo aviento lejos y como se seguía moviendo fue tanta mi
tribulación, que agarré el fleet y ahí se quedó todo engurruñao, sin poder
hacer nada. Salgo corriendo a ponerme mentol indio, y Dios a quien tanto le
pido estaría ocupado o distraído o qué sé yo si hasta viendo la televisión, y
voy le meto la chancleta al cable de la plancha y zas, como un mismo animal
casi le meto al suelo la jocica. Es que, señorita Clara, cuando uno está de
malas, no hay nada que hacer.
La señorita Clara.- Eufrasia, pásame
temprano la ropa planchada al cuarto.
Eufrasia.- Bueno ¿y quién es el que viene
señorita Clara?
La señorita Clara.-Nadie Eufrasia, nadie
tiene porqué venir mañana. Soy yo que me voy.
Eufrasia.- ¿Qué se va? ¿Y pa dónde?
La señorita Clara.- ¿Y a donde podría ir yo
sino a casa de mis hermanas?
Eufrasia.- Por la forma como lo dice,
pareciera que no va a regresar más.
La señorita Clara.- Me voy definitivamente.
Eufrasia.- ¿Qué está diciendo usted?
La señorita Clara.-Como me oye. Me voy
Eufrasia, me voy. No vuelvo más. De ahora en adelante le toca a usted agarrar
las riendas de esta casa. Usted sabe las cosas, tiene aquí toda una vida.
Eufrasia.- Pero ¿Y cómo es eso señorita?
¿Pero qué pasó? Porque yo será que estoy bruta, pero no entiendo nada.
La señorita Clara.-Pues que la niña se
casó. Ya yo no tengo nada que hacer aquí.(La atmósfera comienza a tornarse como
antes. Lentamente Eufrasia se va alejando de la habitación).
ESCENA V
> Entra Marina con el caldo..
&nbssp;
La señorita Clara.- ¿qué día ees hoy?
&nbssp;
Marina.- Ah, por fin se decidió a hablar
(Pausa corta); hoy es viernes, justo el día en que la señorita acostumbra a dar
de comer a esos pájaros rocheleros que vienen al parque. Ya casi no van a poder
volar de lo gordo que los tiene.
La señorita Clara.- No puedo ir a ninguna
parte, todos los papeles se me han perdido. Yo sé que nunca voy a regresar.
Marina.- ¿Cuáles papeles?
La señorita Clara.- (Con desesperación).
Las fechas, las cartas, los mapas, donde estaba señalado el sitio donde yo
podría ir.
Marina.- Nunca dijo antes que usted tuviera
todas esas cosas.
La señorita Clara.- ¿Para qué? Todos las
tenemos. ¿No es así?
Marina.- no sé. Yo nunca he tenido sitios a
donde tenga que ir y hace mucho tiempo que nadie me escribe una carta.
La señorita Clara.- Un animal entró y se me
metió en la cabeza. Yo sentí el puyazo. Lo siento adentro como si fuera un
cosquilleo. Me come y me come como si mi cabeza fuera una manzana.
Marina.- (Muy extrañada). ¿Pero qué animal
es ese del que me habla?
La señorita Clara.- Sí. Aquí lo siento.
Marina.- Pero yo no le veo nada. Mire, por
qué no se acomoda un poco que Cándida puede aparecer en cualquier momento y
mire cómo la va a conseguir.
La señorita Clara.- Eso es mentira. No
tengo a nadie a quien lucirle. Mentira, es mentira. No le pertenezco a nadie.
Da lo mismo estar aquí entre estas cuatro paredes o haberme…
Marina.- (Santiguándose). Por Dios no diga
eso.
La señorita Clara.- Ya uno no importa.
Marina.- ¿Y Rosaura y yo no contamos para
nada? Y Misia Paulina y esos pájaros realengos del parque (Pausita). Además,
qué sabe usted, es probable que su sobrina esté muy ocupada por los momentos o
quizá de viaje.
La señorita Clara.- Sí, un viaje muy largo.
Un viaje sin regreso. (Pausa).
Marina.- ¿Se siente bien?
La señorita Clara.- Como nunca. Déjame que
me acomode. Paulina me espera para un concierto.
Marina.- Con cuidado. ¿Cree que pueda
pararse?
La señorita Clara.- (Parándose). Claro que
sí. (Se prepara con algún atuendo para salir)
ESCENA VI
> Habitación de Misia Paulina. Entra la
señorita Clara.
&nbssp;
La señorita Clara.- ¿Puedo enttrar?
Paulina.- Apúrate, el concierto ya va a
comenzar. No más llegue el resto de los invitados comenzamos.
La señorita Clara.- Tengo muchos deseos de
escuchar un poco de música. Me duele mucho la cabeza.
Paulina.- Siéntate, siéntate. Será un
concierto maravilloso. (Pausa corta). Pero… eso no puede ser gratis. Se aceptan
pagos no monetarios, así como en especie. Un bocadillo de guayaba, tal vez,
pero eso sí, sin hongos ni mordeduras, enterito para mí.
La señorita Clara.- Lo que pasa es que
ahora no tengo. Pero te lo debo. Me duele mucho la cabeza.
Paulina.- Ay Clarita, cómo te conozco.
Bueno, no importa. Me gusta más que estés aquí para oírme. Te quiero igual
(Pausita corta). Me lo debes.
La señorita Clara.- me pareció oír como
voces.
Paulina.- Sheee (Pausa). Son ellos. Son
ellos sí. Ahí vienen. (Nadie visible. Amablemente). Adelante, adelante.
(Dirigiéndose a Clara). Acomódate. Verás que encantadores. Será un gran
concierto. (Dirigiéndose a los visitantes). Siéntense, siéntense. Esta es
Clara, mi hermana. Clara hoy nos acompañará con su clarinete.
La señorita Clara.- (Extrañada). ¡¿Yo con
mi clarinete!?
Paulina.- Vamos, no te hagas la loca. (Se
dirige a los visitantes). Ella es un poco tímida.
La señorita Clara.- Pero si yo no sé…
Paulina.- Es que a ella le gusta tomar el
pelo. Vamos, vamos Clarita. Anímate. Que esperan por nosotras.
La señorita Clara.- Bueno, como tu quieras.
Está bien. Pero si las cosas no salen como deben ser, será por tu culpa.
(Paulina toma un imaginario violín. Otro
tanto Clara con su clarinete. Afina. Inician una hermosa pieza. Se apagan las
luces).
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