Arturo Uslar Pietri.
Explicación
La murmuración es una forma de creación
humana. Los murmuradores crean sus personajes, sus mitos y sus héroes, de un
modo que recuerda el de lo antiguos poetas épicos. Con fragmentos de hechos,
con intuiciones, con intenciones, con atisbos superficiales fabrican una
especie de sobrerrealidad que tiene todas las características de una creación
del espíritu.
Los murmuradores están constantemente
creando con los flacos elementos que les proporciona la realidad circundante.
Esa creación poética y dramática llega a veces a sustituirse a la realidad y a
tener la fuerza actuante de un mito. No fueron creados de un modo distinto los
dioses y los héroes del hombre primitivo. La mitología griega es como una
complicada murmuración ritual sobre la familia de Cronos.
Sobre los seres y los hechos entrevistos,
como resultan en realidad los seres y los hechos que pretendemos conocer, la
murmuración coloca otros hechos y otros seres revestidos de una fuerza y de un
prestigio que la mera realidad nunca llega a tener. Esta es la verdadera
creación poética de la murmuración. Los hechos banales se llenan de misterio y
de significación, los seres más familiares revisten una especie de máscara
trágica que les da otra personalidad sobrecogedora.
El mito creado por la murmuración, como
todo mito se emancipa pronto de sus creadores, adquiere una vida propia, y
reacciona a su vez, con su existencia, sobre los que lo crearon. De este modo
el ser humano, el murmurador, llega a ser la víctima y el antagonista de su
murmuración, su creación recae sobre él y cambia su realidad.
El don de crear mitos, que es uno de los
más maravillosos dones del hombre, ha venido a refugiarse en la conversación de
los murmuradores, en las cerradas casas de los pueblos pequeños. Al monótono
mundo de lo visible ellos añaden un prodigioso y vario mundo mítico donde una
sobrerrealidad mágica se sobreimpone sobre las cambiantes fisonomías de los
seres ordinarios. Hora por hora crean, inventan o descubren personalidades
nuevas en los seres más vistos de su circunstancia. Viven, como en poético
trance de creación, de asombro en asombro, descubriendo en los seres más
familiares y grises unos monstruos ocultos y agazapados que nadie hubiera
podido imaginar: el sórdido interés en la generosidad aparente: la lujuria en
el cariño: el complicado cálculo ambicioso en la acción más rutinaria: las
intenciones disimuladas de que pueden estar llenas las frases más banales: los
crímenes a que pueden conducir los hechos más simples.
Chúo Gil es una obra que trata de
dramatizar el mundo mágico de la murmuración. A la sala de la casona del pueblo
llegan los hechos llanos de la vida común y sus personajes familiares. Sobre
ellos la murmuración crea una sobrerrealidad mágica y poética llena de las más
poderosas posibilidades trágicas. La nueva realidad creada por la murmuración,
el nuevo mito vivo, reacciona a su vez sobre los seres reales que lo crearon y
los altera irremediablemente.
Las relaciones simples y aparentes que
ligan a los personajes se complican y adquieren una profundidad impensada. Hay
como un fatum del mito creado que da un nuevo sentido a las vidas. Los impulsos
y los deseos frustrados se mezclan con los hechos consumados para formar un
nuevo clima y unas relaciones en los que los personajes cambian fatalmente de naturaleza.
El personaje más importante de la farsa trágica es uno que acaso no existe sino
en las memorias y los resentimientos de los otros. El mito de Chúo Gil es el
que dirige toda la máquina trágica a su fin inexorable. Su existencia real
carece de importancia frente a la vigencia y poderío de su existencia mítica.
Por el efecto de este mito central y superior y de sus mitos subordinados
Juancho deja de ser un muchacho pueblerino, sano e impetuoso, para convertirse,
a su pesar, en un héroe vengador. Lalla, la sedienta de satisfacción de hombre,
la tejedora de mitos que la favorecen y ayudan, sacrificará a su hijo y se verá
destruida por la violenta reacción del mito que ha contribuido a crear.
El mito es como un robot que escapa de las
manos que lo crean y regresa, como el ángel de Jacob, a luchar con sus
creadores. Los hombres, entonces, entran en diálogo, en juego y en lucha con
sus propias criaturas. Por medio de la creación de sus mitos el hombre organiza
su mundo y forma las relaciones de su conocimiento. Pero por el mismo hecho de
su nacimiento, los mitos entran a poblar el mundo humano y a tomar parte en el
tejido de los hilos del destino y en las posibilidades de la libertad de
decidir que, después de todo, son cosa semejante.
En cierto sentido, la función específica
del hombre es la de fabricar mitos para convivir con ellos y por ellos. Esto es
lo que desde un punto de vista histórico se la llama la civilización.
Sí ésta fuera una obra simbólica podría
llamarse la parábola de la civilización: si fuera una obra costumbrista podría
llamarse simplemente: los murmuradores, pero como carece por igual de propósito
simbólico deliberado y de complacencias costumbristas se llama simplemente:
Chúo Gil. Es decir, una visión de seres humanos, metidos en los ambientes
superpuestos y mezclados de lo visible cotidiano y de lo invisible cotidiano,
de lo individual y de lo social, de lo recibido y de lo creado, es decir, en el
trabajo de vivir con el destino o de vivir con la historia, que es el trabajo
esencial del hombre.
El destino, es decir, lo que sucede y
creemos que tenía que suceder, es como un tejido. Sólo que no lo hilan o tejen,
como parecían creer los antiguos, unas cuantas divinidades hacendosas como las
Parcas, sino que todos contribuimos a tejerlo.
En este sentido es verdadero que todos
hacemos la historia y todos hacemos la biografía. El destino es un poco como la
biografía que, entre nosotros y los demás, hacemos de nosotros mismos.
Ese tejido del destino lo hacemos con
palabras. Con el don de nombrar que es el don de crear. Todos estamos
constantemente creando seres y hechos, o creando biografía e historia, con lo
que nuestros impulsos, prejuicios y apetitos hacen de los datos incompletos,
irremediablemente incompletos, que podemos obtener de las personas y de los
sucesos.
Las tejedoras de esta farsa, a imagen de
nosotros mismos, no hacen otra cosa que tejer el destino con sus palabras. Un
destino irreversible y trágico, como todo destino, que tiene que cumplirse
finalmente, a través de los seres aparenciales, sobre los desconocidos seres
verdaderos A.U.P.
•PERSONAJES
Por orden de aparición
Las voces.
Mocha: Criada Mayor
Juancho: Mozo. Hijo de Lalla. Sobrino de
Bega
Livia: Moza. Hija de Bega
Bega: Señora mayor. Madre de Livia
Lalla: Señora. Mayor. Hermana de Bega y
madre de Juancho
Anito El Pavoso: Hombre del pueblo. Maduro
Hombres y mujeres del pueblo
TIEMPO DE LA ACCIÓN :
•Preludio: Fuera del tiempo
Primer tiempo: El anochecer del quinto día
Segundo tiempo: La mañana del primer día
Tercer tiempo: La tarde del primer día
Cuarto tiempo: La noche del segundo día
Quinto tiempo: La noche del tercer día
Sexto tiempo: La mañana del cuarto día
Séptimo tiempo: El anochecer del quinto día
•EL PRELUDIO
Se alza el telón sobre la escena a oscuras.
Las voces surgen de la oscuridad.
VOZ DE LA MUJER MADURA : Esta no
es sino una voz
VOZ DE HOMBRE: Esta no es sino una voz
VOZ DE MUJER JOVEN: Esta no es sino una voz
Después las tres voces se combinan al
unísono en un coro, que debe recordar ciertas formas simples del canto llano
eclesiástico.
CORO DE VOCES: Estas no son sino unas
voces. Voces que llaman. Voces que nombran. Voces que evocan. Voces que crean.
Voces que al nombrar hacen de las gentes y de las cosas, otras gentes y otras
cosas. Cuando una voz dice “agua”, crea el agua. Cuando una voz dice “te voy a
matar”, crea la muerte. Cuando una voz dice “no te quiero”, crea la
desesperanza.
De las palabras surgen nuevos seres, que
ocupan el lugar de los seres que parecían existir antes de ellas. Héroes y
villanos, monstruos y semidioses. Con el solo hablar creamos seres. Ya tú no
serás tú sino lo que yo o el otro hemos hecho de ti con nuestras palabras.
Con las palabras tejemos el destino. El
nuestro y el de todos. Cada uno va diciendo, va hilando, va tejiendo, y así se
crea la gran malla, la gran trama, de la que nuestras vidas ya ni podrán
escaparse.
VOZ DE HOMBRE: Esta no es sino una voz
VOZ DE MUJER MADURA: Esta no es sino una
voz
CORO DE VOCES: Estas no son sino voces que
tejen el destino… (Más bajo) Que tejen el destino… (Más bajo) Que tejen el
destino…
(Se extinguen las voces. Hay una pausa,
hasta que se encienden las luces y comienza el Primer Tiempo).
•PRIMER TIEMPO
Una vasta y alta sala de casona de pueblo.
Al fondo, pesada puerta cerrada que da a la calle. Ventana de barrotes con
tupida celosía. Pocos muebles, arcaicos, pesados y mal combinados. Las paredes,
desnudas y blancas. Es el anochecer del quinto día. Hay hombres y mujeres del
pueblo, en fila sobre la pared del fondo. Otros van entrando.
UNA MUJER – Alabado sea Dios. ¿Quién se ha
muerto?
(Todos la miran en silencio. Mientras ella
entra, se santigua y ocupa su puesto en la fila)
OTRA MUJER – (Entrando) ¿Es la pobre de
misia Bega, la que ha muerto? Tan buena que era, era un alma de Dios. No hace
ni dos días que hablé con ella.
OTRA MUJER – No, no es misia Bega.
OTRA VOZ – ¿Qué sabes tú? Nadie ha dicho
quién se ha muerto.
OTRA VOZ – Han dicho que es la niña.
OTRA VOZ – No. No es la niña sola. Son más.
Me han dicho que son más.
(Sisean para que se calle)
OTRA VOZ LEVANTÁNDOSE – Se habrán
envenenado
OTRA VOZ – Oí decir que las habían matado.
OTRA VOZ – Alabado sea Dios. Nunca había
pasado en este pueblo una cosa igual. ¿Mataron a misia Lalla?
OTRA VOZ – ¿Qué sé yo? Alguien se ha muerto
en esta casa. No hablen tanto y vamos a rezar
OTRA VOZ – Vamos a rezar la oración de la
muerte repentina y de los que se encuentran en peligro de naufragio
UNA VOZ GANGOSA ELEVÁNDOSE LENTAMENTE –
Primer misterio gozoso: el Angel del Señor anunció a María…
OTRA VOZ - (Y un coro sordo de voces que la
acompañan) El poder del infierno no prevalecerá sobre ellos…
… y la Luz Eterna …
… Luz Eterna…
… Poder del Infierno…
… Luz Eterna…
… el poder del infierno…
… Brillará para ellos…
… No prevalecerá sobre ellos…
UN HOMBRE – (Entra) ¿Es verdad que mataron
a Juancho? Mataron a Juancho. Cómo va a ser posible.
UNA VOZ – No, no es él
UNA VOZ – No es él solo
UNA VOZ – Son otras
UNA VOZ – No. Es otra.
(Una voz sisea mandando a callar. Vuelve a
encenderse lentamente el murmullo de los rezos. Sale la Mocha del interior con una
vela encendida y todo se corta en un silencio brusco).
MOCHA – Todos quieren saber y averiguar.
Para que el cuento no termine, para que siga creciendo y enredando y cogiendo
gentes como la quebrada crecida. Para saber ahora lo que pasó ya es tarde.
Hubieran debido venir ayer, o anteanoche, o mejor, hace una semana. Pero
entonces, quizás, uno de ustedes sería el muerto y el muerto estaría en otra
casa. Estaría en otra casa y yo estaría entrando por la puerta, con mi pañolón,
para preguntar: “¿Quién se murió?”. Para preguntar: “¿Quién lo mató?”. Porque
nadie cree que nadie se muere buenamente en este pueblo. Hay alguien que lo
mata. Alguien lo tiene que matar. Y todos queremos saber quién lo mató. Pero es
difícil. Es ya bastante difícil saber quién es el muerto o quienes son los
muertos, pero es mucho más difícil saber quién lo mató. A veces se cree que es
el hombre quien mató a la mujer, o el hijo quien mató a la madre. Pero a veces
resulta que no es tan fácil. No se ve que hayan matado a nadie. No se ve quién
puede haber matado. No se sabe cuántos han matado o están matando. Aquí, ahora,
no se sabe tampoco quién o quienes han matado. Ni si los que han matado están
dentro de la casa o vinieron de afuera. No sabemos siquiera cuántos son los
muertos. Es difícil que ustedes puedan saber ahora. Hubieran tenido que estar
aquí desde la semana pasada. O desde el día en que vino misia Bega con la niña
Livia. O desde el día en que nació el niño Juancho. O quizás desde el día… pero
tampoco sabrían más que yo. Empiecen ahora a averiguar y empiecen a tejer otra
historia que va a seguir envolviendo otras vidas, y yo iré mañana, o el mes que
viene, o el otro año, a la casa del velorio y preguntaré: “¿Quién se murió?”
“¿Quién fue el que lo mató?”. Y uno de ustedes será el muerto y otros de
ustedes lo habrán matado. Y acaso yo misma tenga entonces miedo y comprenda que
yo también lo maté y que empecé a matarlo hoy mismo, aquí… Pero esto empezó
hace mucho tiempo. Hace, por lo menos, cinco días…
(Sopla y apaga la vela. Todo queda oscuro.
Empiezan a reencenderse lentamente los rezos hasta que suben como un espeso
rumor).
•SEGUNDO TIEMPO
La mañana del primer día. Entra Juancho.
Avizora inquieto el espacio. Se acerca a la ventana de celosía y permanece por
largo rato ávidamente observando hacia la calle. Entra Livia y lo mira con
sorpresa. A poco él siente que lo observan y vuelve.
JUANCHO – Me estás espiando
LIVIA – No te estoy espiando. Acabo de
entrar aquí y te he encontrado.
JUANCHO – Me venías siguiendo por la casa.
Me has buscado. Has estado en mi cuarto, has estado en el cuarto de mamá y de
mamá Bega, le has preguntado a las sirvientas, hasta que viniste a toparme
aquí. Es como si te hubiera visto hacerlo. Te conozco como la palma de mi mano.
No necesito verte para saber lo que estás haciendo
LIVIA – No es verdad. No te he estado
buscando. Acabo de tropezar contigo por pura casualidad, Juancho. ¿Es que acaso
he hecho mal en entrar a esta habitación? Ya sé lo que no te ha gustado. Te
fastidia que te haya sorprendido fisgoneando por la celosía hacia la calle como
una mujer. Viendo pasar la gente. Oyendo los retazos de conversación de los que
pasan. Tratando de averiguar las vidas ajenas. Como hacen mamá Lalla, la
sirvienta y Anito el pavoso.
JUANCHO – Y tú, Livia, y también mamá Bega,
tu madre, que todo el día está averiguando las cosas ajenas y tiene una lengua
que no le cabe en el cuerpo.
LIVIA – Juancho, no hables así de mi madre
JUANCHO – Qué tiene ella de más que las
otras para que no pueda nombrarla. No seas tonta, Livia, ya me tienes colmado
con tus fastidios y tus tonterías, harto, ¿me oyes?, harto. Date cuenta de que
un hombre no puede vivir encerrado entre cuatro paredes oyendo todo el día
tonterías.
(Sale la Mocha con su escoba y se para al oír la
conversación. Juancho interrumpe lo que decía)
JUANCHO – Me voy (Sale hacia la puerta)
LIVIA – ¿Vienes a almorzar?
JUANCHO – (Saliendo y antes de tirar
estrepitosamente la puerta) No sé.
(Hay un momento de silencio)
LIVIA – (Volviéndose hacia la criada) Ves,
Mocha, se ha ido furioso. ¿Qué culpa tengo yo?
MOCHA – Ninguna, niña, ninguna. Todos los
novios pelean. Y la mitad del gusto de ser novios esta en pelear para
contentarse y volver a pelear para volver a contentarse. Ahora, más tarde,
volverá hecho un caramelo, y le dirá cosas bonitas y le hará cariños.
LIVIA – No se puede vivir así
MOCHA – Sí se puede, niña. Mientras sean
novios viven así. La niña Rita y don Pablito tuvieron treinta años de amores.
Yo los conocí mucho. Un día sí y un día no, peleaban, y un día sí y un día no,
se contentaban. Eso no cambió nunca, no ve que no se casaron, él se iba
poniendo viejo y ella se iba poniendo vieja. Pero el día del pleito era el día
del pleito, y el día de contentarse, era el día de contentarse. Así hasta que
se murió don Pablito.
LIVIA – Y si se hubieran casado hubieran
seguido peleando.
MOCHA – No, niña, no. Los casados pelean
menos. Los que pelean son los que se quieren
LIVIA – Mocha, que disparates dices.
(Volviéndose hacia la Mocha con súbita angustia)
•LIVIA – Yo no quiero que mamá Lalla se
entere de nada de esto. Cuidado con decir nada,
Mocha.
MOCHA – Descuide, niña Livia. Yo no diré
nada. Yo nunca digo nada. Veo mucho y sé mucho, pero nunca digo nada. Por eso
he podido durar en esta casa tantos años. Si yo me hubiera puesto a contar todo
lo que he visto y todo lo que sé, me habría tenido que ir de aquí hace mucho
tiempo. Yo no voy a decir nada de los amores escondidos de su primo y de usted,
niña Livia, pero, misia Lalla lo va a saber…
LIVIA – ¿Cómo lo va a saber, si tú no se lo
dices?
MOCHA – Se lo están diciendo ustedes mismos
todos los días con sus escondites, con sus miradas, con sus cuchicheos
LIVIA – ¿Tú crees que ya lo sepa?
MOCHA – Qué sé yo.
LIVIA – Tu sabes y no me lo quieres decir
MOCHA – Yo no sé nada. Yo solamente miro.
LIVIA – Si mamá Lalla hubiera sabido algo,
se habría puesto furiosa.
MOCHA – Cuídense ustedes para que no se
entere, pero va a ser difícil que no se entere.
LIVIA - Descuida, Mocha, que ya no va a
haber mucho que esconder.
MOCHA – ¿Qué quieres decir, niña?
LIVIA – Nada, cosas que una dice sin pensar…
MOCHA – Yo lo que le digo es que si misia
Lalla lo averigua, se va a poner furiosa. ¿Quién sabe lo que va a pasar?
LIVIA – Yo sé que no le gustaría que
Juancho se enamore de mí. Soy muy poca cosa para el hijo de ella
MOCHA – Quién sabe, niña… A Misia Lalla no
le gustan los enamorados. Los huele desde lejos, como los perros huelen a los
venados y se eriza y se le ponen los ojos malos.
LIVIA – ¿Y por qué? ¿No fue ella joven
también? ¿No se enamoró nunca? ¿No se casó con mi tío?
MOCHA – Psst. (Hace gesto de detenerla con
la mano) No diga nada de eso que puede oírnos. Tenga mucho cuidado con todo
eso.
(Se mete Livia con disgusto al interior)
MOCHA – (Barriendo y limpiando) Estos
novios pelean más que todos los que he visto. Pelean y se apurruñan con
demasiada brusquedad. Como los gatos. Como los amores de los gatos en los
tejados de la noche. Maullidos, carreras, sofocones. Un sobresalto que no deja
dormir. Como si estrangularan a alguien. Misia Lalla va a descubrirlo, y va a
temblar la tierra, y lo vamos a pagar todos, Juancho y Livia y misia Bega y yo.
Y hasta la misma misia Lalla. Porque cuando la desgracia entra en una casa nada
queda en su puesto y nadie se salva. Ave María Purísima.
(Tocan discretamente en la celosía. La Mocha no parece oír. Tocan
más fuertes y la Mocha
pregunta)
MOCHA – ¿Quién es?
VOZ DE AFUERA – Soy yo.
MOCHA – ¿Tú? Vete, que aquí no quieren que
entres.
VOZ – Déjame entrar, Mocha, que traigo
noticias muy importantes
MOCHA – Qué noticias vas a traer tú.
Siempre traes las mismas, y después van y me regañan a mí. Vete.
VOZ – Tengo noticias que cuando misia Lalla
se entere de que no me has dejado decírselas te va a sacar los ojos
MOCHA – Vete, embustero.
VOZ – Mocha, mira que tengo noticias.
(Aparece Bega)
BEGA ¿Qué pasa, Mocha?
MOCHA – Qué allí está Anito el pavoso,
empeñado en que lo deje entrar y después entra y se quiebra un plato o se
derrama la sopa o se escapa el canario y misia Lalla va a pagarla conmigo
porque dirá que yo tengo la culpa de dejarlo entrar.
ANITO – (Desde afuera) ¿Es misia Bega?
Misia Bega, déjeme entrar. Traigo noticias increíbles. Misia Lalla, su hermana
las querrá saber. Déjeme entrar, misia Bega, que no tengo tiempo.
(Bega y la Mocha se miran perplejas, sin saber que decidir.
Aparece Livia)
LIVIA – ¿Qué pasa?
LIVIA – No lo dejen entrar. Donde quiera
que entra pasa algo malo. No lo dejen entrar. Ya el día de hoy no ha empezado
bien.
BEGA – ¿Y si Lalla se molesta porque no lo
dejamos entrar?
MOCHA – ¿ Y si lo dejamos entrar y pasa
algo malo?
LIVIA – (Hablando hacia la celosía) Anito,
no podemos dejarlo entrar ahora. Díganos por la celosía lo que quiere.
ANITO – (Con ira) No digo nada. No me da la
gana. Yo sé por qué no me quieren dejar entrar, yo lo sé, y me la van a pagar.
Yo no soy pavoso, eso es mentira. Pavoso era el difunto de misia Bega, que
echaba mala sombra en todas partes. Pavosa es misia Bega, que ha vivido arrimada
toda su vida y todo le sale mal. Pavosa es la Mocha , que malparió todas las veces… y que nunca
ha podido echar una gallina porque se le viran los huevos. Pavosos…
(Entra misia Lalla)
LIVIA – (Con angustia) Cállate, Anito, que
aquí está mamá Lalla.
ANITO – (Con más fuerza) Misia Lalla,
déjeme entrar que le traigo una noticia increíble. Por vida suya, misia Lalla
(Todos permanecen un momento en silencio)
LALLA – (A la Mocha ) Abra la puerta,
Mocha.
MOCHA – (Con duda) ¿A Anito el pavoso,
misia Lalla?
LALLA – Sí, ábrasela.
MOCHA – (Con angustia) ¿A Anito, misia
Bega?
LALLA – Ábrale la puerta, Mocha
(La Mocha abre la puerta con trabajo, separando la
tranca y dejando rechinar los goznes. Entra Anito)
ANITO – Gracias, misia Lalla, es usted la
única persona que me aprecia en esta casa. Ojalá pudiera yo de verdad dar mala
sombra, para dársela a todos los que me quieren mal.
LALLA – ¿Qué es lo que traes, Anito? Habla
(Anito mira a los otros con hostilidad y
calla)
LALLA – No seas tonto. Habla de todos
modos.
ANITO – (Con condescendencia) Bueno. Si
usted lo quiere hablaré delante de ellas (Pausa)
ANITO – Ha llegado gente a la Gilera.
(Espera satisfecho el efecto de sus
palabras)
BEGA – Dios mío, a la Gilera , Gente en la Gilera
MOCHA – Si esa casa está cerrada desde
antes de la peste. El último que allí quedó fue Boca de Sapo, el que la cuidaba
y se murió solo dentro de la casa. Y por los zamuros la gente vino a
descubrirlo como diez días después. ¿Se acuerda, misia Lalla? No se aguantaba
el hedor
ANITO – Llegaron a la Gilera un señor y una
señora.
LALLA – ¿Quiénes son?
ANITO – Un señor maduro, fuerte, que parece
un americano.
LIVIA – ¿Y la mujer?
ANITO – La mujer es joven y muy linda.
Tiene el pelo rubio como una cocuiza y los ojos como dos cuentas de rosario de
vidrio, azulitos.
MOCHA – ¿Cómo la pudiste ver con tantos
detalles, Anito?
(Anito no le responde)
LALLA – ¿No sabes quiénes son?
ANITO – Todavía no lo he podido saber, pero
lo voy a averiguar pronto.
LALLA – Averígualo y avísame
ANITO – (Con rencor) Pero cuando lo sepa no
se lo voy a decir sino a usted, misia Lalla, a usted sola.
MOCHA – (Acompaña a Anito hasta la puerta)
Déjate de repugnancias, Anito.
(Sale Anito. Se sienta misia Lalla, luego
misia Bega, después Livia. La
Mocha se queda de pie simulando que limpia. Todos quedan en
silencio)
MOCHA – La Gilera ha sido siempre una
casa de mala suerte. Todos los que en ella han vivido han terminado en
desgracia ¿Se acuerda de la niña Luz? El día entes de casarse la encontraron
muerta. Estaba la cocina llena de pasteles, caramelos y tortas. Toda la noche
estuvieron batiendo los caramelos y las sangrías. La cola del vestido llegaba a
media cuadra. Y van y encuentran a la niña Luz muerta, por la mañana.
LALLA – Cállate, Mocha
MOCHA – Está bien, me callaré. Los pobres
no podemos decir nada
BEGA – La mala sombra no era la de la casa.
Lalla, la mala sombre era de los Gil. Todos tuvieron historias feas y todos
terminaron mal. Don Ataurico Gil dejó morir de mengua a un hijo en el último
cuarto, porque le había faltado. Y acuérdate de Juan Pedro, y de Víctor José y
de Pedro Mártir.
LALLA – Pedro Mártir deshonró a su sobrina.
La recogió de niña cuando huérfana, la encerró en la casa y abusó de ella.
BEGA – Dicen que se casó con ella, Lalla.
LALLA – No es verdad, no tenía dispensa; la
tuvo de manceba y podía ser su padre.
MOCHA – No tuvieron hijos. Estaban
malditos. Del primer parto nacieron murciélagos, del segundo una danta con tres
patas, del tercero un cochino sin ojos. Todos los enterraron en el solar.
LIVIA – Qué horror, Mocha. ¿Cómo pueden
pasar esas cosas?
MOCHA – Esas cosas las traen los
sacrilegios y los crímenes contra la sangre. Yo he visto…
LALLA – Cállate, Mocha, te digo
LIVIA – Desde que yo me conozco no he visto
a nadie vivir en esa casa, siempre ha estado cerrada, con aquella enorme puerta
de clavos que nadie se atreve a abrir.
BEGA – ¿Quién podría ser el que regresó a la Gilera ? Ya no debe quedar
ninguno de los Gil. ¿Será…?
(Todas la miraron con temor)
LALLA – (Con dureza) Acaba de decirlo, Chúo
Gil. ¿No era ése el que ibas a nombrar?
BEGA – (Compungida) Perdóname
LALLA – ¿Por qué no se puede hablar de Chúo
Gil? ¿Por qué no pueden nombrarlo? ¿Es que acaso no se le puede nombrar delante
de mí?
(Todas callan temerosas)
LALLA – Digo que se puede hablar aquí de
ese mal hombre. Que se debe hablar
(Todas callan)
LALLA – Habla tú, Bega
BEGA – Yo lo conocí muy poco, Lalla, tú lo
sabes. Y hace tantos años que no lo veo, más de veinte años que se fue del
pueblo, tal vez treinta. Era un hombre malo y medio loco. Se creía superior a
todos los demás. No le gustaban sino los extranjeros. ¿Te acuerdas que siempre
andaba metido en el monte con unos ingenieros extranjeros?
LALLA – Me acuerdo. Decía que había
encontrado una mina y que iba a ser el hombre más rico del pueblo, el hombre
más rico del país, un hombre rico de verdad en cualquier parte del mundo.
¡Insensato!
MOCHA – Lo que buscaba era un entierro. Era
espiritista.
LALLA – Cállate, Mocha, digo.
MOCHA - Me callaré, pero era espiritista.
Yo lo sé. De noche se encerraba en la casa con otros iguales a él y llamaba a
los espíritus de los muertos, para preguntarles las cosas que no se debe
preguntar. Cuando una pasaba tarde oía quejidos por rendijas de las puertas.
Dicen que una noche se les apareció el diablo.
LIVIA – ¡El diablo, santo Dios!
LALLA – Cállate, Mocha, o te vas para
dentro
MOCHA – Me callaré, misia Lalla, pero yo
preferiría que no hubiera vuelto nadie a la Gilera , y que si alguien ha vuelto no sea Chúo
Gil.
LALLA – Si es él, que ha vuelto después de
tantos años, es porque viene buscando algo. Viene a quitarle algo a alguien.
Viene para algo malo.
BEGA – Yo no puedo creer que sea él. Ya
hasta se habrá muerto. Sin embargo, si no es él ¿quién se habría atrevido a
llegar a esa casa?
(La Mocha se ha acercado a la celosía y avizora la
calle)
MOCHA – (Casi a gritos) Allí están. Allí
vienen.
(Todas se acercan a la ventana. Lalla se
asoma en primer término)
LALLA – No hay nadie en la calle. ¿Qué has
visto?
(Bega se asoma a su vez)
BEGA – Nada, la calle esta tan sola como
siempre. No se ve sino la sombra del campanario acostada sobre la casa
amarilla. Deben ser las once.
MOCHA (Confundida) Los vi. Pueden
creérmelo… Era un hombre alto, fuerte, vestido de kaki amarillo, y una mujer
rubia con un traje blanco. Se asomaron a la puerta. Se habrán vuelto a meter
para dentro. Yo los vi.
(La Mocha vuelve a celosía y todas regresan a sus
puestos. De pronto nuevas voces altas de la Mocha ).
MOCHA – Corran, corran, vean. Digan ahora
que es mentira lo que he visto. El niño Juancho se acerca a la casa. Corran. El
niño Juancho se para en la puerta y mira hacia adentro. Vengan ligero. El niño
Juancho se metió para adentro.
(Livia corre con ímpetu a mirar)
LIVIA – ¿Juancho, dices? ¿Juancho entró a la Gilera ?
(Trata de ver con avidez)
LIVIA – (Con disgusto) No hay nadie en la
calle. ¿Lo viste de verdad, Mocha?
MOCHA- Lo vi niña, se lo puedo jurar.
LIVIA – (Volviéndose hacia las otras) ¿Qué
iría a hacer allí? ¿Tú lo viste, Mocha?
LALLA – (Con dureza) Niña, no me gustan
esas cosas. Si Juancho ha entrado en esa casa es porque tenía que hacer algo en
ella, o porque le dio la gana. ¿Qué tienes tú que ver con eso Livia? No eres la
novia, ni la mujer de mi hijo, gracias a Dios, ni yo he de permitirlo. ¿Has
visto esa manera de comportarse, Bega? ¿Qué dices tú?
BEGA – (Tímidamente) Son cosas de niña,
Lalla. Si fuéramos a darle importancia a esas tonterías nos volveríamos locas.
(A Livia) Haces muy mal en ponerte así, Livia. ¿Qué podrá pensar tu tía?
LALLA – Lo que yo pueda pensar no importa.
Lo que importa y quiero decirlo otra vez para que todos lo oigan y lo sepan es
esto. Óyelo bien, Bega. Óyelo bien, Livia. Se empieza con juegos y se termina en
matrimonio. Quiero para mi hijo otra cosa que casarlo con mi sobrina recogida.
Ocúpate tú de eso, Bega, y págame siquiera así el bien que te hago. Cuando tu
marido te abandonó con tu hija, yo te recogí en mi casa. Hace años y nunca he
dicho nada. Pero que ahora te las vayas a arreglar para casar a mi hijo con tu
hija, eso no.
BEGA – Lalla, qué cosas dices. Cómo puedes
imaginar eso.
LALLA – No imagino nada. Veo y oigo, si tú
ni ves ni oyes, allá tú.
(Livia rompe a llorar y se va corriendo
hacia adentro)
LALLA – ¿Lo ves ahora, si no lo has visto
antes? ¿Lo ves claro? Esto no lo voy a tolerar. No voy a permitir que este niño
que está empezando a vivir se vaya a casar con tu hija y se malogre. Si es así
como me va a pagar el bien que te hago, no te lo seguiré haciendo.
BEGA – Dios mío, ¿Qué va a ser de nosotras?
LALLA – Nada más que lo que se han buscado.
No te creía tan desfachatada. Quiero que mi hijo sea un hombre, quiero que
viva, quiero que cuando llegue el día, se case bien, que haga el mejor matrimonio
del pueblo, con la niña más rica y linda del pueblo.
BEGA – Tienes razón, Lalla, tienes toda la
razón, no te preocupes, Yo…
LALLA – ¿Qué no me preocupe? Me preocupo y
tan me preocupo que voy a terminar esto ya. Óyelo, Bega, si vuelvo a sorprender
algo entre mi hijo y tu hija, saldrán inmediatamente de esta casa.
BEGA – Lalla, no digas eso
LALLA – Lo digo y lo haré (Dirigiéndose a la Mocha ) Oiga usted, Mocha, si
ve algo entre esos niños y no me dice, la echaré también y se irá a morir de
hambre a su cueva. No lo olvide. Y avíseme cuando llegue Juancho, que tengo que
hablarle.
TERCER TIEMPO
La tarde del primer día. Se oye desde la
celosía un tocar de nudos y la voz apresurada de Anito el pavoso, que llama
ANITO – Epa… Epa… Misia Lalla… Soy yo…
Misia Lalla… Soy yo… Tengo noticias
(Se asoma la Mocha. Lo oye sin
contestar)
ANITO – Epa… Soy yo… Misia Lalla… Misia
Lalla… Ábrame pronto que me tengo que ir
(La Mocha permanece indecisa, sin contestar. Asoma
misia Bega)
BEGA – ¿Qué pasa? ¿Quién está llamando?
(La Mocha señala hacia la ventana y dice en voz baja
y temerosa)
MOCHA – Es Anito el pavoso, allí está otra
vez llamando. No le quiero abrir, misia Bega. Lo dejamos entrar esta mañana y
mire usted como se pusieron las cosas. Trae la mala sombra.
BEGA – Es cierto, Mocha. Vino esta mañana y
todo se echó a perder. ¿Viste como se puso Lalla? ¡Santo Dios!
ANITO – Misia Lalla… (Alzando la voz) Misia
Lalla… Hágame abrir, que le traigo noticias.
(Asoma misia Lalla)
LALLA – ¿Por qué no le abren a ese hombre?
Hace rato que lo oigo llamando. Están ustedes sordas.
MOCHA – (En voz baja) Ojalá… Más valiera
estar sordas y estar ciegas que oír y ver a ese hombre de mala sombra. (Alzando
la voz) ¿Va usted a dejar entrar otra vez a Anito el pavoso?
LALLA – Ábrele, mujer, no seas majadera
(La Mocha abre la puerta. Entra con aire molesto y
huraño Anito. Mira de reojo a Bega y la Mocha. Aparece
Livia)
ANITO – Misia Lalla, ya se lo he dicho, no quiero
hablar delante de estas gentes que no me quieren
LALLA – (Autoritaria) Déjate de tonterías,
Anito, y suelta lo que tienes que decir.
(Anito vuelve a mirar de reojo a las otras
y habla en voz baja, dirigiéndose a Lalla)
ANITO – Ya sé quiénes fueron los que
llegaron a la Gilera
LALLA – ¿Quiénes son Anito?
ANITO – Es Chúo Gil
LALLA – ¿Chúo Gil?
BEGA – No puede ser
MOCHA – Chúo Gil se fue del pueblo el año
en que a mí me dieron las paperas. Se me puso el pescuezo ancho como pescuezo
de danta. Y mi mamá decía que nadie supo cuándo se fue, sino que la casa
apareció cerrada y más nadie la volvió a abrir. Mi mamá me dijo una vez que se
lo había llevado el diablo. Ave María Purísima.
LALLA – ¿Cómo sabes, Anito, que es Chúo
Gil, si tú no lo conoces? Hace más de veinte años que desapareció del pueblo.
ANITO – Es Chúo Gil, misia Lalla, Don
Andrés, el boticario, lo reconoció
LIVIA – (Con timidez) ¿Y quién es la mujer
que lo acompaña?
ANITO – ¿Quién va a ser? Su mujer. El se ve
viejo, pero templado y ella es muy joven.
LALLA – ¿No has podido averiguar cómo se
llama ella?
ANITO – No, todavía, pero lo voy a saber y
se lo vendré a decir tan pronto lo sepa. Adiós, misia Lalla.
LALLA – Adiós, Anito.
(Sale Anito. La Mocha cierra. Las mujeres se
ponen a tejer amplias telas o redes burdas)
LALLA – Después de tanto tiempo, ¿qué
vendrá a buscar en el pueblo Chúo Gil?
BEGA – Nada bueno, Lalla, nunca hizo nada
bueno en su vida. Nada bueno vendrá a hacer ahora
MOCHA – Ese ha venido a sacar el entierro
que hay en la casa. Yo he oído contar mucho del entierro de la Gilera. De noche se
oyen gritos de dolor y se ve el ánima en pena de don José Victorio, que era
avaro y murió sin confesión. Mi madrina me lo contó. Mi madrina que sirvió en la Gilera hace muchos años y
se tuvo que ir porque no aguantaba el miedo de aquellos espantos.
LIVIA – ¿Quién era don José Victorio?
MOCHA – Un hombre muy malo, uno de los más
malos que vivió en la Gilera
BEGA – ¿Qué vendrá a hacer Chúo Gil ahora?
Más nadie ha sabido de él en tantos años que es difícil comprender por qué ha
vuelto a un pueblo donde ya no le queda nada, sino ese caserón en ruinas. Donde
ya casi no lo conoce nadie. Debía vivir desde hace mucho tiempo en el
extranjero. En Nueva York, o más lejos todavía, en Chicago, o allá de donde a
veces vienen unas cartas arrugadas con un rey con corona en la estampilla.
¿Cómo se llama eso, Lalla?
LALLA – Liverpool, Bega
MOCHA – Dígame Liverpool. Todas esas son
tierras de herejes, ningún cristiano tiene que ir a buscar nada allí.
BEGA – Él tenía buenas relaciones con
comerciantes extranjeros. Decían que había encontrado una mina y la quería
vender.
MOCHA – Una mina no, un entierro
LALLA – Si es Chúo Gil, debe ser viejo.
Debe tener tu edad, Bega.
BEGA – No soy tan vieja, Lalla. Soy menos
vieja que tú.
LALLA – Pero tampoco eres joven. Chúo Gil
era de tu edad. Ya estaría muy viejo para casarse con una mujer joven
BEGA – Se necesita poca vergüenza para que
una mujer joven y bonita se case con un viejo.
LALLA – ¿Qué edad tenías tú cuando te
casaste?
BEGA – (Suspirando) dieciséis y ya me
parecía que me iba a quedar para vestir santos. Qué estúpida es uno cuando
niña.
LALLA – ¿Y qué edad tenía tu marido?
BEGA – Debía tener más de cuarenta. Era
todo un hombre. Que bigotes más bellos y cuidados
LALLA – Ves como tú también te casaste con
un viejo, y no te pareció que tenías poca vergüenza.
BEGA – No era un viejo, era un hombre de
experiencia, que es otra cosa.
LALLA – Chúo Gil debe de tener cerca de
sesenta, era menor que Totoño, y Totoño murió hace más de veinticinco años y no
era joven.
MOCHA – Mientras más viejo, más jóvenes les
gustan. Don Ramón Nonato se sacaba muchachitas de las haciendas hasta antes de
morirse, cuando estaba mascando el agua.
BEGA – Mocha, no hables de esas cosas
delante de Livia.
MOCHA – ¿Y usted cree que ella no sabe?
LALLA – Cállate, Mocha.
LIVIA – Si quiere me retiro, mamá Lalla
LALLA – No, quédate. No eres tú la que
estorbas.
MOCHA – Los hombres que viven en el
extranjero, se conservan más. Se les pone la piel prensada y colorada como una
manzana. Dicen que es el frío el que hace bien.
BEGA – ¿Habrá tenido la desvergüenza de
casarse con una mujer joven, haciéndole creer que no es viejo?
LIVIA – Sería tonta esa mujer para dejarse
engañar así.
LALLA – Todas las jóvenes son tontas
MOCHA – Y las extranjeras creen que aquí
todo es oro y que todos somos ricos.
LIVIA – Qué sabes tú
MOCHA – Si lo sé. María la italiana me
contaba que en su tierra decían que aquí un peón ganaba más que un caporal allá
y un caporal de aquí más que un maestro de allá, y un maestro de aquí, más que
un dueño de allá, y un dueño de aquí más que un general de allá y un general de
aquí…
LALLA – No sigas, Mocha, que nos vas a
marear con tu cháchara
MOCHA – Me callaré, pero es verdad que los
extranjeros nos creen muy ricos y son muy tontos, y por eso es fácil
engatusarlos.
LALLA – Parece mentira, pero yo sabía que
iba a regresar tarde o temprano
BEGA – ¿Pero regresar ahora viejo y casado
con una extranjera?
LALLA – ¿Y si no es su mujer?
LIVIA – ¿Qué quieres decir, mamá Lalla?
BEGA – Si no es su mujer, ¿Qué va a ser?
LALLA – Puede ser su querida. Es su
querida. ¿Te acuerdas, Bega?
BEGA – ¿De qué, Lalla?
LALLA – Chúo Gil no era hombre para casarse
BEGA – Verdad es
MOCHA – Creía que un hombre no debía
amarrarse a una mujer, sino estar como el gallo en el corral, dueño de todas
las gallinas.
LALLA - Esta es la última y la peor afrenta
que podía hacer ese loco, venir al pueblo con una bandida. Si aquí hubiera
dignidad no se hubiera atrevido a venir. Si hubiera dignidad deberíamos
echarlos inmediatamente
BEGA – ¡Lalla!
LALLA – Pero no pasará nada. No tenemos
dignidad y por eso nos pisotean. Se establecerá con su manceba, hará alarde de
mostrarse con ella en todas partes, y si tiene dinero la gente empezará a
saludarlos, a buscarlos y a mezclarse con ellos. Muy pronto esa barragana, que
sale de Dios sabe dónde, estará más considerada en el pueblo que ninguna señora
BEGA – Le harán regalos y convites. Yo no
dudo nada
LIVIA – ¿Se atreverán a tanto?
LLLA – Se atreverán a todo, llenarán la
casa de adornos y de fiestas y las niñas empezarán a vestirse como ella.
BEGA – Mi hija, no. ¿Verdad, que tú no?
LIVIA – No, mamá
LALLA – Y los hombres se meterán en la casa,
abandonando sus mujeres, para buscar una sonrisa de esa aventurera.
MOCHA – Para empezar, ya el niño Juancho se
metió
LALLA – ¿De dónde has inventado eso?
MOCHA – Ya le dije esta mañana que lo había
visto entrar en la Gilera
LIVIA – Pero más nadie lo vio
MOCHA – Pero yo lo vi y es verdad
BEGA – ¿Será posible? Qué peligro tan
grande
LALLA – Mi hijo es un hombre como los demás
y puede entrar en donde quiera, y no hay peligro para él. Si hay peligro para
alguien, será ese viejo de Chúo Gil.
LIVIA – ¿Qué quiere decir, mamá Lalla?
¿Crees que Juancho se haya enamorado de esa extranjera? ¿No te da miedo de lo
que esa mujer le puede hacer?
LALLA – A mí no me da miedo, y mucho menos
por mi hijo que es un hombre y sabe lo que hace. ¿Por qué te da miedo a ti?
¿Qué temes?
LIVIA – A mí no me importa, mamá Lalla. Es
mi primo y es natural que me preocupe por él. Nada más.
LALLA – Ojalá sea cierto que es eso y nada
más
BEGA – La mujer joven con el hombre viejo
es una gran tentación
LALLA – ¿Y tú crees que Chúo Gil no lo
sabe? ¿Y tú crees que Chúo Gil no ha arreglado las cosas para traer y
aprovechar esa tentación? Ha traído esa mujer para conseguir algo.
BEGA – ¿Crees que la ha traído para que los
hombres se enamoren de ella? No puede ser tan sucio.
LALLA – La ha traído para algo. Necesita
algunas ayudas, algunos favores, y trae esa mujer para conseguirlos. Ese ha
estado durante años preparando este golpe.
BEGA – Este va a ser el escándalo más
grande del pueblo.
MOCHA – El escándalo más grande fue cuando
Robertico el seminarista ahorcó los hábitos y se sacó la hija de Don Natalio y
misia Carmen, ¿se acuerda misia Bega?
BEGA – Sí me acuerdo, mujer, pero esto es
peor. Aquello no le hizo mal sino a una familia, mientras que esto va a hacerle
mal a todo el pueblo. Cuántos hombres se van a perder por la culpa de estos
malvados.
(La Mocha se acerca a la celosía)
LALLA – Si lo que necesita son las tierras
de los Charas, buscará a los Charas. Los pondrá a rivalizar los unos con los
otros, para conseguir más del que dé más. Si lo que necesita es dinero,
invitará a don Gregorio y lo dejara solo con la mujer, y don Gregorio que es
tan duro se va a poner blandito.
BEGA – Y hasta le ofrecerán asociarlos,
para que así tenga los dos intereses, el de la mujer y el del dinero.
LALLA – Y si necesitan apoyo de la
autoridad, empezarán las carantoñas con el Gobernador.
BEGA – Tienes razón, Lalla, ahora lo veo
claro. Ese es un plan diabólico que no se le podía ocurrir sino a un hombre tan
malo como Chúo Gil.
LIVIA – Y, ¿a Juancho para qué lo quieren?
¿Qué le van a sacar a Juancho? Si no tiene nada que quitarle.
LALLA – (Con ira) No es mal parecido mi
hijo. ¿O te parece a ti que lo es?
LIVIA – No es por eso que lo digo, mamá
Lalla, lo digo por decir algo.
LALLA – Pues no digas tonterías, que no
sabes por dónde pueden reventar. Mi hijo es un hombre joven, está empezando a
vivir y le conviene sacudirse. Hacerse al mundo, a las mujeres y a las luchas.
Tiempo tendrá después para asentarse y casarse con la mujer que le convenga. Ahora
no. Ahora está en el tiempo de aprovechar y gozar.
MOCHA – (Que ha vuelto a la celosía) Está
como el gallo en el corral de las gallinas. Esa es la bendición de los hombres
y el orgullo de las madres de varones. Las que tienen sus gallinas que las recojan
y escondan, antes de que sea tarde.
LALLA – Todo el pueblo es patio para él, y
no soy yo quien le va a amarrar una pata a una estaca.
BEGA – Así son los hombres, Lalla, y eso es
lo primero que deberíamos aprender las mujeres
MOCHA – Yo lo vi entrar esta mañana en la Gilera. Iba caminando
con el pecho sacado como un sabanero de los toros del viento. Hubiera dado lo
que no tengo por ver por un agujerito la cara que pondría la mujer esa cuando
lo vio.
LIVIA – Esas mujeres no andan buscando los
hombres que son como Juancho
LALLA – No necesitan andarlos buscando, los
hombres como Juancho se presentan y desbaratan los planes de los otros.
BEGA – Si le va a desbaratar los planes, no
le va a gustar mucho a Chúo Gil. No ha traído esa mujer desde tan lejos para
echársela a Juancho, a quién no le va a sacar nada.
LALLA – Pues le desbaratará los planes a
Chúo Gil, la mujer se enamorará de Juancho y no querrá ver a más nadie
LIVIA – Pero, mamá Lalla, ¿no le da a usted
horror que le pueda pasar eso a su hijo?
BEGA – Cualquiera creería que quieres que
se pierda con esa mujer. ¿Te das cuenta de todo lo que puede pasar?
LIVIA – No debería usted desear eso, mamá
Lalla. Dios la puede castigar
LALLA – Cállate ¿Quién eres tú para opinar
sobre mi hijo o sobre lo que yo diga? Mi hijo no se va a perder ni por esa, ni
por ninguna mujer. Es hombre sobrado para zafarse sin peligro. Los que se
pierden son otros, los tontos, los blandos, los que se casan con las leche en
los labios, con una prima recogida, dentro de una casa, sin ver el mundo, los
que se dejan dominar por las mujeres. Juancho es altanero y libre y tiene la
mano dura. ¿Sabes lo que va a hacer Juancho?
LIVIA – (Temerosa) No, mamá Lalla
BEGA – (Intercediendo) No te violentes,
Lalla
LALLA – No me violento. ¿Sabes lo que va a
hacer Juancho con esa mujer? Se la va a quitar a Chúo Gil
BEGA – ¿Te parece bueno que todo el pueblo
lo vea con esa extranjera, sirviendo de escándalo?
LALLA – Me parece bueno
BEGA – No parece cosas tuyas, Lalla. ¿Cómo
puedes decir semejante horror?
LALLA – Lo digo, y no es horror. Esa mujer
se enamorará de Juancho.
BEGA – Y perderás a tu hijo
LALLA – No lo perderé, la que se perderá
será ella. O mejor, serán ella y Chúo Gil.
BEGA – ¿Por qué?
LALLA – Porque la mujer se enamorará de
Juancho, y Chúo Gil no podrá realizar sus planes.
LIVIA – Se va a perder él. Eso es lo que va
a ocurrir. Se va a perder y es usted la primera que lo va a perder, mamá Lalla.
(Se oye ruido en la ventana. Se acerca la Mocha )
MOCHA – Es Anito
LALLA – ¿Qué traes Anito?
ANITO – Misia Lalla, ya lo averigüé. No es
Chúo Gil. Es un extranjero que acaba de llegar. Es un extranjero y la mujer es
su hija.
(Silencio. Todas se miran a las caras)
LALLA – No sirves para nada, Anito, ni para
averiguar una tontería. No es un extranjero, es Chúo Gil. Averigua bien y verás
que tengo la razón. Es Chúo Gil que ha vuelto al pueblo a lograr lo que no
había logrado. Yo lo sé. Yo lo sabía hace tiempo.
(Sale Lalla)
LIVIA – Qué rara se ha puesto, es como si
esta noticia la tocara muy directamente. ¿Qué le pasa a mamá Lalla?
BEGA – (Sigilosamente) Ten discreción,
niña. No se le puede nombrar ese hombre a Lalla. Fue su novio y la dejó
plantada cuando se fue.
LIVIA – ¿Eso fue antes de conocer a mi tío?
(Salen ambas)
MOCHA – Antes de conocer a su tío. Y las
gentes dicen que se casó con su tío por despecho. Y a pesar de todo, lo que más
le gusta en Juancho, es que Juancho haga cosas que recuerden las de Chúo Gil.
(Con las palabras finales sale lentamente la Mocha arrastrando las telas
de tejer)
CUARTO TIEMPO
La noche del segundo día. Entra Juancho en
la penumbra cautelosamente. Livia lo aguarda semioculta
LIVIA – Juancho
JUANCHO – (Con sobresalto) ¿Qué haces tú
aquí?
LIVIA – Necesito hablarte. En el día no
puedo porque casi no paras en la casa y además apenas me diriges la palabra. He
tenido que estar aquí esperándote, escondida, mientras la noche se iba haciendo
más callada y más grande en el pueblo.
JUANCHO – ¿Estás loca? Cómo se te ocurre
esperarme aquí a estas horas. Si nos oye mamá y se levanta. ¿Te das cuenta de
lo que pasaría?
LIVIA – Tengo que hablarte y no puedo
hacerlo de otra manera. ¿Qué quieres que haga?
JUANCHO – Livia, vete a tu cuarto a dormir
y déjame en paz
LIVIA – Tan fácil que te resulta ahora
decirme: “vete a tu cuarto a dormir y déjame en paz”. Te estorbo, te canso,
pero antes eras tú quien me suplicaba que dejara abierta la puerta para meterte
de noche en la alcoba. Esa es mi gran culpa, haberte oído, haberte hecho caso,
haberte querido.
JUANCHO – ¿Qué quieres? Quieres que se
amotine la casa y que mamá y tía Bega salgan y se enteren de todo. Si eso es lo
que quieres, no me importa, estoy dispuesto a complacerte. ¿Quieres que llame?
LIVIA – No quiero nada. Menos quiero
escándalos. Si no quieres oírme y hablarme me iré y te dejaré en paz. Puedes
estar seguro de que no te molestaré más.
JUANCHO – (Con impertinencia) Está bien, te
oiré. Habla.
LIVIA - Desde ayer, que llegaron, has
estado constantemente metido con esa gente en la Gilera. Ya casi no
estás en esta casa. ¿Qué es lo que tanto te interesa allí?
JUANCHO – Son gente simpática. Los ayudo en
lo que puedo, y además, no soy yo, son ellos los que no me dejan irme y me
están llamando y reteniendo constantemente
LIVIA – ¿El hombre o la mujer?
JUANCHO – Los dos. Les gusta hablar
conmigo. Son extranjeros pero hablan perfectamente nuestra lengua y preguntan
mucho. Están todo el tiempo preguntando cosas del pueblo. Todo les parece raro
y curioso
LIVIA – ¿No tiene celos ese hombre de que
esa mujer se interesa tanto por ti?
JUANCHO – ¿Por qué va a tener celos? Además
es su hija.
LIVIA – Tú también te has tragado eso de
que es su hija
JUANCHO – No me he tragado nada. Es un
señor extranjero con su hija, eso es todo. Y conversan conmigo. Y además, a mí
me gusta conversar con ellos.
LIVIA – ¿Con ella?
JUANCHO – Con ellos. Son gente con las que
se puede hablar largo rato. Saben muchas cosas, conocen mundo y saben hablar de
un modo que no cansa.
LIVIA – ¿De qué te habla ella?
JUANCHO – Te he dicho ya que de muchas
cosas
LIVIA – Te hablará seguramente mal de este
pueblo y de la gente sin interés que aquí vive
JUANCHO – Te equivocas. Les gusta el
pueblo, lo encuentran bonito y pintoresco. Esta tarde me dijo ella que había
empezado a comprender que debía haber cierto encanto en pasar la vida en un
lugar tan bello y tranquilo como éste.
LIVIA – ¿Contigo o con el hombre que la
trajo?
JUANCHO – No me dijo nada de eso, y si me
lo hubiera dicho yo tampoco te lo contaría a ti.
LIVIA – Juancho, ese hombre no es un
extranjero, ni esa mujer es su hija.
JUANCHO – ¿No? ¿Quiénes son entonces?
LIVIA – Él es Chúo Gil, que después de
muchos años vuelve al pueblo con malos propósitos y ella es su querida.
JUANCHO – (Interrumpiéndola) Sabes mucho
más que yo, entonces, ¿qué otro disparate me quieres decir?
LIVIA – Han venido a engañar y tú has sido
el primer engañado
JUANCHO – Solamente a ti se te puede
ocurrir semejante absurdo. Ese señor ni es ningún Gil, ni nunca ha tenido nada
que ver con este pueblo, y ella es su hija, y además, pronto se irán de aquí.
LIVIA – Te digo que es Chúo Gil
JUANCHO – ¿Lo conoces tú? ¿Lo has visto?
¿Has hablado con él?
LIVIA – Lo conoce mamá Lalla.
JUANCHO – Que tienes que meter a mi madre
en esto
LIVIA – ¿Puedes dudar de que tu madre
conoce a Chúo Gil?
JUANCHO – ¿Qué tiene que ver mi madre con
esto?
LIVIA – Ella sabe que es Chúo Gil. El no la
puede engañar. Te puede engañar a ti y a los demás, pero no a ella.
JUANCHO – ¿Qué quieres insinuar?
LIVIA – Hace más de veinte años Chúo Gil se
fue de este pueblo y dejó plantada a tu madre. Ella lo quería como yo te quiero
a ti, y él se portó con ella como tú te estás portando conmigo
JUANCHO – No te compares con mi madre. ¿Qué
tiene ella que ver con ese hombre?
LIVIA – Lo mismo que tengo yo que ver
contigo
JUANCHO – Te atreves a decir que mi madre
no fue una mujer honrada
LIVIA – Eres tú el que te atreves a decir
que yo no soy una mujer honrada
JUANCHO – No sigas hablando de mi madre
LIVIA – Ella quiso a ese hombre como yo te
he querido a ti. Y por eso la pudo engañar como tú me quieres engañar a mí. ¿No
me has engañado a mí?. El no la quiso y tú tampoco me quisiste. No hiciste sino
engañarme con tus mentiras, para que te dejara entrar por la noche en mi
cuarto. Si tú pudieras saber lo que eso fue para mí, darme a ti escondida,
esperando que a cada momento alguien nos iba a sorprender como dos ladrones.
Pero eras tú quien lo quería, quien me obligaba a aceptarlo. Ya no quiero ni
recordar las cosas que decías
(Juancho guarda silencio)
LIVIA – Decías, Juancho, acuérdate: “tienes
que darme la verdadera prueba de que me quieres. No con palabras, no con
miradas, sino con hechos valientes”. Decías. “Si eres mía, no esperes más y
date a mí”. Y yo te oía temblando. Pensaba que un día me entregaría a ti, pero
sin ocultarme. Mi mano en tu mano, diciendo delante de la gente y delante de
Dios: “Este es mi hombre y a él me doy por la vida”. Pero tú lo que querías era
otra cosa, entrar como un hurón en la noche en mi alcoba, para convertir el
acto más pleno de la vida humana en un crimen. Hacer conmigo lo que Chúo Gil
hizo con tu madre.
JUANCHO – (Se acerca violentamente a Livia
y la coge con furia de los brazos) No ofendas a mi madre comparándola contigo.
Ella no es así. Ella no ha sido nunca así.
LIVIA – (Tratando de soltarse) Suéltame,
que me haces daño. Suéltame.
JUANCHO – (Soltándola)! Atrevida! He debido
romperte la boca
LIVIA – Yo no conocía a ese Chúo Gil que
detesta tu madre, pero él debe ser como tú.
JUANCHO – No te quiero. Nunca creí que
hubiera tanta maldad en ti.
LIVIA - Ahora, de repente, siento el pudor
de estar ante un desconocido. Un hombre al que no conozco, al que no quiero
conocer. Yo estaba aquí esperando ansiosamente al hombre que quería y en lugar
de él ha entrado una bestia cruel. El hombre que yo quería era distinto. Era
rudo, pero bueno, brusco pero noble, violento pero tierno, pero este repulsivo
desconocido, que está ahora delante de mí escupiendo injurias, no me inspira
sino horror. ¿Qué me importa Chúo Gil, ni la mujer que trajo? Ni el extranjero
ni su hija. Lo que me importaba era otra cosa. Estaba esperando al hombre que
quería para decirle a él lo que no podía decirle sino a él
JUANCHO – (Sorprendido) ¡Para que me
esperabas, entonces?
LIVIA – Ahora no tengo a nadie a quien
decírselo
JUANCHO – ¿Qué me quieres decir, Livia?
(Pausa)
LIVIA – No importa que lo sepas. Se lo
puedo decir a un desconocido puesto que algún día todos los desconocidos lo van
a saber. Un día todos van a poder decir “Livia tuvo un hijo” “El hijo de Livia
no tiene padre” (Sale sollozando)
QUINTO TIEMPO
La noche del tercer día. Penumbras. Aparece
la Mocha
dormida en una mecedora.
MOCHA- (Hablando como en sueños)¿Por qué me
han traído a la Gilera ?
¿Qué hago yo en esta casa endiablada donde no quería entrar? Allí viene el
espanto de don José Victorio arrastrando una cadena de oro tan grande como su
avaricia. Don José Victorio, por la vida suya, yo no busco su entierro. Yo no
entré aquí para buscarlo. Allá viene la niña Luz. La gran cola de su traje de
novia parece el camino de harina que camina la luna llena. Yo no he venido a
buscar los pasteles de la boda, ni los caramelos, ni el carato. La niña de Luz
camina con su traje, que no cabía en la urna, ni en la casa, ni en la calle. Yo
no quiero sabe si te envenenaste, niña Luz. Yo no quiero averiguar las vidas
ajenas. Y allí está también don Ataurico, ante la puerta del cuarto en que
murió su hijo. No quiere dejar entrar a nadie. Yo no voy a entrar, don
Ataurico. Yo no he querido entrar aquí. Yo lo que quiero es irme. Allí está
como un árbol frente a la puerta. Como un árbol sin hojas frente a la puerta
del cuarto donde su hijo se muere de mengua. Yo no quiero entrar, don Ataurico.
¿Quién soy yo para querer entrar? Yo no soy sino la pobre Mocha, una pobre
mujer que no tiene sino los ojos para llorar y la boca para lamentarse. ¿Por
qué me mira de esa manera, don Pedro Mártir? Yo no he dicho nada de que usted
abusó de su sobrina. No he dicho que ella pariera murciélagos. Yo no los he visto.
Yo no puedo decirlo. ¿Quién soltó todos estos muertos de la Gilera sobre el pueblo,
Dios mío? ¿Quién echó esta maldición para que los muertos salieran a
perseguirnos y no dejarnos en paz?. Si es Anito el pavoso, el que toca la
puerta, no hay que abrirle. Yo sé que estás ahí, agazapado detrás de la
celosía, echando por tus ojos turbios esa agua de la mala sombra que tuerce y
marchita todo. Yo sé que estás ahí, pero no te abriré. Le diré a don José
Victorio que te amarre con su cadena de oro y te lleve. Te pasará dos vueltas
por el pescuezo y sacarás la lengua tan larga y tan gruesa que parecerá la
lengua de un novillo muerto, colgada del gancho de la pesa.
(Aparece la sombra de misia Lalla)
LALLA – ¿Quienes son todos estos que llenan
la noche?.
MOCHA – Son los muertos de la Gilera que se han soltado
sobre el pueblo y quieren acabar con nosotros. ¿No ve, misia Lalla, no ve a don
Ataurico, parado en la puerta cerrada del cuarto de su hijo, que la señala con
la mano como amenazándola?
LALLA – ¿Por qué me amenaza con Ataurico
Gil? No, no es verdad. No soy yo la que tengo encerrado a su hijo en el cuarto
y la que lo ha puesto a él frente a la puerta sin poder moverse. ¿Qué dice,
Mocha, que no oigo?
MOCHA – El que habla no es él. Es aquel
otro que va allá. ¿No lo ve? Es don Pedro Mártir apersogado con su sobrina.
LALLA – No lo veo. No oigo. ¿Qué dice don
Pedro Mártir Gil?
MOCHA – Oiga, misia Lalla. Dice que es
usted quien lo tiene apersogado a su sobrina. Que cada vez que usted habla y lo
nombra el lazo que los une se aprieta más y no le deja salir sino un hilo de
respiro. Se está acercando a usted.
LALLA – (Se repliega con miedo) Deténlo. No
dejes que me alcance, Pedro Mártir, no soy yo quien te amarra. Eres tú quien te
amarraste en vida. No soy yo quien te puede soltar.
MOCHA – Don José Victorio dice que entre el
pueblo de los vivos y el pueblo de los muertos, hay otro pueblo donde los
muertos y lo vivos se reúnen sin verse. Y donde nacen otros amores y otros
odios y otros crímenes que no terminan. Que en ese pueblo de entre los muertos
y los vivos ha cometido usted más crímenes que los que ha cometido en el pueblo
de los vivos. Que van a vengarse de usted, misia Lalla. Que ellos llevan la
cuenta de todos los niños muertos sin nacer que usted ha matado, de todas las
que usted ha hecho viudas antes de casarse, de todas las mujeres a quienes
usted ha arrebatado sus maridos sin atreverse a acostarse con ellos. Él dice…
LALLA – (Interrumpiéndola) Cállate, Mocha.
Todo esto no son los muertos que vienen al pueblo, sino el plan de Chúo Gil
para acabar con el pueblo. Él es el que ha vuelto. Él es el que ha soltado sus
odios y sus muertos, como perros para acabar con nosotros. Él es el que ha
venido y sabe que yo lo he reconocido y lo he descubierto. No me va a vencer
con sus muertos ni con sus vivos. Tú eres el que estás detrás de todo esto,
Chúo Gil, y te conozco.
MOCHA – Don José Victorio dice que usted
los atormenta, misia Lalla, porque tiene celos de Chúo Gil. Que usted tiene
hambre y sed del hombre que se le fue. Que usted esta llena de Chúo Gil sin
haberlo tenido y lo busca y lo tortura y lo persigue en los recuerdos de todos.
Que usted se turba cuando lo oye nombrar y se enardece y se enciende y le sube
arriba toda la sangre mala que le brotó cuando él se fue sin decirle nada y la
dejó esperando.
(Aparece Livia)
LIVIA: Todo está lleno de flores para
anunciar el nacimiento del niño. Todas estas amables personas han venido a
traer sus congratulaciones y sus parabienes. El niño estará dormido en una cuna
azul en medio del cuarto. Todo el pueblo va a venir y todos dirán “No se ha
visto un niño más bello. Va a ser un hombre bueno y recto”. Todos van a querer
saber su nombre, pero yo no se los voy a decir. Yo les voy a decir: “Es mi
hijo, ¿Qué más quieren saber?” Es mi hijo y no tiene nombre. Tampoco tiene
padre”. Si mi hijo no tiene padre, ¿a quien se irá a parecer? ¿Y de quién podrá
conocer el camino de ser hombre? Tendrá que quedarse para siempre en esa cuna
que flota en el aire y que nadie ve. Que nadie podrá ver. Que no podré dejar
ver de nadie.
(Aparece Bega)
BEGA: ¿Con quién hablas, hija? Veo tanta
gente como si se celebrara una boda o un nacimiento.
LIVIA – No, mamá, no habrá boda y tampoco
habrá nacimiento.
BEGA – ¿Y eso que se divisa allí en el
medio, no es la cuna de un niño?
LIVIA – No, te engañas. No se ve nada.
BEGA – ¿No ves esa cuna allí en el medio,
Lalla?
LALLA – Veo muchas caras y muchas gentes
pero no veo la cuna.
LIVIA – No hay cuna, te engañas. No la va a
haber. No la podrá haber.
BEGA – Será entonces un catafalco que han
levantado para una misa de difuntos
MOCHA – Es muy pequeño para ser un
catafalco. Y demás, no es negro.
LALLA – No veo nada de lo que dices. Veo en
cambio otras cosas que tú no ves, pero no veo tampoco a Chúo Gil, que es el que
ha traído todo esto para torturarnos y perdernos
(Aparece Juancho)
JUANCHO – ¿Para qué se han reunido todos
aquí? ¿Para acusarme? ¿Para obligarme a que me case contigo, Livia? No me
casaré. No me quedaré. No podrás hacer nada, Livia, para obligarme a quedarme
contigo. No creo en tu niño. Ese niño me lo quieres poner como un grillete en
los pies, para que no pueda moverme, para que no pueda salir. No me lo vas a
poner. Voy a salir, voy a irme. Ya tú no me puedes dar nada. Ella, en cambio,
tiene todo lo que yo deseo, lo que yo necesito. Puedes reunirlos a todos, los
muertos y los vivos, y no me detendrán. Ya no tengo nada que hacer aquí. Ya no
estoy aquí. Ya soy de ella y estoy con ella en otra parte. ¿Me oyes Livia? ¿Me
oyes, tía Bega? ¿Me oyes, mamá?
LALLA – Te oigo y te miro. Y miro como
todos tiemblan al oírte. Eres tú el que va a salvarnos. Eres tú el que va a
hacer lo que hay que hacer. Eres tú el que va a desbaratarlos y a vengarnos
JUANCHO – Allí está esperándome. La veo. Me
llama. Me voy con ella, porque no podría vivir sin ella. (Sale)
MOCHA – (Grita como despertando de una
pesadilla) ¿Para dónde se ha ido el niño Juancho? ¿Para dónde se lo han llevado
todos los muertos y los vivos de la
Gilera ? ¿Dónde nos vamos a esconder para que no nos alcancen?
Vamos a rezar la oración del Justo Juez; y la del Ánima Sola; y la de la Noche de Difuntos, y la del
Santo Diácono, y la del Niño Mártir; y la de la Medalla Milagrosa ,
y la del Bendito Tránsito, y la de los Arcángeles Servidores, y la del Conjuro
de San Zacarías… (Mientras habla se va quedando a oscuras la escena.)
SEXTO TIEMPO
La mañana del cuarto día. Juancho entra de
la calle, inquieto y apresurado. Cierra la puerta y se asoma a la celosía con
avidez. No ha notado a su madre, que está en un sillón.
LALLA – ¿Qué quieres ver que acabas de
entrar de la calle y te pegas de la celosía para mirar?
JUANCHO – (Sorprendido) ¿Tú estabas aquí?
No te vi al entrar.
LALLA – ¿Qué miras con tanto interés, hijo?
JUANCHO – (Turbado) Nada, mamá, la calle.
Me asomé un momento sin saber por qué
LALLA – ¿Por qué mirabas del lado de la Gilera ?
JUANCHO – No sé. Me asomé sin darme cuenta.
A veces uno está como distraído.
LALLA – No estás distraído, Juancho. Estás,
por el contrario, muy interesado en algo. Miras por esa ventana como si
buscaras a alguien que no puedes dejar de ver ni un momento.
JUANCHO – (Cansadamente) Tal vez.
LALLA – ¿Vienes de la Gilera ?
JUANCHO – Sí
LALLA – ¿Qué hacías allí?
JUANCHO – Conversar
LALLA – ¿Con quiénes?
JUANCHO – Con ellos
LALLA – Todo el día estás en esa casa. No
sales de ella. Mañana y tarde estás metido allí
JUANCHO – A veces, nada más
LALLA – Todo el tiempo. Ya no vas a ninguna
otra parte. ¿De qué hablas tanto con ellos?
JUANCHO – Él es un hombre muy interesante,
un extranjero que ha viajado mucho y que sabe muchas cosas. Se pone uno a oírlo
hablar y se le pasan las horas sin darse cuenta. Ha estado en todas las grandes
ciudades. Ha navegado en los trasatlánticos alrededor del mundo. Ha atravesado
los continentes en los grandes aviones de línea. Ha vivido en Alemania, en
África del Sur, en Bélgica, en las Filipinas, en Nueva York. Habla de enormes
cantidades de dinero, de un modo curioso, como sin darle importancia.
LALLA – ¿Y ella?
JUANCHO – (Turbado) ¿Ella? Es su hija.
LALLA – ¿Cómo lo sabes?
JUANCHO – (Con disgusto) Pues, porque me lo
ha dicho.
LALLA – ¿Te gusta esa mujer?
JUANCHO – Es bonita y es distinta. No se
parece a nadie. Ni su voz, ni su manera de hablar, ni su modo de caminar, ni su
manera de vestirse, ni de sentarse, ni sus trajes, se parecen a nada, ni a
nadie que yo haya conocido.
LALLA – ¿No te ha dicho quien es su madre?
JUANCHO – Su madre ha muerto, hace mucho
tiempo, y ella acompaña a su padre a todas partes.
LALLA – ¿Te parece que se tratan como padre
e hija?
JUANCHO – De qué otro modo se podrían
tratar?
LALLA – Como hombre y mujer
JUANCHO – ¿Qué dices? No puede ser. Él es
su padre
LALLA – Te engañas y te engañan, no es su
hija, es su querida. Es una mujer que trae para engañar incautos.
JUANCHO – Estás loca. ¿Para qué tendrían
que fingir todo eso? ¿Para engañarme a mí?
LALLA – Tal vez a ti, no, pero sí a otros a
quienes les interesa engañar
JUANCHO – Estas absolutamente equivocada
LALLA – Sé la verdad y te la digo. Ese
hombre no es ningún extranjero, es Chúo Gil que ha vuelto después de muchos
años, con una manceba, para conseguir algo aquí, en este pueblo que nunca
quiso, y que será, seguramente, el mal de todos.
JUANCHO – Te digo que es un extranjero
LALLA – Tiene tantos años viviendo en el
extranjero que no le es difícil hacerse pasar por un extranjero.
JUANCHO – ¿Y qué interés tendría en venir
aquí con toda esa conspiración que tú imaginas?
LALLA – Conseguir algo que le interesa y
nada más
JUANCHO – Te voy a probar que te equivocas.
No vino aquí sino a hacer una fijación astronómica para un estudio, y ya ha
terminado. No se va a quedar en el pueblo.
LALLA – Es Chúo Gil y te sigue engañando
JUANCHO – Se van a ir muy pronto. Y les doy
la razón
LALLA – ¿Cómo que les das la razón? ¿Qué
quieres decir con eso?
JUANCHO – Que se van a ir de este espantoso
pueblo, donde no pasa nada, donde la gente día tras día madura como los mangos
en su rama, para caer al final en el hueco del cementerio. Donde todos están
fastidiados de todos. Donde nunca ha habido una noche que no sea igual a las
otras, ni un día que no sea igual a los otros. Ellos, en cambio, pertenecen a
un mundo distinto. Al mundo verdadero. Se van a ir para otros lugares, para
otros seres, donde van a encontrar a las gentes que valen y que significan, las
gentes que tienen vidas interesantes y variadas. Los poderosos, los ricos, los
sabios, los artistas y las mujeres más hermosas y libres que no tienen temor de
los hombres, ni de la vida. Para encontrar a ese mundo, hay que salir de este
pueblo.
LALLA – Todas esas eran las ideas de Chúo
Gil. Era lo mismo que él decía hace muchos años cuando todavía vivía en el
pueblo. Es él quien te las ha metido.
JUANCHO – No es él, ni es nadie, es que
todo el que no quiere vegetar y morir como una raíz metida en una grieta del
suelo, tiene que asomarse un día a ese otro mundo verdadero, que parece
vislumbrar y oler desde lejos. Ya yo me he asomado a ese mundo y no puedo
resignarme a vivir en éste.
LALLA – Este es tu verdadero mundo,
Juancho. Esta es tu casa. Esta es tu gente. Y con nosotros debes salvarte o
perderte.
JUANCHO – Perderme, querrás decir tú.
Perder mi vida en esta cueva, como la has perdido tú, como la ha perdido mamá
Bega. Como la han perdido todos.
LALLA – Esto te lo ha metido en la cabeza
Chúo Gil. Me parece oírlo. Estás hablando como él. Lo mismo que si fueras él.
¿Te parece que la vida de Chúo Gil ha sido mejor que la nuestra? ¿Te parece que
rodar por el mundo como una piedra sin nombre, dando tumbos, es una vida
envidiable? ¿Te parece que regresar a su pueblo, viejo y desconocido, con una
manceba escandalosa, para cometer un último engaño, es la coronación de una
vida deseable?
JUANCHO – ¿Qué tiene eso que ver con lo que
estoy hablando? ¿Qué tiene que ver ese Chúo Gil de los demonios, que tienes
metido en la cabeza, con estas gentes, que han sido tan buenas conmigo?
LALLA – ¿Han sido buenas contigo?
JUANCHO – Mucho y muy amables. Si vieras
las largas conversaciones que tenemos. El padre y la hija me tratan como un
señor y se interesan por mí. Ellos dicen que yo podría servir para muchas
cosas, que tengo condiciones para abrirme paso en otro medio, y que sería una
lástima que me quedara metido aquí para el resto de mi vida.
LALLA – Ellos dicen eso. Son amables.
¿Verdad?. Te engañan y juegan contigo y tienes la tontería suficiente para que
te sigan pareciendo buenos.
JUANCHO – Se interesan por mí. ¿Qué tengo
yo para que se interesen por mí?. El señor quiere ayudarme, dice que podría
conseguirme colocación con sus asociados, que podría irme con ellos, que
tendrían mucho gusto en llevarme en su compañía. Ella dice que, en poco tiempo
yo podría tener mucho éxito. Ella dice que para un hombre joven como yo hay
ahora magníficas oportunidades. Ella dice que no debo dejar perder esta
ocasión. Ella me ha dicho…
LALLA – Ella te ha dicho todas las
tonterías que se le dicen a un tonto para engañarlo fácilmente… por que eres un
tonto. Ahora lo veo claro y me convenzo.
JUANCHO – ¿Por qué me dices eso?
LALLA – Te lo voy a decir. Tú eras el
hombre de esta casa. Tú eras el hombre de todas las mujeres de esta casa. Yo te
parí y te crié con un orgullo que no puedes imaginar. Todos los que habían sido
los hombres de la casa no eran ya sino recuerdos. Murió tu padre, murieron tus
tíos. Vino Bega, viuda, a arrimarse con su hija. Tú eras el único tronco de
árbol que iba a crecer en la tierra abandonada de esta casa. Tu ibas a recoger
todo lo de ellos, a hacer todo lo de ellos, a completar y mejorar todo lo que
ellos fueron y empezaron. Todo lo que en ti señalaba al hombre me entusiasmaba
y cegaba aunque fuera bárbaro, o brutal. Cualquier delicadeza que te viera me
parecía que te frustraba. Quería que tuvieras servidores, pero no quería que
sirvieras. Quería que tuvieras mujeres, pero no quería que te enamoraras. Me
gustaba verte golpear y maltratar a los demás, por que así era todo lo que yo
soñaba que fueras y que yo no podía ser, ni nadie en esta casa sin hombre. El
hombre de esta casa y el hombre de este pueblo que se ha quedado sin hombre.
Cuando volvió Chúo Gil a la
Gilera …
JUANCHO – Te digo que no es ningún Chúo
Gil.
LALLA – Cuando volvió Chúo Gil a la Gilera , yo sentí miedo por
el pueblo, porque sentía miedo por ti. Era uno malo que había vuelto a hacer
maldades y era el momento de tu prueba. El momento que yo tanto había esperado
y temido.
JUANCHO – De modo que si fuera ese Chúo Gil
que dices, mi deber consistía en buscarlo y matarlo, como un gallo que se mata
con el otro en la gallera, porque su destino es matar al otro.
LALLA – Tú deber era no tener hombre por
encima de ti. Cuando llegó Chúo Gil con su manceba, pensé que venía un gran
peligro. Iba a realizar al fin su ambición de dominio. Íbamos a tener a los Gil
encima. Pero pensé que tú eras el que le desbarataría sus planes. La mujer que
traía como una culebra armada para abrirle el camino, iba a perderla. Se la
ibas a arrebatar tú. Pero no ha sido así. Estaba yo engañada. No eres tú quien
lo ha vencido, sino, por el contrario, el primero que ha caído en sus manos. Es
Chúo Gil quien te ha vencido, quien te ha tomado prisionero, quien te ha puesto
bajo su voluntad y a su merced. Ha sido Chúo Gil quien me deshizo el hombre que
yo había hecho.
JUANCHO – Te digo que no es Chúo Gil, ni le
importa un bledo, es un extranjero que ha venido de paso y que se va, y que se
ha interesado por mí. Y si fuera tu Chúo Gil, vamos a admitirlo, tampoco
tendría yo ningún reparo en mirarlo como un amigo que se interesa por mí. No
eres tú quien se interesa por mí como hombre, son ellos los que me miran como
un ser humano. Por ti me quedaría como un chivato cerril encerrado en su
corral, balando y escarbando. Son ellos los que me consideran como un hombre.
LALLA – Estás perdido. Te han perdido. Todo
el odio y el horror que he tenido en la sangre por esa casa y por esa gente, me
estaba dando como anuncio de esta gran desgracia que hoy me llega. Ver a mi
hijo desecho y dominado. Vencido y dominado. Vencido y dominado por ellos
JUANCHO - No estoy vencido por nadie. Hago
lo que quiero. Y lo que quiero no es otra cosa que vivir. Quien me quiere
dominar eres tú, quien me quiere vencer eres tú, quien me quiere hacer un
juguete de tus odios, de tus caprichos, de tus delirios, eres tú y más nadie.
Yo lo que quiero es vivir verdaderamente. Salirme de este medio estrecho. Ser
un hombre que signifique algo. Ver el mundo. Ganarme un lugar en el mundo. Y
son ellos los que quieren ayudarme a lograrlo.
LALLA – Estás engañado, no sabes lo que
dices ni lo que haces. Tu sitio está aquí. Es aquí donde debes llenar tu vida.
JUANCHO – No. No es cierto. A través de
ellos me he dado cuenta de que el mundo es otra cosa de lo que aquí había
conocido. Es algo mucho más rico y refinado y variado y bello y grato y
deslumbrador que lo que hasta ahora he visto y conocido. Una mujer como ella es
otra cosa distinta de las mujeres que hasta ahora he visto. Un hombre como él
no se parece a los hombres del pueblo. Son otra cosa, mejor y más deseable.
LALLA – Chúo Gil y su mujer te han metido
eso en la cabeza.
JUANCHO – Ahora que sé que existe eso otro,
quiero conocerlo, y alcanzarlo. Me sentiría infeliz si tuviera que quedarme
aquí para siempre, entre todas estas gentes que para mí no tienen ningún
misterio, ni ninguna esperanza.
LALLA – Eres Chúo Gil, en persona, hablando.
Es él quien habla. Es horrible.
JUANCHO – Horrible es quedarse aquí
clavado, a podrirse. Yo quiero conocer el mundo, salir y ser un hombre en el
mundo.
LALLA – Es Chúo Gil el que habla por tu
boca.
(Entra la Mocha atraída por las voces)
MOCHA – Benditas ánimas, ¿Qué pasa?
LALLA – Es Chúo Gil que nos odia, que
quiere acabar con nosotros, que ha venido a revolverlo y a destruirlo todo y ha
acabado con mi hijo y está ahora aquí diciendo las mismas cosas horribles que
dijo y que hizo cuando de joven el pueblo tuvo la desgracia de albergarlo
MOCHA – Es Juancho, misia Lalla.
LALLA – No, es Chúo Gil. Es el espíritu de
Chúo Gil, es el habla de Chúo Gil, no es mi hijo, es él que se ha atrevido a
llegar hasta aquí
JUANCHO – Váyase, Mocha, y déjeme hablar con
mi madre.
LALLA – No se vaya. Quiero que vea, para
que luego no diga que es mentira, y que yo lo invento, cómo está endemoniado
por el espíritu de Chúo Gil; cómo es Chúo Gil el que habla por su boca. ¿No es
cierto que dices que en este pueblo no se vive?.
JUANCHO – Sí lo digo y lo seguiré diciendo.
LALLA – ¿No es verdad que te parecería
horrible pasarte la vida entera entre las gentes que te han formado?
JUANCHO – Si me parece horrible. No quiero
seguir encerrado aquí. Esto ya no es vida para mí.
LALLA – ¿Lo oyes, Mocha? Es Chúo Gil el que
habla. Cuando supe que había vuelto al pueblo sabía que una gran desgracia iba
a ocurrir, pero esta es más grande que todas las que podía yo esperar. Me ha
quitado mi hijo. Lo tiene apersogado a esa mujer.
MOCHA – Apersogado, como Don Pedro Mártir
Gil estuvo apersogado a su sobrina.
LALLA – Ya no es mi hijo, es otro hombre
que se ha parado frente a la puerta de la casa para no dejar que mi hijo entre
y que yo lo vea. Es un hombre parado entre nosotros.
MOCHA – Parado, como Don Ataurico Gil en la
puerta del cuarto de su hijo agonizante para no dejar entrar a nadie a
socorrerlo.
LALLA – Ya no puedo socorrerlo, ni
salvarlo, ya está atado a ellos, pegado a ellos, arrastrado por ellos,
encadenado a ellos.
MOCHA – Encadenado con la cadena de oro que
tiene a Don José Victorio encadenado por la eternidad a su tesoro enterrado.
JUANCHO – ¿Qué tengo yo que ver con todas
esas visiones y delirios? Son ustedes las que están encadenadas y paradas y
perdidas. Yo no. Yo quiero salvarme y voy a salvarme.
LALLA – Más hubiera valido, Mocha, que lo
hubiera dejado enamoriscar a mi sobrina. Mejor hubiera sido que me hubiera
resignado a verlo casado con Livia y tenerlos aquí, metidos en la casa,
pariéndome nietos, sin ser hombre sino para la hora de acostarse con la
paridora.
JUANCHO – Eso no más faltaba, que ahora me
arreglaras un casorio con Livia, para que todo quedara dentro de las cuatro
paredes y nada cambiara en este orden que tú has querido crear. Preferiría
casarme con la Mocha
y llevármela al monte.
MOCHA – Jesús niño.
(Entra Bega llorosa y patética)
BEGA – Pobre de mí. Pobre de mi hija, que
ya no le quedan sino los ojos para llorar.
LALLA – ¿Qué dices?
BEGA – Mi hija ha oído todo lo que decían
tú y Juancho y se ha puesto a llorar como una desesperada.
LALLA – ¿Y qué tiene ella que ver con
esto?.
BEGA – Es tan horrible, Lalla, que no me
atrevo a decírtelo. Yo misma no lo puedo creer.
LALLA – Acaba de decirlo, mujer.
BEGA - Me ha confesado que Juancho la
enamoraba, que ella lo quería y que Juancho la ha deshonrado.
JUANCHO – (Con ira) ¿Y qué?. Con alguien se
iba a acostar y se acostó conmigo. ¿No era eso lo que tú querías, mamá, que
fuera el macho que estabas formando?
LALLA – ¿Cómo puedes decir una cosa tan
horrible?
BEGA – Mi pobre hija, tu sobrina, Lalla,
está deshonrada.
LALLA – ¿Cómo te has atrevido a cometer una
falta tan grave bajo mi techo?
JUANCHO – Ahora si te parece una falta
grave. Ahora si gritas al unísono con mamá Bega y la Mocha , acusándome de un crimen
para pedirme que haga la reparación debida. Has cambiado bastante. Tú y mamá
Bega se han puesto de acuerdo para cogerme en esta trampa. Era el último
recurso que les quedaba. Hacerme casar con Livia, que te parecía un horror
hasta ayer, pero que hoy te parece bueno, con tal de que me clave y amarre
aquí. Pero han fracasado. No me voy a casar con Livia, no me voy a quedar
encerrado aquí. Voy a ser libre y voy a vivir mi vida.
LALLA – Juancho, Juancho.
JUANCHO – ¿Por qué me llamas así? Si no soy
Juancho, tú lo sabes, soy Chúo Gil. Soy Chúo Gil que se va a seguir su vida.
(Sale con rapidez a la calle y tira la
puerta. Todos guardan silencio. Bega lloriquea)
LALLA – Ya lo sabes, Mocha. Ni una palabra
de lo que ha pasado aquí. Ni una palabra. Que no se hable más de esto.
(Se oye que llaman a la celosía. Lalla hace
un gesto imperioso de silencio a las demás. La mano que llama se hace más
insistente. Las mujeres se meten de puntillas hacia el interior).
SÉPTIMO TIEMPO
El anochecer del quinto día. Livia y
Juancho
LIVIA – Espera un momento. No te vayas
todavía.
JUANCHO – Tengo que hacer. Me esperan y no
puedo quedarme aquí simplemente porque tú tienes el capricho de que me quede.
LIVIA – No es un capricho, es que yo sé que
hoy es el día en que te vas a ir.
JUANCHO – ¿Quién te ha dicho eso?
LIVIA – No necesito que me lo diga nadie
para saberlo. Hace días que estoy esperando esta hora y sintiéndola venir. Ha
llegado. Hoy es el día en que te vas.
JUANCHO – No es cierto que me vaya.
LIVIA – Yo sé que te vas ¿Qué importa que
tú lo niegues? Tienes que negarlo y decir hasta el último minuto que no es
cierto que te vas para que nadie lo sepa hasta que sea demasiado tarde para
impedirlo.
JUANCHO – ¿Quién podría impedírmelo? Si me
fuera no tendría porque ocultarlo. Diría: “Me voy. Me voy, Livia. Me voy, mamá.
Me voy, mujeres de esta casa, conversaciones de esta casa, fastidio de esta
casa. Me voy, pueblo aburrido”. Lo diría y ya está.
LIVIA – No te atreves a decirlo, pero yo sé
que te vas hoy. Te vas con la extranjera y el mal hombre y abandonas la casa y
los tuyos, como el que ha cometido un crimen. Ya es inútil que trates de
engañarme.
JUANCHO – Si todo lo sabes, ¿para qué me
exasperas con preguntas? Si sabes tan bien que me voy ya, ahora, para qué te
esfuerzas en detenerme.
LIVIA – Ves como lo estás confesando.
JUANCHO – Livia, me iría solamente por
salir de esta maraña de sospechas y de asechanzas en que me tienen metido. No
se puede vivir así. A la fuerza me tendré que ir aunque no lo hubiera deseado.
Tú y tu madre y mi madre y la casa me echan y me obligan a irme.
(Sale bruscamente).
LIVIA – (Gritando) Se fue y no vuelve. Nos
ha dejado. Me ha dejado. Se fue Juancho. Se fue… (Aparece Mocha)
MOCHA – ¿Qué pasa, niña?
LIVIA – Se ha ido Juancho
MOCHA – Ya volverá
LIVIA – Esta vez no volverá
MOCHA – ¿Quién le ha dicho eso?
LIVIA – Me lo ha dicho él mismo. Hoy se va
y me deja para siempre. ¿Te das cuenta, Mocha? ¿Qué va a ser de mí?
MOCHA – No digas eso, niña, todos la
queremos. No va a pasar nada. Todos estaremos con usted
LIVIA – Ya nadie puede salvarme. Ni que tú
lo quisieras con todo tu corazón podrías hacer nada por mí, ni mi madre, ni siquiera
mamá Lalla, ya nadie puede hacer nada por mí. Yo sentía que esto iba a llegar,
que esto iba a ocurrir, pero pensaba que ese día estaba lejos todavía, y ahora
me doy cuenta, con horror, de que ha llegado, de que ese día espantoso es hoy.
MOCHA – Cálmese, niña, que la van a oír.
Tenga fe, serénese, váyase tranquila a su cuarto. Dentro de un momento yo iré a
acompañarla. Ahora vienen las señoras, váyase.
(Se va Livia, agitada, y se cruza con las
señoras que entran)
LALLA – ¿Qué le pasa a esta niña, que
parece ir tan agitada?
BEGA – Déjame ir a ver qué es.
LALLA – No, ahora no. Déjala quieta más
bien. ¿Qué es lo que le pasa, Mocha?
MOCHA – Está muy nerviosa la niña Livia,
llora y suspira y se encierra en su cuarto. Algo va a pasar. Algo malo va a pasar.
BEGA – Si yo pudiera me llevaría ahora
mismo a mi hija. Si tuviera un lugar donde meternos…
LALLA – ¿Qué dices, mujer? ¿Por qué se van
a ir? Están bien en mi casa y de aquí nadie las va a echar. Tú eres mi hermana
y Livia es como mi hija. Es aquí donde deben estar.
BEGA – Ya no tendremos paz en esta casa, lo
mejor es que nos marchemos de aquí. Ya todo el mal está hecho y nada podremos
evitar. Hubiera podido evitarlo cuando resolvimos venir, pero ahora ya nada
podemos hacer.
LALLA – ¿Qué es lo que no podemos hacer?
BEGA – Impedir lo que ya pasó. Eso no lo
puede hacer nadie. Ni tú, Lalla. Impedir que Livia se enamorara de Juancho,
impedir que Juancho abusara de Livia, impedir que tú y tu hijo nos vieran con
desprecio, impedir que tu hijo y tú se llenaran la cabeza con visiones y deseos
de otras gentes. Lo que pasa es que yo tengo mi culpa y me cuesta trabajo
confesarla. Tenía el deseo de que mi hija pudiera llegar a casarse con Juancho,
y por eso no hice nada para impedirlo, y también tenía miedo de tu disgusto y
de tu furia y de las consecuencias que iban a venir para nosotros.
MOCHA – Los ojos de los pobres están llenos
de ganas y de miedo.
LALLA – Aquí se hará lo que se debe y nada
más. Livia y tú no se van a marchar de esta casa. Yo sé más de lo que los otros
suponen y veo más de lo que parezco ver. Juancho volverá y se casará con Livia,
porque así debe ser.
BEGA - Y si no vuelve. Y si no quiere
casarse con mi hija, cómo puede nadie pensar en obligarlo.
LALLA – Si vuelve se casará. Y si no vuelve,
Livia se quedará en esta casa como mi hija y si le nace un hijo…
BEGA – ¿Qué dice, Lalla?
LALLA – Y si le nace un hijo será mi nieto
y el heredero de nuestro nombre
BEGA – Todo eso que dices es muy generoso,
pero no va a arreglar nada. Lo que ha pasado ya no tiene remedio. Se fue
tejiendo una malla que nos enredó a todos y de la que no podemos zafarnos. Y
estamos enredadas y atrapadas.
MOCHA – Es como si todos se hubieran puesto
de acuerdo para hacer un mal. Todos los del pueblo, todos los de la casa, todos
los vivos y hasta todos los muertos. Cuando eso pasa no hay manera de escapar.
¿Se acuerda de Don Remigio?
LALLA – ¿Qué tiene eso que ver con esto?
MOCHA – Si tiene que ver. Se sacó la única
hermana de los Labanes y los Labanes juraron que lo iban a matar. Y don Remigio
se encerraba en la casa, rodeado de espalderos y de perros bravos y se
levantaba de noche sobresaltado al oír el más pequeño ruido. Cada día se
encerraba en una habitación más retirada y más defendida. Hasta que por fin una
madrugada lo mataron, encerrado en su cuarto, con todas las puertas cerradas.
Lo mataron sus propios espalderos, los mismos que debían cuidarlo, comprados
por los Labanes. Los que debían defenderlo lo mataron, dentro de su propia
casa.
BEGA – Ya esto no tiene remedio. Malhaya
sea la hora en que se me ocurrió acogerme a tu caridad y venirme a vivir
contigo.
LALLA - Has debido mirar más por tu hija.
Has debido tratar de ver lo que pasaba ante tus ojos ciegos y ante tus oídos
sordos. Otros, tal vez, lo vieron y no lo dijeron.
MOCHA – Si es por mí que lo dice, sepa que
no me gusta meterme en las vidas ajenas, de eso no vienen sino sinsabores y
males. Yo lo que quiero es quedarme en paz en mi rincón. Si todo lo que viera
fuera a decirlo, si todo lo que sospecho y adivino fuera a soltarlo, tendría
esta casa prendida como un infierno. Por eso es mejor callar. Veo cosas y hago
como que no las veo. Veo el sobresalto del niño Juancho y la niña Livia cuando
los sorprendía apurruñados en el pasadizo y hago como que no los veo. Oigo de
noche el cuchicheo de sus voces asustadas detrás de la puerta cerrada del
cuarto y me hago la que no oigo. Porque si me pongo a decir todo, nada hubiera
evitado y me habría visto metida en un brollo más grande que todo el pueblo
BEGA – Malhaya la hora…
MOCHA – Las mujeres tenemos la desgracia de
llevar la desgracia.
LALLA – No hay que lamentarse. Juancho
volverá y se casará con Livia
BEGA - Las madres de hijas deben estar todo
el tiempo prevenidas para el mal, al menor descuido pasa una desgracia
irreparable. Detrás de las hijas esta el diablo escondido esperando su momento.
LALLA – Y detrás de los hijos también, y
detrás de cada uno de nosotros, porque todos estamos rodeados de enemigos sin
cuento y no puede cerrar los ojos un instante sin estar entregado a los
enemigos.
MOCHA – En lugar de hablar tanto deberían
ponerse a rezar como cristianas.
(Hay un silencio. Se oye llamar a la
celosía)
VOZ DE ANITO – Soy yo… ¿Está ahí misia
Lalla?
LALLA - Ábrele, Mocha
MOCHA – No le abra que ya ha traído
bastantes desgracias. ¿Quiere que traiga más a esta casa donde ya no queda alma
sin pena?
LALLA – Abre, te digo
(La Mocha abre la puerta. Entra Anito el pavoso,
agitado, mira a las demás con recelo y se dirige a Lalla. Livia se asoma a oír
sin que la vean)
ANITO – Es a usted, misia Lalla, a quien
tengo que decirle una cosa muy grande.
LALLA – (Con angustia) ¿Qué es? ¿Qué pasa?
Habla, por vida tuya, delante de todos.
ANITO – (Con prosopopeya trágica) Juancho
se fue con esa gente de la
Gilera.
LALLA – Se fue Juancho. Se lo llevaron
ANITO – Yo no hablé con él, lo único que
hice fue verlo salir con ellos del pueblo. Se montaron en dos automóviles a la
puerta de la Gilera. Iban
el hombre viejo, la mujer, otro hombre y Juancho. (Pausa)
(Livia se mete al interior. Todos se
interrumpen de pronto y se vuelven hacia la puerta por donde salió Livia)
LALLA – Sigue, Anito
ANITO – La mujer llevaba un gran ramo de
flores y todos conversaban y reían. Sin embargo…
BEGA – Sin embargo, ¿qué?
ANTIO – Juancho parecía preocupado, no le
quitaba los ojos a la mujer. Unos ojos fijos y secos… De repente un paquete que
ella llevaba en la mano se le cayó, los dos se inclinaron al mismo tiempo a
recogerlo y toparon las caras. El se quedó como asustado y ella se enderezó
ligero arreglándose el pelo. Después se montaron todos en un automóvil y el
otro los siguió vacío.
LALLA – ¿Nadie quedó en la casa?
ANITO – No. Cerraron el portón y todo quedó
como antes cuando la Gilera
estaba vacía.
BEGA – ¿Ves, Lalla, como se fue? Pobrecita
mi hija. Voy a acompañar a Livia (Se levanta)
LALLA – Espera, no te vayas
MOCHA – Yo la iré a acompañar mientras
usted llega.
LALLA – Cuidado con decirle nada de lo que
has oído aquí…
MOCHA – (saliendo) Todo lo que le pudiera
decir ya ella lo sabe…
ANITO – Cogieron por la calle del río,
bajando. Yo los vi hasta que se perdieron al cruzar en la esquina del Samán. Y
entonces fue cuando dije: “Vamos ligero, Anito, a casa de misia Lalla, a
decirle todo esto que ella tiene que saber antes que nadie. Ve, Anito, para que
lo sepa por boca de gente amiga a quien le duele lo que le pase a ella, y no
después, cuando le llegue por boca de alguna mala persona chismosa”. Yo los vi
y dije: “Vamos ligero a casa de misia Lalla…”
LALLA – Gracias, Anito
BEGA – Ves, Lalla, ya no hay nada que
hacer…
(Simultáneamente con estas últimas palabras
entra desencajada y gritando la
Mocha )
MOCHA – Qué desgracia tan grande. Que
desgracia, Dios mío
(Las mujeres se ponen en pie y se vuelven
hacia ella. Anito se calla asustado)
BEGA – Dime ¿qué pasa?… ¿Qué es?… !Mi hija…
mi hija… !
(Corre Bega hacia dentro gritando)
LALLA – ¿Qué fue?
MOCHA – (Con sollozo) La niña Livia está
muerta… La encontré tendida en la cama como
si estuviera dormida. Se había cerrado por
dentro y me costó trabajo abrir la puerta… Nadie hubiera creído que estaba
muerta… Se veía tan tranquila, tan bonita… La llamé, la sacudí. “Niña Livia…
Niña Livia… ¿Qué es esto, Dios mío?… Pero está muerta, misia Lalla… Está
muerta.
(Lalla sale rápido, la Mocha sigue, por un momento,
como en un soliloquio que no se dirige a nadie)
MOCHA – ¿Cómo se mató la niña Livia? Esto
es un misterio muy grande… Si se mató… ¿Cómo pudo matarse de ese modo?… Yo
nunca he visto una cosa igual, Dios mío
(Mira a Anito un momento con mudo y
concentrado odio. Anito siente la mirada y corre hacia la calle. Desde adentro
se oyen las voces y los altos llantos de las mujeres. Se oscurece la escena
como en el Quinto Tiempo y queda vacía. Surgen las tres voces unidas en coro,
una de mujer madura, una de mujer joven y una de hombre, en un tono lento de
salmodia o de rezo).
LAS VOCES – Se ha cortado el tiempo para se
oigan los aullidos de los perros que marcan la angustia y los cantos de los
gallos desvelados que señalan las distancias. La niña está muerta en el último
cuarto. En el más cerrado. En el más solitario. Le han encendido ya su vela del
alma que parpadea junto a sus ojos cerrados. Toda la casa está llena de
presencias y toda la sombra está llena de presencias. Las paredes tiemblan con
el calofrío de la muerte. Si pudiéramos oír lo que pasa en las mentes de los
que están presentes y ausentes oiríamos como una monótona letanía en que apenas
cambian los nombres, pero las palabras no cambian:
Fui yo, Lalla, la que tuvo la culpa, porque
no quise que las cosas fueran como tenían que ser.
Fui yo, Bega, quien tuvo la culpa, porque
no supe que las cosas fueran como tenían que ser.
Fui yo, Juancho, quién tuvo la culpa,
porque hice que las cosas fueran como tenían que ser.
Fui yo, la Mocha , la que tuvo la culpa, porque no impedí que
las cosas fueran lo que tenían que ser
Las gentes dan vueltas como el sol y la
luna, queriendo iluminar las culpas. La luna ilumina las culpas de los muertos
y el sol ilumina las culpas de los vivos.
La niña está muerta en la última cámara. Ya
nadie puede hacer nada por ella. ¿Ya acaso nadie puede hacer nada por ella?
Pero en torno a su cuerpo tendido se mueven los vivos y los muertos y se teje y
se desteje la vida.
(Se callan las voces, se ilumina la escena.
Entra la Mocha )
UNA VOZ EN LA VENTANA – ¿Qué pasa?
¿Quién se ha muerto?>
MOCHA – Se murió la niña Livia
(Entra Lalla)
LALLA – Mientras Bega y yo arreglamos y
amortajamos a la niña, vete tú, Mocha, a la iglesia y a la jefatura para
preparar todo lo del entierro. Ya que no hay hombres en la casa ocúpate tú de
que le caven la fosa en mi terreno y escoge la mejor urna. Que todo sea lo
mejor…
(Se mete Lalla al interior. La Mocha se pone el pañolón por
la cabeza y sale a la calle dejando la puerta abierta. Al rato aparecen algunas
cabezas de curiosos que se asoman a escudriñar por la puerta. Algo después,
apresuradamente, lleno de angustia, apartando a los curiosos entra Juancho,
busca con los ojos y penetra desordenadamente al interior).
UN HOMBRE – Ya ves. No era el niño Juancho
el que había muerto.
UNA MUJER – No. No es él. Es la niña Livia
OTRA MUJER – Qué sabes tú.
UNA MUJER – Yo sé, porque me lo dijeron,
que la niña Livia se había matado porque el niño Juancho la había abandonado y
se iba con otra…
(Siseo que anuncia la entrada de Juancho y
Lalla abrazados, los hacen callar)
JUANCHO – Como es posible que haya pasado
todo esto. ¿Quién ha hecho esto? Si yo no me iba a ir. Si yo no le he dicho a
nadie que me iba a ir. Como es posible que haya pasado esta desgracia. Yo. No
me iba. Todos ustedes sabían que yo no me iba. Yo no pensaba irme. Los que se
iban eran ellos. Fui a despedirlos hasta el paso del río… Sin pensar que
pudiera pasar todo este horror.
(Siguen entrando vecinos y vecinas con aire
de duelo y se ponen en fila silenciosa como cariátides, sobre la pared del
fondo)
LALLA – Ten cuidado. Nos oyen
(Juancho se detiene y mira hacia la fila de
vecinos. entra la Mocha
de regreso de la calle)
MOCHA – Volvió el niño Juancho. Yo sabía
que iba a volver. Todo está listo para el entierro. Será mañana por la mañana.
El carpintero va a venir a tomar las medidas. ¿Puedo coger la sábana de
matrimonio para hacerle la mortaja?
(Pasa la Mocha al interior)
LALLA – Todo ha terminado
JUANCHO – No ha terminado. No termina ni
contigo, ni conmigo, ni siquiera con la pobre Livia muerta. Seguirá y se
convertirá en otra cosa por obra de todos. (Viendo a los vecinos) Sería
necesario que todos callaran, que todos dejaran de mirar y de hablar.
!Deténganse! (Volviéndose hacia el público, en voz muy alta) !Deténganse! !No
sigan!
FIN.
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